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La última patrulla... Cuando estas tierras eran nuestras.




¡Oh gran espíritu!



¡Oh gran espíritu!

Cuya voz oigo en el viento.

Y cuyo aliento da vida a todo el mundo.

Escúchame.

Yo soy pequeño y débil,

Necesito de tu fuerza y sabiduría.

Permíteme caminar por la senda de la belleza y que mis ojos contemplen siempre el rojo y el morado del ocaso.

Haz que mis manos respeten las cosas que has hecho y da a mis oídos la agudeza para oír tu voz.

Hazme sabio para que yo pueda comprender las cosas que tu enseñaste a mi pueblo.

Permite que yo aprenda las lecciones que tu has escondido en cada hoja y en cada roca.

Permíteme ser fuerte, no para colocarme por encima de mi hermano, sino para luchar contra mi mayor enemigo: yo mismo.

Haz que siempre esté listo para ir a ti con la vista en alto y las manos limpias. Así, cuando la vida se desvanezca, como se desvanece el sol en el ocaso, mi espíritu pueda ir a ti sin asomo de vergüenza.


Oración de Papikuano.

Gran jefe Kikapú

1879-1970





Era pasado el medio día y me encontraba recorriendo los poco más de ciento cincuenta kilómetros que separan la ciudad de Piedras Negras en el estado de Coahuila, de la comunidad Kikapú, que se encuentra en el ejido “El Nacimiento”, para ser exactos, en medio del valle de Santa Rosa. Iba apoyándome de la superficie de las rocas escarpadas que se encuentran distribuidas a lo largo de la vereda que guía mis pasos a través de la sierra madre oriental. Mi intención es llegar hasta ese majestuoso lugar de donde la región recibe su nombre, es decir, ese lugar donde se encuentran los manantiales que nutren de agua el afluente del rio Sabinas…


De pronto, muy cerca de mi se escucha el tenue siseo que producen las serpientes de cascabel cuando están en estado de alerta por la presencia de algún depredador o ante una presa… en cuestión de segundos, cuatro largos colmillos blancos y curvos se hunden en mi pierna derecha… ante la sorpresa que me envuelve, flexiono la rodilla, me doy vuelta para encontrar a mi atacante y la veo a escasos centímetros de mi, enrollada, amenazadora con su lengua bífida alargándose entre nosotros como marcando la distancia que nos debe mantener separados. No es una serpiente muy grande, pero su tamaño me hace recordar que no debo perder tiempo tratando de atraparla y mucho menos debo matarla…


Con insistencia trato de alcanzar mi pantorrilla con mi boca, pero no soy tan flexible como lograr semejante hazaña, la idea es succionar la mayor cantidad posible del veneno que me ha inoculado la serpiente, pero solo alcanzo a ver como una gota de sangre roja sale de los orificios que me han dejado los cuatro colmillos.


Me dejo caer sobre la vereda desesperadamente tratando de quitarme la mochila que llevo en la espalda. Cuando la tengo en mis manos busco con ansiedad entre las pocas posesiones que llevo conmigo, aquel viejo torniquete militar que siempre me acompañó y trato de colocarlo entre la mordedura de la serpiente y mi corazón. Una vez que lo he colocado, busco en mi botiquín una jeringa, la mas grande que traigo conmigo, una jeringa de veinte centímetros cúbicos; extraigo su émbolo y con mi navaja corto la parte inferior del tubo, exactamente donde se une el pivote de la aguja con el tubo. Rápidamente vuelvo a introducir el émbolo, pero esta vez lo hago desde la parte donde acabo de hacer el corte; el área donde la jeringa tiene sus dos orejas me servirá de base para colocarla por encima de cada orificio que me han dejado los colmillos de la serpiente y entonces, en lugar de hacer presión con el émbolo, hago una bomba de succión para tratar de extraer el veneno de cada una de las heridas.


