La última patrulla. Las montañas. Capitulo unico
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¿QUÉ SON LAS MONTAÑAS?
Las montañas y las tierras altas de más de 1.000 metros ocupan alrededor de una quinta parte de la superficie terrestre que emerge de los mares. Proporcionan soporte físico directo a una décima parte de la población humana e indirecto a más de la mitad de todos los seres humanos -unos 3.000 millones-, que reciben o extraen de las montañas agua, elementos combustibles, energía eléctrica, diversos minerales, productos alimenticios y medicinas.
México es un país de montañas.
Basta que nos situemos en cualquier punto de nuestro territorio y siempre tendremos un monte a la vista. Aproximadamente el 80% del territorio Mexicano corresponde a zonas montañosas.México emergió con la unión de la sierra madre occidental y la Sierra Madre oriental; se estima que el plegamiento tectónico se produjo a fines de la Era Secundaria, esto es, unos 100 millones de años atrás, formando un bloque continuo. A través de los milenios, los macizos se fueron transformando en suaves lomajes, interrumpidos por altos volcanes en actividad. En tiempos posteriores terminó el volcanismo, el cual se reinició en la Era Terciaria, 70 a 13 millones de años atrás, manteniéndose hasta nuestros días. Los trastornos tectónicos levantaron nuevamente la tierra a grandes alturas, con mesetas y valles entre las cordilleras de las dos sierras madres y la Costa, a excepción de los desiertos del norte, donde la meseta intermedia se levantó junto con los cordones marítimos.
El ecosistema montañoso.
¿Qué características principales explican lo que es una montaña?
Sin duda, la altitud y la pendiente. Pendientes que vencen desniveles para llegar a cumbres elevadas: eso es lo que hace a las montañas tan diferentes de las tierras bajas y de los valles.Cuando ascendemos una montaña, la temperatura desciende un promedio de 0.5 grados centígrados por cada cien metros verticales. Es como si, desde el punto de vista climático, nos alejáramos en dirección al polo geográfico más próximo: por cada cien metros que nos elevamos en una montaña, el efecto sobre el clima es comparable a haber recorrido unos 150 kilómetros en línea recta hacia el norte, dado que nos encontramos en el hemisferio norte. Por lo tanto, una gran montaña viene a representar una especie de “concentración” de las diferentes bandas climáticas latitudinales que se reconocen en el globo terrestre.
El amplio espectro climático de una gran montaña se diversifica aún más debido a otros factores como la orientación y los trazos grandes y pequeños del relieve (barrancos, laderas, valles, formaciones rocosas, precipicios) que condicionan la existencia en las montañas de una enorme gama de microclimas que suponen otros tantos entornos, aptos para la vida de un rico abanico de plantas y animales con necesidades y preferencias específicas. En otras palabras, la diversidad de ambientes permite y condiciona la existencia de una variedad de ecosistemas propios del medio de montaña, y cuya originalidad e importancia consiste en reunir no sólo ciertas especies de plantas y animales propios de las bandas climáticas frías, sino además de una multitud de especies o variedades que viven única y exclusivamente en ciertas zonas de montaña, y que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo; y todavía un tercer grupo de seres vivos que tuvo una amplia distribución que incluía las tierras bajas y que hoy se refugia en las alturas, debido a una pérdida de sus territorios ancestrales a causa de la presión humana.
El problema de la altitud.
¿Por qué un problema?... Altitud significa frío, pero también menos oxígeno, menor humedad, menor protección frente a las radiaciones solares, mayor velocidad del viento, pronunciadas diferencias de temperatura entre el día y la noche, al sol y a la sombra; y, además, escasez de alimento para los animales.
En realidad, casi todos los problemas anteriores guardan relación con el descenso de la presión atmosférica a medida que aumenta la altitud. A menor presión atmosférica, tanto más “diluidos” se encuentran los distintos gases que componen el aire, aún cuando siguen guardando entre sí una relación volumétrica constante, de modo que el aire se va haciendo cada vez menos denso.
En las montañas, los rayos solares llegan tras un corto recorrido a través de una capa atmosférica delgada (cada vez más delgada a más altitud) y con una densidad tan escasa que el aire apenas se calienta. Durante el día, la superficie del suelo y las rocas se calientan mucho porque la ligera capa de aire deja pasar fácilmente los rayos solares. Pero por la noche, el aire “enrarecido” (menor concentración de oxígeno) permite una pérdida por irradiación, igualmente rápida, del calor de las rocas, por lo que las variaciones de temperatura entre la noche y el día, y también al sol y a la sombra son muy bruscas e intensas. Como ejemplo, algunas mediciones han registrado diferencias de 45° C en el mismo momento al sol y a la sombra, a una altitud de 2.500 m, y de 75° C a 4.000 m.
