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La última patrulla... El Barrio frente a la emergenc




El día en que la ciudad de México conmemoraba el 32 aniversario del sismo ocurrido en el año de 1985, pudo sentir de nueva cuenta cuenta los estragos de un sismo de 7.1 grados en la escala de Richter, reviviendo la tragedia y escribiendo nuevas historias de dolor y narrando nuevos capítulos de solidaridad.


19 de septiembre, la ciudad se encuentra de nuevo convertida en una estampa de destrucción y desolación, pero también de solidaridad. La capital de la republica resultó herida luego de que un movimiento telúrico nos mostrara de nueva cuenta imágenes idénticas a las vividas hace 32 años, cuando también, un 19 de septiembre, un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter, dejara marcados a los habitantes de esta inmensa ciudad y dejara tras de si, un número indeterminado de muertes y sobrevivientes.


El día comenzó con un simulacro en conmemoración de esos 32 años del trágico suceso, mismo que se vio superado por la realidad. Por la mañana de ese 19 de septiembre de 2017, miles de personas ensayaban los protocolos de actuación en caso de actividad sísmica. La mayoría de las personas sonreían, charlaban y algunas otras bebían café. Era un día soleado y como en un mal guión de película de terror, dos horas después, la alarma sísmica volvía a sonar, esta vez era realidad, la tierra se sacudió, brinco, con una intensidad de 7.1 grados a as 13:14 horas.


Nadie reía, apenas a lo lejos, y entre la confusión que reinaba en las calles, se escuchaba a personas gritando instrucciones para desalojar edificios, alejarse de las calles, reunirse en lugares seguros. Algunas personas se encontraban tan asustadas y en su nerviosismo, solo pensaban en regresar de nuevo a sus lugares de trabajo para recoger sus pertenencias, pero los hombres que estaban tratando de organizar a las demás personas, movían sus brazos y trataban de convencerlos de no hacerlo. No era momento para pensar en cosas materiales.


Olor a gas se percibía en las inmediaciones.


Frente a mis ojos, alcanzaba a ver edificios dañados en su estructura y en su fachada, pedazos de concreto estrellados contra el suelo, macetas destrozadas al haber caído desde no se cuantos pisos.

La diana cazadora se pierde en medio de la multitud de personas que ahora se resguardan en un lugar seguro. Personas que están en un estado de shock tal que, a veces ríen, a veces lloran, pero en su mayoría, todos caminan en círculos desesperados y sin saber que hacer.


A lo lejos, alcanzo a escuchar a un policía que daba instrucciones: “por favor, no enciendan sus celulares, no griten, no prendan encendedores ni cigarrillos”.


Más lejos aún, escucho el sonido característico de las ambulancias, que se dirigen a toda prisa en alguna dirección.


En este momento, el sismo se adueño de la ciudad como lo hubiera hecho hace 32 años. A mi alrededor, pululan los ojos rojos y llorosos, relatos de miedo, desesperación y terror: “los escombros le cayeron encima a fulanito, por eso es que esta esa mancha de sangre en la banqueta” “¿Alguien ha visto a mi papá?” “No tengo señal de teléfono, ¿alguien puede prestarme un celular?. ¡¡¡El edificio se cayo por completo!!!


Caos.




Igual que en el año 1985, las colonias Roma y Condesa tuvieron algunos derrumbes de edificios, edificios que colapsaron completamente cayendo sobre decenas de personas que se encontraban en su interior. El polvo que desprendían y que nos rodeaba por completo salía desde las entrañas de los edificios ahora en ruinas.


El edificio de san luis potosí, ahora esta en ruinas, pero fue aterrador ver como, después de que la gente salía y se ponía a resguardo, estando todos reunidos frente a el en medio de la calle, vieron como se derrumbo tan solo 30 minutos después de que el sismo paso. Lamentablemente, algunas personas pensaron que el sismo no le había causado daños y reingresaron a sus lugares de trabajo, en el momento en que el edificio cayo hasta sus cimientos, atrapando a esas personas entre sus escombros.