Conforme estoy tratando de salvarme la vida con este método improvisado y de emergencia, me doy cuenta que de ella sale una mezcla de sangre oscura y un líquido blanquecino. Frente a mi esta tirado mi bordón, lo veo y hago mentalmente el calculo de la distancia que necesito recorrer para poder tomarlo, en realidad solo estoy en una fase de pánico por el incidente que estoy viviendo. Lo recojo y con rapidez me voy incorporando y trato de colgarme de nuevo la mochila en la espalda, con la intención de retomar mi sendero poniendo distancia entre la serpiente que me acaba de atacar y tratando de llegar a los manantiales del rio…


Ya de regreso en el camino, hago un esfuerzo mental por recobrar la concentración y tratar de calmar la ansiedad que me empieza a envolver… en este momento estoy consciente de que mi vida depende de mi habilidad, mi mente y mi equipo… es una situación de supervivencia. A partir de este momento mi viaje se ha convertido en una prueba de resistencia que pondrá a prueba todo lo que soy, todos mis músculos… debo concentrarme en mantener firme mi fuerza de voluntad, el deseo de no verme vencido, de sobrevivir. Al final, todo se reduce a este momento, a mantener una actitud psicológica fuerte, férrea, que me permita continuar sin desfallecer. A partir de aquí, tendré que sobreponerme a la desesperación, a la angustia, al dolor, al hambre y a la fatiga…


Estoy calmado… sigo mi camino sin prisa…


Desde que yo era niño, soñaba con realizar este viaje, pero quería hacerlo con calma, para poder reencontrarme con aquel viejo sendero que mi padre me describió infinidad de ocasiones mientras me contaba viejas historias relacionadas con el origen de nuestra familia allá por los años de 1920, cuando mi abuelo Baltazar Perez Cazares, nació y creció en el núcleo de la tribu Kikapú.


De repente sentí mucho frio, yo tenia mucho frio en todo el cuerpo, desde las manos y hasta los pies; pero no detengo mi marcha, continuo andando y vuelvo a sentir la tranquilidad de sentirme seguro de lo que estoy haciendo, además de que soy un hombre joven y maduro (si se puede decir), pero estoy sano, me mantengo relativamente fuerte por el ejercicio que he practicado durante toda mi vida. No tengo de que preocuparme, la mordedura no debe ser fatal, pero mi paso ahora será conservador, podría decirse que lento, pero sigo avanzando poco a poco.


El paisaje a mi alrededor se observa precioso, aunque a ratos y seguramente debido a la ansiedad que me come, se torna gris, casi sin encanto, pero mis pasos continúan por la vereda, dejándome una sensación de lentitud, los segundos del reloj se sienten inmensos, parecen horas, transcurren lentos…

Y de repente, mis pies no me responden, mi cuerpo se desvanece en una caída sorpresiva y me encuentro ahora tratando de detenerme de algún árbol o alguna roca… y sin más, un golpe seco contra el suelo detiene mi caída, me tomo un momento en silencio, reflexionando. Para mi, ser fuerte no es más que un tropiezo en este penoso andar, un resbalón sin más consecuencias que unas magulladuras en las manos y rodillas que me han ayudado a frenar mi colapso.


¡Al fin! El rio sabinas con sus frescas aguas se muestra reluciente frente a mis ojos. Me acerco con premura para beber un poco del liquido que rebosa en la superficie y así poder saciar mi sed. Me mojo la cabeza tratando de sentirme fresco. Me descubro la pierna dejando ver la herida de los colmillos, me aflojo el torniquete y con mucho cuidado lavo la marca que me dejo el ataque de la serpiente; una vez más ocupo la ventosa improvisada con la jeringa para succionar un poco más, tratando de extraer la mayor cantidad de veneno que pudiera haber quedado. Me dejo caer por un momento en el suelo. Recostado sobre mi mochila que ahora me separa del suelo. Con mi cabeza recargada sobre la mochila y los ojos puestos en el cielo, me doy cuenta que estoy muy agitado, pero no logro distinguir si este pudiera ser síntoma del veneno que me inyecto la serpiente o simplemente es debido al cansancio de mi caminata. Sin embargo esta situación no me alarma, pues en el peor de los casos seguiré aquí, recostado en medio de la llanura. Tengo agua y comida para unos días más; luego, cuando la inflación de mi pierna disminuya, seguiré caminando hasta llegar a la comunidad Kikapú.


