La última patrulla... Donde todo inicio.
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Donde todo inició.
Hola, quiero presentarme contigo; mi nombre es José Luis Pérez Ortiz, puedes llamarme “Indio o Azor” o si te es más cómodo, “Indioazor” quiero contarte algunas cosas acerca de mi:
Durante los últimos veinte años de mi vida, he trabajado en el ejercito mexicano, en algunos hospitales militares, en algunas corporaciones policiacas, en algunas ciudades del país; siempre en una búsqueda incesante por una vida que no consumiera mi alma. Nunca he encontrado ese trabajo.
Debía de haber caminado como mínimo un millón de kilómetros por aquellos lugares de paredes desoladas en los cuarteles militares. Las paredes verdes, de bloques de cemento, eran las mismas contra las que tantas noches me había apoyado, con los huesos de la espalda tan doloridos como los de una mula de carga y los pies como dos masas de carne muerta pegadas a los tobillos.
Pero también había cosas buenas. Me las arreglé para enamorarme un par de veces en cada vieja y destartalada casa de desgracias donde habité. ¡Que tiempos aquellos! Besos furtivos a las damiselas conocidas en calles vacías. Arrebatos de pasión en escaleras desiertas. Ojos que asomaban por encima de mascarillas quirúrgicas y que decían cosas que los sabios nunca podrían expresar. Amor entre las ruinas. Amor irreprimible que brotaba entre el drama y la agonía de un hospital del centro de una gran ciudad, como briznas de hierba que consiguen multiplicarse y crecer en las grietas de una acera de cemento. Yo era joven y romántico por aquel entonces.
Cada vez que empiezo un nuevo día, me obligo a mi mismo a cenar cada noche en una mesa como un ser humano civilizado, en vez de engullir apresurados bocados de comida entre una llamada de emergencia o un operativo militar.
Pero no quiero agobiarte con malas noticias de mi vida…
En mis horas libres, durante mis días de escuela, practiqué el Escultismo junto a grandes amigos, ¡Durante los dieciocho años que duró mi infancia unida a mi juventud!, ¡Se nos permitió divertirnos, realizando en compañía de otros amigos, aventuras que nos transportaron por el inmenso territorio del estado de Coahuila, fortaleciendo nuestro cuerpo y liberando así el alma, para buscar incansablemente metas que nos permitan trascender en el mundo de las responsabilidades.
En aquella época nuestras excursiones eran feroces! La verdad, las actividades que teníamos eran sumamente duras.
¡Recuerdo bien aquella Tropa! Las actividades eran sencillas: todos los sábados no reuníamos. Teníamos una ceremonia de apertura para la reunión y otra de clausura, y pasábamos dos horas de intenso aprendizaje, juegos de resistencia física y mucha, pero mucha convivencia.
Allí, en la Tropa de Scouts, fue el escenario donde se nos presentaron los retos. ¿En qué consistían esos retos? En acampar organizadamente, he dicho bien: organizadamente y no anárquicamente ni desordenadamente. Con organizadamente quiero decir, con distribución de responsabilidades individuales, que se orientan en su acción al bien propio y colectivo simultáneamente, cumpliendo con eso de que lo que es bueno para uno lo será para todos. Ante estas circunstancias había que sobrevivir por un tiempo definido en condiciones naturales, lo que eran un reto para nosotros de jóvenes, como siempre lo es el contacto directo con la naturaleza. Se contaba con elementos sencillos, simples, como plásticos con los que construíamos refugios para guarecernos de la lluvia, del frío, del sol; las condiciones a las que llamamos “a la intemperie”. Había algunas herramientas como hachas, cuchillos, mecates, estacas, palos de escoba de madera para hacer construcciones, leña con la que iniciábamos fuego para cocinar y calentarnos. Había también utensilios como cacerolas y sartenes en los que preparábamos los alimentos; tazas y platos donde servirlos y comerlos; lámparas de mano con las que nos alumbrábamos y otras pocas cosas más. Y también, ¡naturalmente! no faltaron cobijas para abrigarnos en la noche a la hora de dormir, gorras para cubrirnos la cabeza. Todo lo demás que requeríamos era temple, decisión, seguridad en sí mismo y habilidad e inteligencia para vencer las pruebas de campamento.
Ah, pero había que saber usar todos aquellos utensilios y herramientas.
Al pasar las semanas de campamento, aparecía toda una organización social de manera espontánea y natural. Se había constituido una familia alegre, y la ley que regía al grupo era la fraternidad. Ninguno de los que regresaron a su casa después de un campamento, volvió como había partido. Para todos, aquellos campamentos fueron una oportunidad de adquirir experiencias con las cuales se iniciaba el crecimiento personal. Con esos campamentos, había ocurrido una transformación en cada persona y el secreto no estaba solamente en lo vivido, sino en que, en todas las enseñanzas tenían cabida muy especial, el adiestramiento de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Estos al emplearlos durante los retos impuestos para cada campamento, ampliaban la conciencia y percepción que teníamos de nosotros mismos, y al ampliarla, también se ampliaba la capacidad de nosotros como individuo, de encontrarse y de conocerse a uno mismo, de comprender y comprenderse, dondequiera que estuviese y con quienquiera que anduviese. Y todos encontramos después que en nuestro medio habitual, en nuestras condiciones propias, urbanas y hogareñas, podíamos vivir mejor. Encontramos el desarrollo de la conciencia de nosotros mismos, de nuestra propia identidad, de la valoración de nosotros mismos como personas; de la capacidad de sentir, pensar, querer, pero sobretodo de hacer. Del sentimiento de la responsabilidad y libertad para plantearnos y cerrar compromisos, para elegir y aceptar. La oportunidad para correr riesgos asumiendo sus consecuencias, sabiendo reparar errores y equivocaciones.