El aire poco denso apenas retiene vapor de agua, de modo que la humedad relativa del aire es baja y favorece la deshidratación de tegumentos, cutículas y mucosas de los seres vivos. El frío agrava aún más esta circunstancia porque el agua en estado líquido es prácticamente inexistente en las zonas altas de montaña: está totalmente congelada, lo cual produce un efecto de “sequía fisiológica”. Y el viento -que alcanza grandes velocidades en las montañas debido al menor roce con la superficie terrestre- contribuye a empeorar la situación, al incrementar el efecto de evaporación y provocar temperaturas más bajas todavía.
Por otra parte, la ausencia de humedad hace que el aire sea más transparente en altura que a nivel del mar, lo que permite el paso de mayor cantidad de radiación ultravioleta que en las zonas bajas. Por ese motivo, usamos cremas y lentes.En nuestras incursiones por la montaña es más que probable que hayamos experimentado los efectos de todos estos problemas e incomodidades, típicos de la altitud y en general del medio montañoso. Así pues, estamos en condiciones de confirmar -y no debemos olvidarlo- que los seres vivos tenemos que superar bastantes dificultades para permanecer en nuestro querido mundo de las cumbres...
Especies existentes en nuestras montañas.
Ante tanta hostilidad del medio físico, las criaturas se especializan, desarrollan complejos mecanismos de adaptación y estrategias de supervivencia frente al frío, las radiaciones, el viento, la desecación, la brevedad del período vegetativo, incluso frente a la falta de alimento, los aludes, el sustrato movedizo y la escasez de suelo... Podría decirse que a veces estos animales y plantas viven contra todo pronóstico. Y, a pesar de todo, despliegan una increíble diversidad, con una gama de estrategias tan sutiles que, en muchas ocasiones, sólo les permiten vivir en las precisas condiciones para las que han sido concebidas.
Montañas y comunidades humanas.
Del mismo modo que lo han sido para animales y plantas, las montañas y sus valles altos también han constituido núcleos de aislamiento para un gran número de comunidades humanas que, empujadas a los duros entornos montañosos por motivos muy diversos, han desarrollado a lo largo de los siglos, estilos de vida particulares y exclusivos, tan distintos entre sí como son las montañas en que viven. Buena parte de esas culturas tiene en común un elaborado manejo del medio montañoso como base de sus actividades agropecuarias de subsistencia. De ellas, el pastoreo ha sido la forma más utilizada para la explotación de los terrenos altos.
En la mayor parte de las montañas, la historia de ocupación humana es tan antigua que ha modelado el paisaje. “En las grandes alturas de la sierra madre... siempre se encuentran testimonios evidentes de la existencia humana: restos de leña y carbón, utensilios de cobre, puntas de flechas y hasta pequeñas esculturas que atestiguan la predilección de los indios prehispánicos por la ascensión de las cumbres.
El montañista-sendersita.
“El sol, el viento y las tormentas los han ido curtiendo y volviendo su piel hacia el interior. Rudos por fuera, son sensitivos por dentro. Como las flores de la montaña que ellos tanto aman, delicadas y salvajes en su pequeña belleza. No, no buscan la muerte como algunos fingen creer. Nadie como ellos para amar la vida. Son los grandes amadores porque son los grandes despreciadores. Aman la patria en la que han nacido (siempre se nace en un sitio que no se ha escogido) y, sobretodo, la que han elegido: LA MONTAÑA. Entonces para ellos las montañas son bellas; más que un accidente físico, una denominación geográfica, las montañas son del reino de la luz, el camino a los nuevos amaneceres.
Si el hombre es un nómada, nadie mejor que él encarna este imperativo. Hoy están aquí, mañana lucharán por aquella cumbre. Luego serán otras y otras en los horizontes. Como los nómadas, llevan pocas cosas a cuestas y mucha riqueza interior. Dondequiera que vayan, la montaña, su patria interior, irá con ellos. La montaña es su modo de mirar la vida.