La tarde se ha ido lentamente, empieza a caer la noche; sin muchas ganas enciendo fuego para prepararme algo de comer, unas papas guisadas con huevos y algunas tortillas. Se sufre un poco cuando estas en estas circunstancias y muy a pesar del dolor de mi pierna, me estoy quedando dormido…


…hijo, hace muchos años, cuando estas tierras eran nuestras, Wizaka, hijo de Kitzihaiata, creo el mundo; una araña tejió una gran telaraña para anclarlo al norte y de esta manera evitar que cayera. La araña tomo un aro de sauce, el de mayor edad; en el colocó plumas de águila, pelo de caballo, cuentas de chaquira y otras ofrendas y comenzó a tejer desde afuera hacia dentro. Todo ello representa para nosotros, los nativos de américa os círculos de que esta compuesta la vida, nos enseña también como empezamos la vida al nacer, siendo bebés y la manera en que crecemos durante la infancia para alcanzar la edad adulta hasta convertirnos en ancianos, una edad en la que debemos ser cuidadosos con nosotros mismos como cuando éramos bebés. Completando de esta manera un circulo perfecto.


En cada tiempo de nuestra vida hay muchas fuerzas. Algunas son buenas y otras son malas; cuando en un momento de tu vida te encuentras con las fuerzas buenas, ellas te guiarán en la dirección correcta; pero si solo pones atención o solo escuchas a las fuerzas malas, ellas te lastimarán y te llevarán en la dirección equivocada.


Aquí, en el mundo, existen muchas fuerzas y diferentes direcciones y todas ellas pueden ayudar o interferir con la armonía de la naturaleza y con las enseñanzas del gran espíritu.


Si observas la telaraña, ella es un gran circulo, un circulo perfecto, pero en el centro tiene un gran agujero. Nosotros, la nación Kikapú, creemos en la telaraña para ayudarnos a nosotros mismos y de esta manera poder ayudar a nuestra gente a alcanzar sus metas y hacer buen uso de las ideas de nuestros hermanos y de las nuestras, de nuestros sueños y nuestras visiones. Si tu como nosotros, crees en el gran fuego, la telaraña atrapará tus ideas buenas y las malas se irán por el agujero, de esta manera Wizaka le pasó su visión a las personas y ahora, los Kikapúes conservamos el atrapa sueños como una red de vida para cuida de nuestros sueños. Lo bueno de cada uno de ellos es atrapado en la telaraña de la vida y lo malo escapa a través del agujero en el centro de la red y ya no será más parte de nosotros. Es de esta manera que la gran tela de araña sostiene nuestro destino y el de la nación Kikapú…


…No sé cuanto tiempo ha pasado, me despierto y la luz viene de oriente, cálida pero a la vez fresca. Al parecer he dormido toda la noche hasta el amanecer. La pierna me duele aún pero no me siento enfermo. Tomo mi vaso con un poco de agua, estoy sediento; preparo un poco de avena y me acuesto otra vez, sin embargo, todo empeora de pronto. Sin duda es una recaída.


Para el medio día me sentía realmente asustado. Tirado en el suelo y una vez más, pierdo el conocimiento…



…Hijo, vivir en las montañas significa para nosotros, vivir dificultades; la montaña nos brinda educación, nos llena de confianza en nosotros mismos como individuos, como nación, pero no debes confundir esta enseñanza con el vano sentimiento de superioridad. Los guerreros Kikapú no somos una élite privilegiada, somos tan solo simples seres humanos con familia, con una sociedad y a ellos debemos los mismos deberes y obligaciones que el resto de los seres que habitan este mundo. Pero el guerrero tiene la noble misión de ser antes que parecer; es decir: la jactancia, el ruido que hace el alarde o la búsqueda de fama, las especulaciones sin sentido, perjudican la esencia del guerrero. El hombre capaz, el buen amigo, aquel en el que se puede confiar no se distingue por sus fanfarronerías, sino por su perseverancia. En él, la verdad es natural. Por eso el guerrero ve, observa y aprende; pues la verdadera comprensión de nuestro mundo radica en la forma en que vemos y aprendemos de lo que la vida nos muestra. Pero ten presente que esto requiere de interés y esfuerzo para obtener la experiencia necesaria; quien solo mira su alrededor sin tomar conciencia de la belleza que le rodea, no hace otra cosa mas que descubrir colores y formas; comprende poco y aprende menos. Es por eso que Wizaka nos brinda las montañas para poder contemplar las formas y los colores que le dan sentido a nuestro mundo; con sus nieves y sus hielos que al contacto de los cálidos rayos de sol se derriten para brindarnos la esperanza de ver de nuevo crecido el caudal de nuestro rio, quien a su vez nos proveerá de agua fresca que llenará de vida las plantas y los animales que habitan junto a nosotros.