Para mi es muy importante la experiencia de ser scouts, yo me inicie como lobato y después como scout, llegue a ser expedicionario y por último, el clan; y repasando mis experiencias fue ahí donde aprendí a ser líder y a tener compromiso con mi comunidad, el haber sido scout me enseñó a manejarme por mi mismo y ser emprendedor.
Ahora, siendo un adulto, me doy cuenta que todos queremos alcanzar la felicidad. Todos pasamos días, noches y más días buscándola. Es el motor que mueve nuestra vida y el corazón que impulsa nuestros actos. Realmente es lo único que tenemos claro. Estamos aquí para ser felices, de momento. Y en ese transcurso pueden ocurrir mil cosas. ¿he dicho mil? Miles, millones. Todas y cada una de ellas provocadas por nuestros actos y decisiones. No hay nada casual. Y no me refiero a que nuestro porvenir esté escrito a fuego desde el momento en que nacemos, sino que absolutamente todo lo que acontece en nuestras vidas es producto y consecuencia de lo que hacemos o dejamos de hacer.
Nos lamentamos de la mala suerte, pero la alabamos cuando va de nuestro lado. Gritamos, lloramos y nos desesperamos cuando las cosas salen mal, culpando a lo que nos rodea. Reímos, nos emocionamos y nos alegramos cuando todo sale bien y nos lo agradecemos a nosotros mismos. Error. Somos responsables tanto de lo bueno como de lo malo. Somos los únicos dueños de nuestras vidas. Los únicos capacitados para cambiarla, mejorarla o empeorarla a nuestro antojo.
Y de eso se trata esta historia. De cómo pase la mejor parte de mi juventud. De cómo fui feliz y me sentí desdichado por partes iguales. De cómo tomé las riendas de mi vida cuando no me quedo más remedio. De cómo sentí cosas que nunca antes había sentido. De cómo, de la noche a la mañana –o incluso durante la misma luna llena- todo puede cambiar. De cómo nada está garantizado. De cómo lo que llega se va, y lo que se va no siempre vuelve. De cómo echaré siempre de menos aquellos días, aquellas noches. De cómo viví mi juventud que cambió mi rumbo para siempre. Y de cómo sobreviví hasta estos días.
Por eso me gustaría compartirte un espacio de mi vida, lo encontrarás en el enlace que adjunto a esta carta, es un blog donde semana tras semana iré compartiendo anécdotas de mi vida, desde la época de los scouts y hasta mi vida militar. En el encontrarás mucho de mi vida personal. Es muy importante que desde jóvenes practiquen y aprendan a vivir los valores de buenos ciudadanos responsables y participantes de su comunidad.
Nosotros los Scouts, formamos parte de un Movimiento Mundial de jóvenes, niños y adultos, caminamos unidos por los mismos principios e ideales, caminamos unidos por un compromiso a esos principios e ideales que hemos asumido libre y voluntariamente. Somos un grupo selecto de personas abierto a contribuir al desarrollo integral de cada persona en particular y al de la comunidad en general. Por esto, nuestra acción transformadora es una invitación a todos sin distinción de origen, raza, credo o situación social. Nuestro medio es la educación no formal, educación alternativa que potencie las capacidades de las personas, que no se agota en un tiempo o en un lugar específico y que se brinda en forma permanente. Educación que, solidaria con la que realiza la familia y la escuela, complementa la acción de esta con matices que le son propios.
Creemos en la familia, raíz integradora de la comunidad y centro de una civilización basada en el amor, la verdad y la justicia. Educamos para el amor, fuerza capaz de unir con estabilidad a un hombre y una mujer y construir una familia que forma personas. Apoyamos a la familia, cooperando en el desempeño de sus funciones básicas inmediatas, mediatas, de cambio y de sostén.
Nos ofrecemos como espacio de encuentros, donde el joven encuentre la posibilidad de enriquecerse en el intercambio comunitario con sus pares. Nos ofrecemos como espacio de reflexión que fomente en el joven su capacidad de cuestionamiento, de crítica, de autonomía de pensamiento. Un lugar donde optar libre y responsablemente por una jerarquía de valores que le sirva de referente para tomar decisiones éticas. Nos ofrecemos como compañeros de senda de todos aquellos que caminan en la búsqueda de Dios, invitándolos a vivir plenamente su Fe con honestidad y alegría y dar testimonio de su compromiso. Propiciamos que jóvenes y adultos compartan la tarea del crecimiento común en una relación que fomente el diálogo, la comprensión y la participación.Asumimos el desafío de que los jóvenes tengan un protagonismo en la historia como ciudadanos responsables, animadores del cambio comunitario, constructores de un mundo más humano.
Defendemos la vida, la paz, la justicia y la libertad. Lo hacemos desde la tarea educativa no involucrándonos en política partidaria ni en la lucha por el poder político. Respetamos la naturaleza y desarrollamos en los jóvenes su compromiso con la integridad del medio ambiente. La lealtad a nuestra patria, a nuestro pueblo, la participación en su cultura, la identificación y el amor por nuestras raíces permiten la comprensión del amor de los demás a su lugar de origen y posibilita por el respeto, comprender la misión de todos los hombres en la patria universal, la Tierra.
Nunca se deja de ser Scout. Indioazor.