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Las montañas como objetos de consumo.

ENERO 25, 2021

Fernando Briones


En los años 20 del siglo pasado le preguntaron el pionero británico del montañismo George Mallory por qué subía montañas, a lo que respondió: “Porque están allí”. El paso del tiempo ha transformado la representación social de las montañas. Antes de las primeras ascensiones en el valle de Chamonix, cuna del alpinismo, las montañas representaban temor no sólo por sus intrínsecos peligros, sino por que eran morada de divinidades. Del monte Olimpo en Grecia al monte Tláloc en la autopista México-Puebla, las montañas están cargadas de profundos simbolismos culturales. Si las grandes expediciones abrieron paso al montañismo como deporte, en la actualidad las redes sociales popularizan con fuerza los outdoors como forma de vida convirtiendo a las montañas en objetos de consumo pero ignorando la complejidad de estos ecosistemas.


Los naturalistas del siglo XIX y XX como Alexander Von Humboldt y John Muir, al que se le atribuye otra famosa frase “las montañas llaman y debo ir”, fueron los precursores de un conocimiento secular que permitió una apreciación científica. También fueron la antesala de la exploración que buscaba conquistar las cimas no sólo como proeza atlética sino como reivindicación nacionalista. Las expediciones contenían una narrativa bélica que todavía prevalece en el lenguaje del montañismo: atacar la cumbre, por ejemplo. Las catorce montañas de más de 8000 metros, las más altas del mundo (en Nepal, India, Pakistán y China) fueron ascendidas por vez primera por británicos, italianos, franceses, alemanes, suizos, austriacos, japoneses, estadounidenses, polacos, chinos y nepalíes en autenticas competencias, por no llamarles guerras. Conquistadas las cumbres más altas vinieron otras hazañas con ascensiones más complicadas, esta vez no por la altura sino por la dificultad técnica: subir sin oxígeno, en invierno, más ligero, más rápido, por nuevas rutas. Para financiar costosas expediciones los escaladores profesionales necesitan patrocinadores, para eso hay que hacer lo que nadie ha hecho antes y mostrarlo. Así, la publicidad ha sido un componente esencial de este deporte y colateralmente ha construido la imagen del montañero como un aventurero y deportista extremo.


Ese cliché, a veces válido, otras no, ha sido uno de los motores de la búsqueda identitaria de generaciones. En la última década es posible identificar cambios sociales no sólo en la parte deportiva sino en la parte conductual de los aficionados a este deporte. Con el auge de internet y las redes sociales, el montañismo ha pasado a ser un lifestyle. Si bien para muchas personas es un deporte de esfuerzo personal, para otras las montañas son una mercancía; una pasarela de marcas dónde llegar a la cumbre (a veces a costa del riesgo que corren guías y porteadores) es el único objetivo, ignorando la complejidad del ecosistema.


Marcas y modelos sociales.

Ningún montañista aficionado o profesional niega que la evolución en la tecnología de ropa y equipo hacen las ascensiones más seguras y cómodas. Quién no quiere la chamarra impermeable, que transpira, se compacta y que pesa la mitad del modelo anterior. Las marcas especializadas han realizado grandes progresos, pero también han diseñado estrategias publicitarias dónde los consumidores somos el escaparate.1 Paralelamente, con internet se tiene acceso a un enorme catálogo de videos, fotografías e historias lúdicas e inspiradoras, pero básicamente es un espacio publicitario que promueve modelos de consumo. En la mayoría de los casos, los contenidos en internet simplifican la experiencia de subir una montaña; muchos videos omiten lo peligroso e incomodo que puede ser una ascensión con frío, capas de ropa, una mochila pesada, con hambre y sueño luego de una noche corta (en el mejor de los casos). La mayoría de los contenidos de deportes de aventura y riesgo tienen detrás de su realización un gran trabajo de producción, están hechos por atletas profesionales que llevan años con entrenamiento de tiempo completo. Sin embargo, tenemos que cuestionar el proceso en el que los atletas juegan el rol de influencers y se convierten en modelos sociales, y en donde los consumidores compramos los tenis de tal o cual marca porque vimos a un joven superdotado correr como cabra a alturas dónde la mayoría tendríamos dificultades para respirar.