Desde aquí, Wizaka nos deja contemplar a detalle cada montaña, siempre llenas de verdor y con miles de contrastes, su altura, sus formas, la inclinación de sus laderas que viajan desde el norte y hasta el sur, sus difíciles pendientes, la abundancia del agua en sus ríos que corren paralelos a nosotros.


Luego, cuando la primavera nos envuelve con sus brillantes luces y temperaturas amigables, somos testigos de cómo la vida renace frente a nosotros y se vuelve todo esto, un espectáculo maravilloso; ver el color de las hierbas resurgir desde el suelo y hasta sus flores; como poco a poco el follaje le va ganando terreno a la blancura de la nieve que con cada amanecer se aleja un poco más de nuestro hogar y así, de esta manera, los tallos de las plantas que ahora cubren el suelo a nuestros pies, pueden respirar los nuevo aires cálidos y los árboles van perdiendo ese triste tono rojizo que los hacia parecer como calcinados por el invierno.


Miles de flores adornaran las praderas, flores blancas, azules, rojas o amarillas se multiplicarán y formarán colonias llenas de color a lo largo y ancho de los campos y caminos de nuestra nación.


Aquí abajo, en ls praderas, los arboles que ahora le han ganado una batalla más al frio que las nieves del invierno trajeron, se contagian de este renacer florido. Si observas hacia la cima de las montañas, podrás encontrar cedros, castaños y pinos, que también van dejando atrás ese traje ceniciento con que los vistió el invierno, hasta lograr ese hermoso color verde claro con que se visten las montañas cual si fuera un traje pintado de magia, llenando nuestros corazones de gratitud por permitirnos ser testigos de semejante milagro mientras caminamos entre la hierba o bajo los arboles, pues esta es la manera en que Wizaka nos permite ser uno en la vida nueva que brota desde la alfombra de hojas que se posan bajo nuestros pies.


A lo largo de la montaña y cubierta en sus laderas, los bosques se unen como en una danza espiritual con las grandes alfombras de pasto y follaje, siempre en sincronía con cada sendero serpenteante que dan rumbo y dirección a nuestra nación.


La presencia de arboles grandes nos da cuenta y nos enseña que bajo los fuertes troncos existe una gruesa capa de tierra fértil que sostiene erguida la belleza y magnificencia que ellos poseen y que ha sido bendecida con abundante agua que el deshielo les ha traído.


Desde hace muchos años, nuestros ancestros han profesado una arraigada veneración por todos nuestros santuarios naturales; desde aquellos tiempos, nuestra nación apenas si se atreve a profanar las plantas de las montañas, pues han sido fuente de vida y de salud para todos nosotros a lo largo de muchas generaciones.


El viento que refresca nuestros santuarios produce sonidos que asemejan la voz del gran espíritu y para aquellos que no son dignos de escucharlo, su voz puede llegar a parecerles como de seres sobrenaturales que habitan escondidos entre la maleza que les rodea; es por eso que nuestros guerreros cuando han tenido la necesidad de de recolectar leña para mantener encendido el fuego sagrado, lo hacían recogiendo solamente las ramas que yacían tiradas en el suelo, pero si por alguna razón, les era necesario tocar con el filo de sus hachas alguno de aquellos arboles, lo hacían con gran respeto y ofreciendo una oración para solicitar el perdón del árbol que estaban a punto de lastimar.