Su comunión con los grandes espacios abiertos ha afinado sentidos ocultos; ellos comprenden la verdad del viento, auscultan la palpitación de las rocas, dialogan con los elementos y cohabitan con los vértigos. Ellos saben del misterio de las nieblas y conocen los escondites de las águilas. Sus ojos han mirado de cerca el esplendor del cielo, cuando en las noches las estrellas han velado la víspera de una escalada largo tiempo soñada y a conciencia preparada. Su alma ha conocido la paz profunda que se establece después de largos combates y les niega satisfacción en alegrías ya superadas. Tanta inmensidad acumulada en sus ojos, tanta complicidad con las fuerzas secretas de la vida, han ido depositando en su ser riquezas invisibles. La amistad es su fuerte y en ella son expertos. Yo los he visto ejercer el noble rito de los amigos. Todo puede ser simple, atacar la pared con la doble fortaleza que da la cuerda que los une y luego abrazarse en la cumbre, un rito simple, en el que se encuentran dos mundos, en el que se encuentran dos exiliados que han hallado por fin el camino de regreso. ¡Y que hermosos son los retornos!Los montañeros son los seres del retorno. Viven en el camino; parten al amanecer siempre al encuentro del sol y saben reconocerse en cada vuelta del sendero, en cada flor, en cada insecto, en cada cosa: cada cumbre del horizonte es su destino. Han preferido el riesgo a la inmovilidad; el frío, el viento, la sed, el cansancio, a la seguridad de los seres establecidos. Ellos podrían sentir lícitamente compasión, pero no lo hacen; aún no han encontrado tiempo para ello y su oficio no es mirar a los demás sino avanzar hacia sí mismos.
También quisiera ser como ellos: grandes en su pequeñez y pequeños en su grandeza. Yo quisiera levantar mi tienda en el glaciar o sobre una terraza de roca al lado de la suya. Yo quisiera como ellos, alumbrar nuevos amaneceres”. (Andrés Hurtado García – Circo de Gredos: Almanzor – Madrid, 6 de septiembre de 1976).
Las montañas y el agua.
Las montañas son gigantescos depósitos elevados de agua, de importancia vital para el consumo humano, para la agricultura y para la producción de energía eléctrica. Al considerar la importancia de las montañas en el aprovisionamiento de agua para las poblaciones que están en los valles es cuando se aprecia más palpablemente la vulnerabilidad de los terrenos montañosos frente a la degradación y la gravedad que esta degradación provoca valle abajo.
La altitud de las montañas determina en ellas un abundante régimen de precipitaciones, que con frecuencia tienen forma de nieve en montañas de altura media y que de hecho son exclusivamente en forma de nieve a partir de cierto límite de altura, variable en función de la latitud. Las aguas procedentes de los glaciares, así como las de lluvia y fusión de la nieve, dan origen a arroyos y torrentes que, canalizados por las cuencas hidrológicas, alimentan a los grandes ríos que recorren las llanuras.
La nieve que cae en las zonas altas de las montañas alimenta las cabeceras de los glaciares, donde se transforma y compacta progresivamente bajo la influencia combinada de la presión y de fusiones parciales alternadas con sucesivos deshielos.
La vegetación y los suelos.
Los bosques y la vegetación en general juegan un importante papel en la captación y retención de las aguas de lluvia y del deshielo primaveral en las montañas. La vegetación intercepta las gotas de lluvia, reduciendo su velocidad y la energía cinética con que éstas llegan al suelo y, por lo tanto, su poder erosivo. El suelo de los bosques intactos se encuentra muy bien defendido frente a la erosión, por la vegetación arbustiva y herbácea que crece bajo los árboles y por la gruesa capa de hojas muertas y restos orgánicos que van acumulándose lentamente sobre el suelo. Esta capa de residuos acoge a una legión de pequeños animales y de organismos microscópicos que para alimentarse descomponen y degradan la materia orgánica, dando origen al humus: un complejo orgánico-mineral que forma parte de las rutas de reciclaje que devuelven las materias orgánicas al estado iónico, a partir del cual serán utilizadas otra vez por los vegetales. Pues bien, este humus es el que confiere al suelo mineral su textura esponjosa y su gran capacidad de retención de agua, además de convertirle en una estructura viva y habitable para las plantas.
Como podemos ver, los bosques y la vegetación en buen estado y el humus de los suelos forestales contribuyen a captar y retener el agua de lluvia y de la fusión de las nieves, permitiendo que se infiltre lentamente hacia los inmensos embalses subterráneos-que son las capas freáticas y los acuíferos- y dejando que otra parte fluya de forma pausada hacia las cuencas fluviales.
Las montañas y el clima.
Aunque las montañas cubren sólo una pequeña porción de la superficie terrestre, tienen una influencia capital sobre la climatología, tanto a escala local como continental. Afectan la circulación de los vientos e influyen sobre el régimen de lluvias.La dirección del viento -determinada en principio por la rotación de la tierra- sufre grandes variaciones al encontrar el obstáculo de las montañas a su paso, generándose vientos y climas locales y determinando la temperatura y las precipitaciones de grandes áreas terrestres. Este mecanismo de influencia se basa en el hecho de que los grandes vientos del globo, cargados de humedad por contacto con los océanos, resultan interceptados y desecados por las montañas, que se comportan como gigantescos condensadores de la humedad. Es el origen del efecto “foehn”, que recibió este nombre germánico por haberse descubierto en las regiones alpinas de Baviera y el Tirol.
