La última patrulla II Capitulo 3 Tu mente…
La supervivencia deportiva es un deporte de aventura con múltiples facetas, ya que requiere conocimientos de técnicas de variadas disciplinas (Senderismo, orientación, escalada...) y del medio (Geografía, botánica, meteorología...) que nos permitan desenvolvernos en la naturaleza, reconocer y aprovechar sus recursos y evitar sus peligros. La práctica de este deporte fortalece el cuerpo y la mente y aumenta la seguridad en nosotros mismos, nuestra capacidad de improvisación, de lucha por la existencia y nos prepara para una situación de supervivencia real. Sin embargo, la mayoría de nosotros jamás tendremos que enfrentarnos a tales circunstancias, pensarás. Es cierto que no necesitaremos comer grillos ni dormir en un refugio improvisado, pero los beneficios psicológicos que proporciona nos ayudarán a enfrentarnos a la lucha por la vida en nuestra sociedad consumista depredadora. Por otro lado, cualquiera que practique montañismo puede verse incomunicado en medio de ninguna parte por un brusco cambio de tiempo, los trekkings a zonas salvajes y apartadas están cada vez más de moda, con el riesgo de perderse o tener un accidente, aunque sea mínimo, siempre presente, y millones de personas viven en zonas con peligro de inundaciones o terremotos. Incluso en la era de las telecomunicaciones, cuando todo el globo terrestre está fotografiado y cartografiado, existen zonas salvajes a las que nuestra civilización no ha llegado y en las cuales no tendremos dónde enchufar el microondas ni podremos dormir en un colchón Flex. Pero no nos engañemos, nadie está totalmente preparado para enfrentarse al violento choque mental y emocional que supone encontrarse abandonado y solo en un lugar remoto. Las técnicas de supervivencia nos ayudarán a vencer al medio, pero el peor enemigo está dentro de nosotros: pánico, soledad, desesperación..., y para vencerlo hay que conocer cómo funciona.
El problema del miedo es que no se trata de una cosa única y aislable. El miedo posee toda una taxonomía –ansiedad terror, pánico, aprensión- y uno puede haberse preparado bien para una de esas formas y, por el contrario, deshacerse del todo frente a otra.
En mi experiencia durante mis años de militar, siempre, antes de algún tiroteo, todo el mundo se pone más o menos tenso y va echando vistazos alrededor como diciendo “esto es lo que hacemos… una locura ¿no? y esos momentos me inquietaron de verdad. Confiaba siempre en los hombres con los que estaba en la operaciones y, por lo general, me limitaba a centrarme en ponerme a cubierto y accionar mis armas cuando era necesario. Los combates, en sí mismos, se desarrollaban de un modo borroso; solo una vez me quedé helado por el miedo, una ocasión en la que nos atacaron de forma inesperada y extraordinariamente dura. No tenía a mi alcance la protección antibalas ni mi arma –imbécil, imbécil, imbécil- y viví treinta segundos de incomprensión paralizada bajo el combate, hasta que el subteniente walle, voló a través del fuego para coger nuestros pertrechos y arrastrarlos hasta el parapeto.
En ese momento el combate inyecta tanta adrenalina en el sistema personal que era muy raro que uno tuviera que preocuparse por el miedo; un indicador mucho más claro del verdadero valor era como te sentías antes de las operaciones de mayor impacto (un secuestro, una intervención a alguna casa de seguridad), cuando era fácil que te pasara como consecuencia, perder la vida.
Mi debilidad personal no era tanto el miedo como su expectativa. Si me formaba alguna ilusión sobre mi valor personal, siempre se disolvía en las horas o los días previos a algo grande; el terror se acumulaba en mi sangre como una especie de toxina hasta que me sentía demasiado apático incluso para atarme bien las botas. Hasta donde pude averiguar, allí todo el mundo se asustaba de vez en cuando y en ello no había estigma, siempre que no permitieras que tu miedo afectara a los demás. No pasa nada por tener miedo, lo único que hay que hacer es no dejar que te mate.
Hay diferentes clases de Fortaleza y contener el miedo quizá sea la más profunda.
El heroísmo es una material difícil de estudiar en los soldados, porque estos afirman invariablemente que solo han actuado como habría hecho cualquier buen soldado en su lugar. Entre otras cosas el heroísmo supone una negación del yo –uno esta dispuesto a perder la propia vida antes que las ajenas- de modo que en este sentido, hablar de la valentía que uno ha demostrado puede resultar psicológicamente contradictorio. Es como decirle a una madre que ha sido valiente por saltar entre los coches para salvar a su hijo.
Los civiles entienden que los soldados tienen un nivel básico del deber y que, por encima de eso, todo es bravura. Los soldados lo vemos justo al revés, o cumples con tu deber o eres un cobarde.
No es necesario ser soldado para experimentar el extraño consuelo de esta manera de ver las cosas. El coraje parece ser algo sobrecogedor, difícil de lograr, pero el trabajo es algo mundano y eminentemente loable, un proceso colectivo en el que todo el mundo corre algún riesgo.
Por mi cuenta, como en mis años de operaciones militares, siempre estaba controlando mi nivel de miedo porque no quería quedarme helado en el momento equivocado y bajo esa circunstancias, crear un problema, pero nunca me ocurrió y, una vez terminadas un par de comisiones, sentí que el miedo sencillamente se me iba o algo similar. No es que tuviera menos miedo de morir, era que morir tenía algo más de sentido en el contexto de una empresa de grupo de la que poco a poco empezaba a formar parte. Como norma general, sentía más miedo en mi litera, durante la noche, cuando gozaba del lujo de preocuparme por mi propia suerte, que no en alguna colina del exterior, cuando me inquietaba por la suerte de todos mis compañeros.