Mientras caminas por el largo sendero, habrás podido observar a cada paso que diste, posados en el suelo, la huella que dejado aquel tronco de dimensiones poderosas y que ha caído al suelo ya sea por la acción del tiempo o por las enormes y frías nevadas que hoy, lo han logrado vencer; pero junto a estas enormes esculturas naturales que yacen en el suelo crecen otros, unidos ahora en la vida y en la muerte junto al enorme pilar del este árbol que esta por desaparecer, creando de esta manera un microcosmos en el que habitan de igual manera una enorme diversidad de seres vivos y otros muertos.

Frente a este panorama, es posible que el aspecto que ahora nos brinda la montaña se torne de cierta manera como severo, pero nosotros, los guerreros Kikapú, lo encontramos confortable, es nuestro hogar, un hogar que se yergue iluminado por suaves rayos de luz que alumbran nuestros pasos; rayos de luz que se conjugan con el fresco verdor de las hojas de los arboles y que confortan nuestros pasos y se combinan con las sombras frente a nuestros ojos, dándole a la montaña, una impresión de mundo irreal, fantástico, de suaves matices en los cuales encuentran hogar infinidad de seres; algunos de ellos se arrastran bajo el suelo cubierto de hojas o entre el follaje de las hermosas flores que danzan al compas del viento que las mece frente a las rocas, los musgos y los hongos que nos asombran con su textura de suaves alfombras que cubren el suelo bajo nuestros pies.


Con cada cambio de estación, la montaña nos regalara una apariencia diferente. En otoño, los colores que visten al follaje nos deleitaran con tonalidades que van desde el amarillo y rojizo, llegando al punto en el que las copas de los arboles se marchitarán y sus hojas caerán sobre la tierra formando una espesa capa que alfombrará el suelo y que con el paso del viento que las acaricia, nos alegrará con hermosas notas musicales.


Cuando llegue el verano, la montaña en su parte más alta, allá donde crecen los pinos, tendrá un aspecto sombrío y aterrador, como dando la apariencia de que guarda celosamente los secretos de Kitzihaiata, secretos que nos son revelados mediante sordos murmullos que brotan como nacidos de las ramas de los pinos y que se extinguen con el paso del viento, reproduciéndose de manera constante e incesante, lo que les otorga una apariencia de tener voluntad propia, una voluntad tenaz y poderosa que los vuelve uno con todo lo que les rodea, unidos en un mismo sentimiento y compromiso para preservar el secreto o bien para comunicarlo a cada guerrero.


El éxito para vivir en la montaña depende de la preparación de cada individuo, por eso es indispensable desarrollar habilidades y un buen estado físico, gran capacidad para comprender las condiciones del terreno y del clima. La montaña representa una prueba física; pero para vivir en ella es necesario estar familiarizado con sus características y condiciones particulares. Es por eso que mientras mas te adentres en ella, podrás ser testigo de la gran cantidad de hijos que la montaña ha engendrado, algunos de ellos son pequeños insectos que nos envuelven con sus intrépidos vuelos mientras caminamos por largos caminos , o bien, escondiéndose entre los arbustos o zumbando libremente por el aire. Te podrás encontrar con algún reptil que desaparece rápido y temeroso entre las piedras. Aves que alegran el día con sus bellos cantos.


Pero también habitan aquí huéspedes temerarios que encuentran refugio en la vastedad de las colinas. Otros que por su condición de convertirse en presa de los humanos, se han convertido en ladrones atrevidos.


También los hay los que son animales rapaces y que con el dominio de las grandes alturas cubren con sus alas el enorme horizonte antes de procurarse alimento o cobijo.


El águila es hermosa y poderosa, y podrás verla en todo su esplendor cuando se posa sobre alguna roca inaccesible para nosotros pero, es mas magnífica cuando se aparece por encima de nuestras cabezas cual reina y señora de los cielos.