A escala más reducida, se generan las brisas de valle y de ladera, los vientos de montaña y las tormentas, los fenómenos de inversión térmica y los mares de nubes. Al relieve también hay que atribuir la brusquedad y la violencia de los cambios de tiempo en la montaña, su tendencia a la inestabilidad durante el verano y su frecuente régimen anticiclónico invernal.
Espacio privilegiado para el recreo físico y espiritual.
Las montañas han sido desde tiempo inmemorial objeto de veneración, atracción y respeto, y constituyen grandes símbolos en todas las culturas y religiones. Los mitos, leyendas y tradiciones relacionados con las montañas forman parte del patrimonio humano y constituyen una riqueza de transmisión oral y literaria que es preciso conservar.
Parte de este antiguo significado puede distinguirse aún en el fenómeno del moderno turismo de montaña, que busca al mismo tiempo el recreo espiritual y físico y que se ha convertido en una de las más importantes fuentes de recursos para muchos de los habitantes de las áreas montañosas. En cierto sentido, el turismo constituye hoy la actividad económica más importante del mundo, y sin duda, las montañas juegan en ello un papel de primer orden.
¿Qué les está pasando a las montañas?
No es fácil hacer un diagnóstico general de los problemas de las montañas del mundo, porque son tan diversos como ellas mismas. Influyen no sólo factores geoecológicos como la altitud o la latitud, sino también los problemas generados por las personas que allí habitan y los conflictos derivados de injerencias ajenas a estas personas (minería, por ejemplo).
Cuando los ambientes de montaña se degradan, generalmente tardan mucho más tiempo en recuperarse que otros tipos de entorno, incluso, nunca se recuperan. En esto tienen bastante responsabilidad los factores del frío, la altitud y la brevedad del período vegetativo como reductores de la actividad biológica, que es la que poco a poco va cicatrizando las heridas de la naturaleza.
Pero probablemente, el mayor impedimento para la recuperación de los daños infligidos a las montañas es el que opone la famosa pendiente del terreno. Y vamos a ver la razón: la gran mayoría de las intervenciones humanas en las montañas producen directa o indirectamente fenómenos erosivos. Y en un terreno con pendiente, erosión equivale a desestructuración, arrastre y pérdida de las capas que configuran el suelo, empezando por la fina y valiosa capa fértil que permite el asentamiento de la vida vegetal. Esta pérdida de suelo es irreversible, porque resulta prácticamente inviable devolver a las alturas el suelo perdido. Y sin suelo, no hay reforestación posible.
Extracción de leña.
En el pasado se usó leña de manera importante para alimentar hornos de reverbero para procesamiento de minerales, así como para consumo doméstico. En la actualidad, este último uso sigue vigente, en especial en zonas rurales o donde el gas no puede ser adquirido. Estos usos pueden ser comparables al pastoreo en cuanto extraen o pueden obtener de manera conservadora los materiales periódicamente producidos por las plantas (producción primaria). El que el uso sea conservador o no depende de cómo se cosecha la leña. Si se corta sólo la parte aérea (troncos y ramas), sabemos que la mayor parte de los puede regenerarse completamente, si es que se les da el tiempo para ello. En este caso se está haciendo un uso relativamente conservador de la vegetación. Pero si además de las partes aéreas se extraen las raíces principales -lo que significa aumentar la cosecha de leña con poco esfuerzo adicional- la mayor parte de los arbustos no se regenera y el uso es destructivo. En este caso, la recuperación de la vegetación no puede ser a partir de las raíces ya instaladas, sino que debe ser por colonización desde lugares en que queden árboles productores de semillas.
Actividades mineras.
De manera simplificada, la extracción de un mineral implica la retirada de toda la materia vegetal o mineral que cubre el yacimiento -independientemente de que sea roca, tierra o un bosque- para luego cargar el mineral y llevárselo. Al realizar todas estas operaciones se utilizan explosivos, maquinaria pesada, retroexcavadoras, perforadoras, camiones, etcétera. El primer impacto es la apertura de pistas para que todas estas máquinas accedan al lugar de la explotación y los camiones puedan transportar el material extraído.
Impacto sobre la fauna y la flora.