2.La mercantilización de los outdoors genera el deseo por reivindicar un estilo de vida. Cierto, todos buscamos un estilo de vida, sin embargo, la montaña contemporánea es un objeto de consumo. Pagamos por vivir “experiencias extremas” algunos fines de semana al año, en muchos casos sólo por tener la capacidad económica para adquirir el equipo, sin pasar por los entrenamientos y experiencia. El conocimiento de la montaña como un ecosistema vivo y complejo pasa con frecuencia a segundo plano. Sabemos poco sobre el bosque, no cuestionamos si ese espacio en apariencia prístino ha sido intervenido con especies de árboles exóticos. Tampoco sabemos sobre el tipo de rocas y las formaciones geológicas de la montaña. Nos limitamos a medir la altura con nuestros relojes inteligentes porque entre más alto parece más grande el logro. Sin embargo, ¿qué sabemos de las nubes y del tiempo atmosférico (tan confundido con el clima)? ¿Qué sabemos de la fauna, los cuerpos de agua, las funciones del bosque y su impacto en el campo y ciudades? A menudo ignoramos que esas vacas pastando en la línea del límite del bosque están compactando el terreno, favoreciendo la erosión, destruyendo lupinos y gordolobos esenciales para la regeneración. No nos preguntamos si el arroyo está seco porque fue entubado en un conflicto ejidal o porque los glaciares ya desaparecieron.


Este fenómeno de comercialización no es de ninguna manera exclusivo de México. En Estados Unidos la industria de los outdoors mueve más de 600 000 millones de dólares anuales y da empleo directo a más de seis millones de personas.3 La mercadotecnia es apabullante, nos invita a ir a la naturaleza comprando productos que nos hacen sentir parte de un grupo social. El equipo y ropa se convierten en objetos de deseo, los consumidores adquirimos determinadas marcas por la imagen que proyectan y las más populares y caras están asociadas al estatus socioeconómico. En las montañas se pueden observar estratificaciones sociales; para ir se requiere un automóvil, tiempo, buena salud, equipo. Tener los recursos financieros permite acceder a ese prestigioso estilo de vida.


Montañeros urbanos

La explosión por el montanismo y los outdoors quizá se puede explicar por nuestra falta de vinculación con la naturaleza. Como seres urbanos tenemos la legítima necesidad de respirar aire limpio y contemplar un paisaje agradable. El déficit de espacios naturales en las ciudades mexicanas, el trabajo en cuatro paredes detrás de una computadora justifica nuestra necesidad de salir al campo, de retarnos a nosotros mismos recorriendo caminos pedregosos. Pero no justifica nuestra falta de compromiso con los cerros a los que acudimos. Cualquiera que haya pasado alguna noche en los refugios de alta montaña en México (por ejemplo, Piedra Grande en el Pico de Orizaba o el Refugio de los Cien en el Iztaccíhuatl) sabe la enorme cantidad de basura que se acumula. La falta de códigos de conducta como “No dejar rastro” (en inglés Leave No Trace) que no es otra cosa que “no dejar nada” (ni basura orgánica, papel higiénico y enterrar heces fecales), ni molestar a la fauna y flora entre otros, están lejos de las prácticas sistemáticas de los entusiastas de la naturaleza. En México es común ver cumbres vandalizadas, con escombros de antiguos refugios, placas conmemorativas y restos de monumentos, en su mayoría cruces. Sin olvidar todo tipo de basura. A menor altura, los parques ecoturísticos siguen ofreciendo las cuatrimotos como el mayor atractivo.


Obviamente, todos tenemos derecho de ir y disfrutar la naturaleza al nivel técnico que podamos. Pero también tenemos la responsabilidad de aceptar que nuestra sola presencia tiene impacto en el ecosistema. La presión por ser parte de un grupo social —virtual— puede estar cambiando las razones y metas por las que las personas vamos a las montañas. Las redes sociales, sin negar sus aspectos positivos, también construyen narrativas que influyen en los comportamientos. Por ejemplo, en Estados Unidos la moda es tomarse la foto en la cima con la menor ropa posible (aun con frío); eso representa juventud y fuerza. Algunos tienen la condición física para hacerlo, pero otros no. El problema es cuando emulamos lo que vemos.


Recientemente vi una fotografía de un chico arriba de su motocicleta con los brazos en alto en la cima del cerro que conquistó. No caminó y sí contaminó. La foto reivindica su estilo de vida. Mientras que no tendría que ser problemático tomarse una foto en la cumbre y compartirla, no sólo debemos preguntarnos por qué ir a las montañas (al final de cuentas esa es una razón personal), sino qué impacto generamos en el entorno, y qué podemos hacer para reducirlo.


Fernando Briones

Investigador asociado al Programa de Estudios Medioambientales (ENVS) de la Universidad de Colorado, Boulder. Es montañista aficionado.


1 Klein, Naomi. 2009. No Logo: No Space, No Choice, No Jobs. 10th. Anniversary edition. Picador.

2 El trail running, correr en senderos de montaña, ha surgido como una disciplina muy popular en la última década.

3 Outdoor Recreation: An Overlooked Economic Giant. Enero de 2012.

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