El oso que con su vigoroso cuerpo tiene la capacidad de triturar huesos, nuestro pueblo le tiene una enorme simpatía, pero cuando el guerrero Kikapú ha tenido necesitado de el y después de haberle dado un ultimo golpe con su hacha y con grandes esfuerzos logrando derribarlo cubierto de sangre en el suelo, se arrodilla frente a el para implorar su perdón diciendo: “te he matado, pero mi familia y yo tenemos hambre y frio y tu eres tan bueno que sabrás perdonar mi crimen” y hacemos porque es del oso de quien hemos aprendido las costumbres paternales. Las hemos encontrado en la calidez de sus cuevas, en esas enormes madrigueras tapizadas de musgo. Porque es ahí donde “Él” practica las buenas virtudes familiares pues siendo siempre bueno con sus cachorros que alegres y saltarines y un tanto caprichosos, él, honrado, cándido y benévolo siempre los protege.


Al coyote, nuestra cultura le considera un ser sanguinario, malo, cobarde y vil. Es un ser que cuando ataca, desgarra a su victima y se bebe su sangre. Todos los animales le odian y el odia a todos los animales y se conforma con atacar a los más débiles o a los heridos. Su condición natural le ha permitido desarrollarse en las praderas, pues resulta demasiado fácil para el, dar carreras muy largas.

Y esta también el venado a quien la naturaleza le ha permitido poder brincar de roca en roca, saltar incluso por las enormes cañadas, convirtiéndose de esta manera en el verdadero habitante de la montaña. El venado no le teme a ningún tamaño de barranco, se posa de un salto en lugares en los que al más valiente guerrero no se atreve a escalar. Pero el venado es un ser bueno y muy sociable, pero definitivamente es más fácil matarlo que domesticarlo.


Y por su parte, el tejón pasará todo el invierno en su cálida madriguera, abriendo túneles por debajo del suelo por el que nosotros caminamos, buscando alimento.


Nuestra nación, separada por los grandes valles y sus altas colinas, se ha mantenido separada de otras naciones, valiéndose de la protección que la montaña nos brinda y del cobijo que os abriga… nos ha hecho suyos. Hemos desarrollado nuestras costumbres, nos hemos forjado bajo la influencia de la montaña. La fatiga de subir y bajar por sus laderas, la sencillez del alimento que en ella encontramos, el rigor de sus fríos inviernos, la lucha constante contra los elementos ha hecho de nuestra nación una nación aparte. La montaña ha forjado nuestra actitud y nuestro carácter. Ha guiado nuestra forma de pensar y de sentir y ello nos hace únicos, un espíritu que nos permite valorar el tesoro más importante que poseemos, la libertad.


Pero consideramos que lo mas importante para nuestra comunión es el trabajo solidario, todos somos necesarios para cada uno y cada uno lo es par todos, todos somos hermanos y pertenecemos a la misma familia.


Recuerda, todo Kikapú tiene la obligación de cumplir con lo que dios nos ha mandado. Kitzihaiata, el gran fuego, nos ha escogido a nosotros, para poblar la tierra cumpliendo sus mandatos y de esta manera podamos estar preparados para enfrentar el momento final del mundo, porque a este mundo lo antecedieron otros tres mundos, todos fueron destruidos. El primero por el aire, el segundo por la putrefacción y el tercero por el agua. Cuando el tercer mundo fue destruido después de una lluvia de ochenta días, todos se ahogaron, excepto nosotros los Kikapú, y ahora nuestra Nación se encuentra habitando el cuarto mundo, que será destruido por el fuego y cuando esto ocurra, Kitzihaiata nos permitirá ir junto a el a cazar venados hasta el final de los tiempos.


Ten siempre presente que ser un buen Kikapú significa cumplir con nuestras costumbres de cacería, con las ceremonias de purificación, las de año nuevo. Debemos preservar el fuego sagrado. Todo ello a través de nuestras oraciones y sacrificios. Debes conservar siempre encendido el fuego en tu casa, pues es la manera en que mantenemos viva la oración a Kitzihaiata. Sobre este fuego sagrado secarás las lenguas y los costillares de los venados, los que comerás en las misas y los bautizos, en la fiesta de año nuevo y cuando regresemos al campamento de invierno.