La actividad minera destruye la vegetación e invade el espacio de las especies animales, destrozando su hábitat, sus nidos y criaderos, hasta el punto de impedir la propia reproducción y la supervivencia de las especies. La ausencia de tareas de restauración del suelo y regeneración de la cubierta vegetal una vez abandonados los puntos de extracción significa que pasarán muchas décadas o siglos antes de que se alcance un grado adecuado de regeneración natural de los hábitat de estas especies.
Impacto sobre la atmósfera.
A consecuencia de las voladuras, los movimientos de tierra y la circulación de máquinas y camiones se genera una extensa nube de polvo que poco a poco se va depositando sobre las plantas, dificultando su desarrollo. Allí donde la explotación minera se halla próxima a los núcleos de población, las grandes cantidades de polvo en suspensión pueden causar alteraciones en la salud humana.
Impacto sobre las aguas.
Por una parte, la destrucción de la cubierta vegetal impide la filtración de las aguas, contribuyendo a la desecación de acuíferos y manantiales. El mismo fenómeno produce un fuerte escurrimiento en las laderas, que acaba por arrastrar al fondo del valle la tierra de escombreras y caminos, con el consiguiente taponamiento de los arroyos. Por otra parte, la propia destrucción del suelo conlleva la rotura de los acuíferos, formándose -en muchos casos- grandes bolsas de agua dentro del hueco dejado por las explotaciones.
Es importante destacar la contaminación directa de las aguas, producto del vertido de minerales o productos derivados del proceso de extracción o tratamiento de los minerales, que alteran las propiedades químicas y físicas del agua, produciendo alteraciones significativas en el hábitat de las especies acuáticas y muchas veces elevando su mortandad. Hay que recordar que el fenómeno anterior se puede producir también por escurrimiento de lluvias o crecimiento estacional de ciertos cauces, los cuales producen filtración desde las escombreras o relaves directamente hacia los cursos de agua o acuíferos subterráneos.
Todos estos efectos perjudiciales sobre la fauna y la flora, sobre la atmósfera y sobre las aguas superficiales y subterráneas imponen un grave problema a los habitantes de los pueblos mineros, al hipotecar seriamente las posibilidades de un futuro alternativo. Toda esta destrucción no sólo supone la pérdida del patrimonio paisajístico, crucial para un buen desarrollo del turismo rural, sino que además conlleva la desaparición de valiosísimos ecosistemas que hoy día permitirían el desarrollo de un modelo de vida rural alternativo, basado en el aprovechamiento racional de los recursos forestales, ganaderos, agrícolas, medicinales y turísticos.
Nuestro propio efecto y cómo minimizarlo.
A lo largo de los puntos anteriores hemos ido viendo cómo una amplia variedad de vicisitudes sociales, económicas y políticas han ido produciendo una ocupación –o al menos una explotación cada vez mayor- de los territorios de montaña, y cómo, debido a las peculiares características de inestabilidad y fragilidad propias del medio montañoso, prácticamente todas estas intervenciones humanas han tenido y siguen teniendo unos efectos rápidos y a duras penas contenibles de degradación y deterioro.
Ha llegado el momento de mirarnos y de ver qué efectos tienen nuestras propias actividades sobre el entorno y sobre las montañas. Se trata de tomar conciencia de los problemas que causamos al ecosistema montañoso para encontrar los modos de minimizarlos.
Los problemas que causamos los visitantes de las montañas no son cualitativamente graves si los comparamos con la actuación de maquinaria pesada, por ejemplo. Sí pueden llegar a serlo cuantitativamente, porque cada vez somos más y más, y todos queremos ir a los mismos lugares... muchos efectos pequeños se suman para formar uno grande que a veces puede llegar a ser inmanejable.
Tal vez nuestro mayor pecado no es tirar papeles o espantar a las aves. Es, más bien, uno de omisión o de complicidad, que tiene que ver con quedarnos ahí sentados mientras personas con mucha ignorancia o pocos escrúpulos van deteriorando las montañas.
Impacto sobre el suelo.
¿Qué es el suelo?
El suelo es mucho más que una capa dura e inerte que recubre la tierra y que nos sirve para caminar por encima. Es la superficie de contacto entre el mundo mineral y la biósfera, y representa nada menos que la base de toda la vida terrestre, ya que en el suelo crecen las plantas, que a su vez forman el primer eslabón de las cadenas tróficas. El suelo es en realidad una estructura viva y compleja, producida y mantenida por las interacciones entre las rocas, el agua, el aire, la luz y los organismos vivos. La fracción sólida del suelo consta a su vez de elementos minerales (piedras, gravas, arenas, limos, arcillas) y orgánicos (organismos vivos y materia orgánica muerta). Los poros que quedan entre las partículas sólidas retienen agua con sustancias disueltas y también aire. Los suelos no tienen una composición uniforme sino que están estructurados en capas u horizontes superpuestos. La capa en contacto con la atmósfera se denomina horizonte orgánico porque sobre él se van acumulando todo tipo de restos orgánicos: hojas, ramitas, plantas muertas, frutos caídos y cadáveres de animales grandes y pequeños. La acción de los organismos que viven en el suelo hace que las capas inferiores de este horizonte orgánico se descompongan lentamente hasta formar el humus, en el que los restos son ya irreconocibles.