El grupo en el que me encontraba durante mi época de militar, poseía una lógica y un poder que anulaban todas las inquietudes personales de cada uno, incluso las mías, y en algún punto de esa pérdida del yo, podía hallarse alivio a la terrible preocupación sobre lo que te podría suceder. Y era sin duda obvio que si las cosas se complicaban bastante –y no había razón para pensar que no sería así- las diferencias entre nosotros se tornarían una cosa insignificante.
La manifestación fisiológica del miedo se da en el cerebro. Ocurre porque el cerebro está todo el tiempo escaneando a través de los sentidos todo lo que sucede alrededor de la persona, incluso cuando duerme. Si en algún momento detecta un peligro, se activa la amígdala cerebral –situada en el lóbulo temporal– y se producen cambios físicos inmediatos que pueden favorecer el enfrentamiento, la parálisis o la huida.
En el cuerpo el corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células, especialmente adrenalina, aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre, la actividad cerebral y la coagulación sanguínea, se detiene el sistema inmunitario, al igual que toda función no esencial, se dilatan las pupilas para facilitar la admisión de luz, la sangre fluye a los músculos mayores, especialmente a las extremidades inferiores, el sistema límbico fija su atención en el objeto amenazante y los lóbulos frontales –encargados de cambiar la atención consciente de una cosa a otra– se desactivan parcialmente, se produce taquicardia, que es la aceleración del pulso, hay sudoración, temblores. La mente nos juega malas pasadas porque reaviva el temor y provoca pérdida del control sobre la conducta, lo que puede hacer que la persona se orine involuntariamente por falta de control de los esfínteres.
El miedo que hasta ahora he descrito, guarda relación con el mundo real, pero también existe el miedo imaginario o neurótico que no tiene correspondencia con el peligro. Le sucede a aquellos que evalúan por demás algo que tienen que hacer y terminan por imaginar el peor de los escenarios posibles, uno que no tiene por qué ser el más probable o ni siquiera ser tan perjudicial como se lo supone.
Generalmente cuando ocurre un accidente, como en este caso el mío, en las noticias se habla mucho de víctimas, de muertos, de dinero perdido en servicios de búsqueda y rescate; así mismo, en los periódicos se ha escrito mucho sobre el impacto psicológico que sufren las víctimas.
El estar expuesto a las condiciones climatológicas, la soledad y el aislamiento en la cima del cerro, la mordedura de la serpiente, en mi caso, la falta de un botiquín de primeros auxilios y de personal entrenado para ayudarme; van a ejercer un impacto de repercusiones importantes sobre la salud física y mental de las personas accidentadas.
En este punto se presenta una manifestación denominada stress, el stress puede ser definido como la respuesta fisiológica, psicológica y de comportamiento de un sujeto que busca adaptarse y reajustarse a presiones tanto internas como externas. El stress no es una enfermedad pero sí puede causar en el ser humano desde ligeros desórdenes psicosomáticos hasta la misma muerte. Pero este desequilibrio inicia con una manifestación que se le denomina “Síndrome General de Adaptación” (SGA).
El SGA tiene tres fases claramente diferenciadas: la fase de Alarma, resistencia y agotamiento.
El estado de alarma es el primero y el más importante, se presenta cuando estamos viviendo una situación inesperada, en mi caso en particular, me acaba de morder una serpiente de cascabel; en este preciso momento se activa el sistema del stress en todo mi organismo, es un estado de movilización generalizado de todas las reservas de energía. Uno de los primeros cambios es el incremento en la secreción de la hormona adenocorticotropica (ACTH) por parte de la glándula Pituitaria que se encuentra en la base del cerebro, la cual actúa sobre las glándulas suprarrenales, motivando la segregación de ADRENALINA, responsable del estado de máxima alerta de todo nuestro organismo, provocando en consecuencia, la liberación de las reservas de glucosa, ácidos grasos libres, hidrocorticoides, esteroides, etc. Como consecuencia de este estado de alarma, aumenta la frecuencia cardiaca y la tensión arterial, la frecuencia respiratoria, la tensión muscular, la transpiración, la liberación de factores coagulantes de la sangre, la redistribución de la sangre a favor del cerebro y de los músculos y por consiguiente la disminución del ritmo digestivo.
Existe un limitado volumen de energía para adaptación disponible y concentrarla en una sola demanda aumenta en forma creciente nuestra vulnerabilidad a otras demandas, en especial si se tiene en cuenta que el stress es de carácter acumulativo, es decir que si no se hace nada para eliminarlo, los residuos bioquímicos y la tensión emocional que causan ciertos eventos, estos van a mermar nuestra capacidad de respuesta ante otros eventos.
El estado final es el agotamiento, el stress prolongado va dejando cicatrices bioquímicas indelebles que nos predisponen a las enfermedades a las infecciones, el envejecimiento y la muerte y en el contexto de una situación de supervivencia, estamos hablando de la disminución significativa del óptimo desempeño y por ende, de la eficiencia y de la eficacia de nuestras habilidades, haciéndonos proclives a cometer errores que pueden llegar a ser fatales, debido a que en esta fase presentamos problemas de memoria, desorientación, confusión mental, dificultad para actuar en forma lógica, solucionar problemas y tomar decisiones, dificultad para la concentración, atención y memoria, pérdida de la objetividad, pérdida de las habilidades para conceptualizar alternativas o priorizar tareas, lentitud o dificultad en la comprensión.
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