Cuando sea el momento de morir, ten presente que el guerrero Kikapú enfrenta la muerte con dignidad, nosotros creemos que el gran espíritu fue quien nos puso en la tierra y es el mismo quien tiene el poder de llamarnos cuando le plazca. Lleva siempre en mente que la vida en el más allá estará entretenida con juegos, danzas y cacerías al lado de Kitzihaiata.


Si eres observador, te darás cuenta que todo a tu alrededor tiene espíritu, vida y poder, es por ello que debes seguir las reglas que a nuestra Nación le han sido impuestas. No cometerás suicidio, no mataras a otro Kikapú ni a otro indio de otras naciones, no debes fallar al cumplir con nuestras ceremonias, nunca beberás en exceso, no robarás, no cometerás adulterio, no mentirás, no acumularás riqueza, no participarás en brujerías y nunca esparcirás rumores de cosas malas. Lucharás siempre por vivir en armonía con todo y con todos… ese es y ese ha sido por siempre el secreto para conservar nuestra identidad a través de los años.


Danzarás la tegua en abril, harás en su momento la danza del guajolote, la del coyote, la del oso. Danzarás con orgullo la danza de la muerte al son de los tambores y la flauta. Cabalgarás al horizonte recordando el regreso de nuestros guerreros que lucharon en las guerras ancestrales. Purificarás y adornarás tu cuerpo cuando sea el tiempo de nutrir tu alama en la luna del lobo, pues el lobo ha sido nuestro guía hacia lo sagrado. El lobo es el maestro que nos señala el camino y nos da sabiduría a los hombres. Si eres atento, te darás cuenta que en esta luna, la de enero, el frio es más intenso y las manadas de lobos abundan y se pasean por las orillas de nuestra Nación, la nieve del invierno es copiosa y es la época de la purificación personal.


Los Kikapúes somos luchadores formidables, nuestro modo de vida, lo agreste de la topografía de nuestras tierras, nuestra organización social, nuestras creencias religiosas, pero sobre todo nuestra temible fiereza nos ha formado como excelentes guerreros.


¡Abuelo! El hábil dominio de los instrumentos de guerra los aprendí de ti, en la niñez. Apenas había caminado cuando me diste mi arco y mis flechas, con ellos practiqué durante muchos días cazando insectos y animales pequeños. Ya más grande me permitiste acompañarte durante la luna llena del venado, que es cuando los venados cambian su cornamenta y les crece. Esa noche, me diste la oportunidad de encontrar la afirmación personal e individual. Esa noche fue el encuentro de la conciencia y la responsabilidad como parte de esta gran nación. Esa noche te acompañe a cazar el venado y de esta manera aprendí a identificar madrigueras y a colocar cebos, afine mi puntería. Junto a ti desarrollé mis sentidos y la habilidad para desplazarme con sigilo y rapidez. A partir de ahí, mis flechas ya daban cuenta de animales del tamaño de las reses, venados, veloces liebres y escurridizos ratones.


Recuerdo claramente aquel arco que tu me regalaste, tenia el tamaño de dos tercios del largo de mi cuerpo, llegaba desde la cabeza y hasta mis rodillas. Utilizaste para construirlo, la rama de un mezquite. Las flechas estaban eran delgadas con punta de pedernal, sujetas con tendones de venado y en la parte final marcaste unas ranuras donde colocaste plumas de águila. Todas mis flechas las portaba orgulloso colgando de mi espalda en aquel carcaj de piel de venado que mi madre cosió para mi.


Siempre que estuve de caria contigo padre, me fue necesario llevar cuatro o cinco flechas en mi mano, para tratar de igualar tu rapidez al disparar o la velocidad con que te desplazabas por aquel terreno agreste, esa facilidad que tenias para moverte entre abruptas y espinosas serranías, siempre al alba o al crepúsculo.