El conjunto de la capa orgánica (que suele denominarse horizonte 0) es fundamental para el buen estado de los suelos, ya que amortigua el impacto que la lluvia, el pisoteo y otros factores erosivos ejercen sobre los horizontes minerales subyacentes. Además, es una importante zona de actividad biótica y favorece la retención del agua de lluvia.
El agua, el aire y los agentes químicos derivados de las descomposiciones orgánicas se van infiltrando hacia las capas inferiores del suelo, provocando su alteración química o meteorización. La intensidad de la meteorización es máxima debajo de la capa orgánica y mínima en el nivel de la roca madre, que apenas sufre influencia alguna procedente del exterior. Entre el horizonte orgánico y la roca madre se distinguen generalmente varios horizontes de propiedades intermedias y ello depende del grado de evolución del suelo, de la naturaleza de la roca madre, de la latitud y la pendiente, entre otros factores.
Efectos del pisoteo: compactación y erosión del suelo.
El pisoteo del suelo derivado del uso recreativo destruye y dispersa la capa orgánica de éste y provoca la compactación de su parte mineral. Al compactarse, las partículas del suelo quedan con menos poros capaces de retener agua y aire, como cuando se aprieta una esponja. Esto afecta negativamente el vigor y el crecimiento de las plantas. Por otra parte, al disminuir la capacidad de infiltración por parte del suelo, el agua de lluvia no infiltrada escurre por encima de la superficie y en zonas pendientes se canaliza en forma de pequeños regueros y arroyos. Estos regueros van ahondándose y creciendo, produciendo pérdida de suelo fértil, erosión, inestabilidad de las pendientes e incluso deslizamientos de tierra. Un ejemplo de esto ocurre en zonas pendientes de montaña: a lo largo de la línea pisada del sendero, el suelo se queda desnudo, compacto y concentra las aguas de lluvia. Poco a poco se van creando auténticas trincheras (cárcavas) y este fenómeno, una vez iniciado, continúa por sí mismo debido a la acción erosiva del agua, aunque cese el tránsito por el sendero.
En los caminos frecuentados, el problema se complica porque, debido a la incomodidad de caminar por el fondo de la trinchera, que además puede tener barro o agua, la gente evita el camino y va creando sendas paralelas que a su vez acaban convirtiéndose en nuevas zanjas.
La gravedad del impacto del pisoteo sobre el suelo depende del lugar. Los impactos relacionados con la compactación se producen rápidamente con poco uso: un bajo uso inicial provoca la mayor parte del cambio, en tanto que el uso posterior provoca cada vez menos impacto adicional. Los daños son más graves e irreversibles cuanto mayor es la pendiente, ya que en ella crece la energía cinética del agua, principal agente erosivo.
En zonas más planas empleadas para acampada y picnic, el pisoteo intenso provoca compactación del suelo y pérdida de vegetación, pero en cambio la erosión suele ser escasa.Los problemas erosivos se agravan con el uso de caballos, bicicletas o vehículos motorizados, porque sueltan y disgregan el suelo en vez de compactarlo.
Durante el invierno, el suelo queda protegido bajo la capa de nieve, siempre que ésta alcance veinte o más centímetros de espesor. La compactación de las capas de nieve poco espesas reduce la capacidad aislante de la nieve frente al frío y ello puede afectar a la vida vegetal, bacteriana y animal que permanece debajo durante el invierno.
Impacto sobre la vegetación.
El paso repetido de personas y animales por zonas vegetadas afecta a las plantas tanto directa como indirectamente.
Sus efectos directos sobre la vegetación -roturas de ramas, heridas- reducen el vigor y la capacidad reproductora de las plantas. Las de tamaño más pequeño mueren por efecto del pisoteo continuo.
De modo indirecto, la compactación del suelo reduce drásticamente la vitalidad de las plantas, al dificultar la penetración de las raíces en el suelo, la aireación y la infiltración de agua. Del mismo modo, la compactación del suelo dificulta también la germinación y el establecimiento de nuevas plantas.