En las calles aledañas, la de Coahuila, la de Toluca, Tehuantepec, Tonalá y Viaducto, los edificios soportaron estoicamente la embestida del sismo, pero no salieron ilesos de el, pues las paredes exteriores se cayeron, dejando su interior al desnudo y totalmente inutilizable. Decenas de fachadas fueron destrozadas y el piso ahora se encuentra como alfombrado por cristales rotos y escombro.


También triste es la historia que se vivió mas al sur de la ciudad, en el colegio Rébsamen, en la delegación Tlalpan, donde al menos 25 personas murieron atrapadas por los escombros de los edificios, que les cayeron a muchos niños que en el estudiaban, destrozando el corazón de miles de mexicanos.




19 de septiembre de 2017, como hace 32 años, la sociedad mexicana se desbordó en las calles ofreciendo su ayuda y solidaridad. Hombres y mujeres, jóvenes y adultos, de todas las edades y sin distinción de orígenes, una vez más unieron sus fuerzas tratando de retirar los techos, las paredes, los ventanales, muebles…


…tratando de ingresar a los ductos de los elevadores de cada edificio, para tratar de encontrar sobrevivientes, sobrevivientes que hubieran quedado atrapados y a quienes ahora todos estos voluntarios, desean fervientemente proteger.


En el transcurso de las horas, soldados, policías, bomberos y elementos de protección civil, se sumaron al esfuerzo de los personas de la sociedad civil que ya estaban trabajando para rescatar a sus vecinos.

Los perros rescatistas iniciaron sus labores desde esta tarde, tratando incondicionalmente de contribuir al milagro de encontrar personas vivas, atrapadas entre los escombros de las decenas de inmuebles colapsados.


Es loable la empírica organización que surge entre las personas, ya que quienes no ayudaban entre las montañas de escombros en el arduo trabajo que representa retirar toneladas de escombro, de varilla, los restos de cemento, se acomedían a repartir botes para que los que estaban escarbando, pudieran desmontar las toneladas de material que había apilado. Otras personas más, reunían y distribuían material medico y de curación, cubrebocas, agua y alimentos para quienes estaban trabajando sin descanso. Otros más, abrían las puertas de sus casas y negocios, para que los voluntariosos rescatistas surgidos del sismo, pasaran al baño, que recargaran las baterías de sus teléfonos celulares, o simplemente, para que descansaran un momento.


Pese a la magnitud de la tragedia, pese a lo espectacular y terrorífico del panorama, el optimismo de la gente nunca decayó. Se escuchaba a mi alrededor un sin fin de aplausos que animaban a los rescatistas frente al hallazgo de personas con vida, ante el rescate de una mascota de entre los escombros, ante la proeza de retirar grandes bloques de concreto.


La noche de este 19 de septiembre ha caído sobre nosotros con demasiado ruido a nuestro alrededor: helicópteros que sobrevuelan la ciudad, sirenas de ambulancias que van o vienen trasladado pacientes o regresando a recoger a alguno, policías resguardando la zona y ayudando a mantener el orden, bomberos y servicios de emergencia que no dan tregua a la noche, tratando de rescatar a la mayor cantidad de personas atrapadas.




El panorama esta inundado de rostros desencajados, pero con esperanzas.


Los habitantes quieren regresar a sus casas y se están instalando en pequeños campamentos en las cercanías al edificio colapsado. Gente a su alrededor que les brinda vivieres y cobertores para que puedan descansar un poco, con la esperanza de que concilien pronto el sueño, para enfrentar de nueva cuenta esta terrible realidad por la mañana.


La oscuridad cayo en gran parte de la ciudad, ya que cerca de 4.5 millones de habitantes se quedaron sin luz. Muchos de ellos seguían en las calles, ayudando, otros no se despegaban de sus celulares intentando llamar a sus familias, para avisarles que se encontraban bien. Esta vez, el servicio de telefonía falló.




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