¡Hijo! Nosotros no somos pobres, vivimos con humildad las tierras que nos han sido heredadas. En ellas podemos cultivar y así comemos, tenemos una gran riqueza que Kitzihaiata nos ha brindado, agua, tierras fértiles, peces… Hay gente que sabe que somos ricos porque hemos logrado conservar todo esto durante muchos años. Por eso nos toca pelear y morir. Para que no se destruya. Nosotros somos transitorios en este mundo, pero hay que defenderlo, defender la tierra que hemos tomada prestada de nuestros hijos. Con el paso de los años, mientras nos volvemos adultos, olvidamos muchas cosas importantes, tenemos que volver a aprender de nuestros mayores. Ellos nos dan la sabiduría que nutre el tejido de la vida, nos dan el legado que hemos de dejarle a las nuevas generaciones, nos dejan la palabra, nuestros símbolos, nuestro idioma.


¡Hijo! Dice la leyenda que cuando nuestros ancestros iniciaron la travesía, tuvieron que recorrer grandes extensiones de tierra, cabalgando a pelo. Los valientes guerreros enfrentaron el desierto, las bravas aguas de los ríos, las armas de los invasores. Cansados del viaje cruzaron a lo que hoy es Coahuila en el territorio mexicano, al lugar donde Kitzihaiata envió a la gran tarántula para que tejiera la telaraña que sostendría por muchos siglos a nuestro mundo Kikapú.


Hoy que eres un hombre, si eres paciente, podrás ver a lo largo de las praderas como cruzan cautas, con ese mismo misticismo que describe la leyenda, decenas de tarántulas, uno e los animales sagrados de nuestra tribu, cuya danza entre los sabinos rinde tributo a la riqueza natural de esta región de Coahuila, donde las aguas del rio sabinas brotan con musical alegría de la tierra.


Yo ya estoy viejo, pero muy sano aun, he tratado de guiarte lo mejor que se puede, pero lo más importante es mantener vivas nuestras tradiciones, nuestra lengua, la ceremonias que nuestros antepasados nos enseñaron para agradecer a la tierra lo que nos da, pues la tierra es nuestra madre y el fuego nuestro padre, la luna nuestra abuela y el suelo nuestro abuelo. Y para ellos son nuestras oraciones. Nosotros no oramos para que dios nos de algo, mas bien, oramos para ofrecerle a dios los frutos que nuestra madre tierra nos ha dado. Con nuestras oraciones entregamos el corazón al espíritu en una comunicación espiritual y mística. Mantenemos una comunión con dios a través del cumplimiento de su voluntad y celebrando todas y cada una de nuestras ceremonias a través de la caza, la misa y la danza.


Pero recuerda, nuestro nombre significa “Los que andan por la tierra”… es por eso que somos guerreros que viajan.


Ahora te toca a ti, iniciar tu viaje por la vida…



…Antes del crepúsculo, no sin esfuerzo, me incorporo tambaleándome, y enciendo la fogata. No quiero quedarme a oscuras en medio de esta planicie fría y desolada. Me inclino aprensivamente, hacia el espejito que siempre llevo en mi camelback. El rostro no parece más largo y flaco que antes, pero tengo las mejillas enrojecidas. Los grandes ojos negros, congestionados ya que me miraban con un ardor febril, y el hirsuto cabello castaño completan el retrato de un hombre muy, pero muy enfermo.


Me vuelvo a recostar sobre mi mochila en el suelo, sin miedo, pero seguro casi de que puedo morir. De pronto se sentía mucho frio devorado yo por la fiebre. La fogata frente a mi, iluminaba algunos rincones de la planicie.


La noche fue una larga pesadilla: torturado por accesos de tos, sofocado, consumido primero por el frío, y luego por la fiebre. Una erupción similar al sarampión me empieza a cubrir el cuerpo.


Al alba me hundo otra vez en un sueño profundo.


Despierto a media mañana con una inesperada sensación de bienestar. Había temido lo peor, pero me encontraba casi curado. Ya no me ahogaba, y la hinchazón de la pierna había desaparecido. El día anterior me había sentido muy enfermo, y no había pensado en la mordedura. Ahora, la pierna y la enfermedad eran sólo recuerdos, como si una hubiese curado a la otra. A mediodía había recobrado la lucidez, y casi todas mis fuerzas.

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