Indirectamente, la erosión intensa del suelo a lo largo de caminos y taludes en pendientes fuertes, deja al descubierto las raíces de árboles y arbustos, exponiéndolas a la acción mecánica del pisoteo o predisponiéndolas a su destrucción.
Arbustos y arbolitos son eliminados en el proceso de despejar el camino, habilitar zonas de campamento o para realizar fogatas. Los árboles maduros sufren frecuentes daños debido a diversas acciones humanas, conscientes o inconcientes.
En los lugares más intensamente usados como áreas de acampada, juegos, el problema más grave suele ser la falta de regeneración arbórea, ya que la mayor parte de los brotes mueren por pisoteo; los arbolitos que sobreviven son cortados para hacer leña o postes para carpas. Por consiguiente, cuando los árboles maduros mueran, no habrá árboles jóvenes que puedan reemplazarlos.
De una manera general, el pisoteo por personas y animales tiene como consecuencia un cambio en la composición de especies de la flora y, en general, una disminución del número de especies, favoreciéndose la proliferación de las más resistentes a este tipo de uso.
La magnitud de los daños a arbustos y árboles depende mucho del tipo de actividades que tengan lugar en el área. Así, por ejemplo, los daños son muy intensos en los descansaderos de grupos con caballos, sobre todo si se ata los animales a los árboles. El pateo del suelo por parte de éstos expone al aire las raíces, que sufren daños mecánicos y pierden resistencia frente a los vientos intensos.
El peligro más importante que corre la vegetación y el resto del ecosistema son los incendios, provocados generalmente por negligencia de excursionistas y campistas.
Por último, el coleccionismo y la recolección comercial de ciertas especies han dado cuenta de algunas extinciones y de graves despojos.
Impacto sobre la fauna silvestre.
La presencia humana en los espacios naturales produce una amplia variedad de efectos sobre las poblaciones de animales silvestres: cambios en la fisiología, comportamiento, reproducción, niveles de población, composición de especies y diversidad. Pero no a todos los animales les afecta de la misma manera, ya que las distintas especies presentan diversos grados de tolerancia ante las interacciones con los seres humanos. Incluso dentro de la misma especie, el nivel de intolerancia puede variar dependiendo de la época del año, temporada de cría, edad de los animales, tipo de hábitat. Algunos animales se sienten atraídos por la presencia humana, generalmente debido a la posibilidad de conseguir alimento y alteran su conducta en respuesta a ello (zorros, roedores, cabras).
En general, las especies menos tolerantes a la presencia humana desaparecen de las zonas frecuentadas, en tanto que proliferan las que mejor se adaptan a tales condiciones. El resultado es una disminución global de la diversidad.
La presencia frecuente de seres humanos en determinadas zonas puede alterar drásticamente la conducta normal de los animales. Por ejemplo, hay especies que desaparecen de la zona, otras modifican sus patrones diarios de uso de la misma (salen sólo mucho después de que se hayan ido las personas o adquieren hábitos nocturnos); otros llegan a habituarse y se vuelven mansos. La disponibilidad de comida humana ha producido alteraciones de los hábitos alimentarios de muchos animales en las áreas recreativas.
Una parte de las molestias no intencionadas se produce en el transcurso de la actividad de fotógrafos, observadores de pájaros, escaladores, practicantes de parapente y el “todo terreno” y, en general, al transitar fuera de los caminos habituales.
Otra fuente de perturbaciones es la acampada en lugares críticos para la alimentación de la fauna, o bien en las proximidades de los puntos de agua, especialmente si ésta escasea.
En muchos casos y debido a las perturbaciones, los animales se marchan de sus territorios de caza, zonas de cría o áreas familiares y frecuentemente se ven relegados a lugares más desfavorecidos (menos recursos alimentarios, menos refugios, peor clima o más elementos de competencia con otros individuos o especies). El balance acostumbra a ser una reducción en la tasa de reproducción.
Si a la presencia humana se suma la presencia de sus mascotas (perros por lo general), las perturbaciones y molestias a la fauna silvestre son de mucho mayor magnitud que las provocadas por la sola presencia humana.
Por cada especie animal directamente afectada por las actividades recreativas, son muchas más las afectadas indirectamente por la modificación de sus hábitat. Hay animales que resultan beneficiados a consecuencia de las visitas humanas frecuentes a la montaña, como todos los que aprovechan las basuras y los restos de comida. Sin embargo, todos estos hechos suponen alteraciones exógenas de las condiciones naturales de los animales, que se traducen en la ruptura del equilibrio de sus complejos sistemas biológicos.
Sugerencias para el visitante de las montañas.
Es cierto que la afluencia masiva de personas a un espacio natural siempre conlleva determinadas repercusiones ambientales. No es menos cierto que el tipo y la intensidad de tales repercusiones varían de unos usuarios a otros. A veces, un pequeño número de individuos especialmente destructivos puede ocasionar impactos mucho más graves que un gran número de usuarios educados y conscientes de la vulnerabilidad del lugar en que se hallan. La educación, la sensibilidad y el respeto no sólo hacia la naturaleza sino también hacia los demás visitantes, pueden hacer mucho para que nuestro paso por las zonas naturales resulte casi imperceptible. Si nos esforzamos un poco, el lugar que visitamos quedará mejor si bajamos algo de basura que encontremos tirada.
Es una buena idea informarse todo lo posible en relación con la zona que uno va a visitar por primera vez. De este modo, adquiriremos conocimientos útiles, nos haremos una idea de lo que la naturaleza y el clima pueden depararnos y estaremos en condiciones de planificar nuestras actividades con más seguridad y eficacia.
Una buena forma de empezar a hacer bien las cosas es practicar estas sencillas reglas:
Piensa en las experiencias que deseas vivir cuando vas a la montaña y haz todo cuanto esté a tu alcance para que los que vengan después de ti también puedan disfrutar de esas vivencias.
Todo lo que subas contigo a la montaña, llévatelo de vuelta.
Siempre que los haya, procura seguir los senderos marcados. No atajes cortando por las “zetas” de los caminos, porque ello produce erosión en el terreno.
Cuando el camino atraviesa un prado es preciso caminar en fila y pasar las zonas fangosas sin tratar de rodearlas. Así estarás contribuyendo a que no se ensanchen y multipliquen los senderos (creación de sendas paralelas).
Camina con ligereza en aquellas zonas donde no exista sendero, procurando pisar sobre superficies inalterables (piedras) para minimizar el daño a la vegetación.
Cuando el itinerario deba atravesar una zona con vegetación donde no exista camino, haz que tu grupo se disperse en lugar de caminar en fila india. Esto resulta menos dañino para la vegetación y minimiza el impacto erosivo del paso del grupo.
Recoge todos los desperdicios que encuentres en la vía o itinerario de caminata, ya sean tuyos o de gente que estuvo ahí antes que tú.
Evita dejar hitos, banderas de marcaje o cualquier otro objeto que hayas puesto para guiarte.
En los lugares de acampada
Siempre que sea posible, acampa en zonas preestablecidas, sobre terreno desnudo de vegetación.
Como segunda alternativa, cuando no exista un lugar de acampada adecuado, acampa sobre nieve o suelo de roca.
Evita acampar sobre las praderas; si no queda más remedio, ten en cuenta que las plantas herbáceas y los juncos son más resistentes que las plantas leñosas. Si tienes que acampar en una pradera, procura ser particularmente cuidadoso; no permanezcas más de una o dos noches en el mismo punto.
Evita acampar muy cerca de los cursos de agua, sobre todo si ésta es escasa en la zona, pues muchos animales podrían quedarse sin beber por miedo a la presencia humana.
Procura limitar la erosión en torno a los cursos de agua. Utilizar un bidón o recipiente grande no sólo es más cómodo sino que reduce el número de viajes en busca de agua y los consiguientes efectos de erosión y otras formas de impacto.
Controla tu material de campamento y mantenlo ordenado para evitar perder u olvidar partes de tu equipo en caso de que corra viento o caiga una nevada.
Al abandonar tu zona de campamento, deja el sitio limpio.
Las cocinillas o anafres.
Utiliza siempre un anafre para calentar agua o cocinar: nunca hagas fogatas u hogueras. Aparte del peligro de incendio, la recogida de leña favorece el pisoteo del terreno y de árboles jóvenes, acaba creando senderos innecesarios y priva al suelo de un valioso capital de materia orgánica.
Lavado
Lávate lejos de la zona de acampada y de las fuentes de agua o manantiales. Hazlo al menos a 60 metros de distancia de la fuente de agua; se ha comprobado que a partir de esa distancia, la posibilidad de contaminar el curso de agua es mínima
Usa únicamente pequeñas cantidades de jabón biodegradable, o preferiblemente nada (muchos de los productos que dicen ser biodegradables en realidad no lo son, o su degradación supone un largo período de tiempo). Es posible lavarse y quedar limpio sustituyendo el jabón por unos segundos de “acción mecánica” del agua y un guante de crin.
No laves ni friegues utensilios de cocina directamente en los arroyos. Hazlo al menos a 60 metros de distancia de la fuente de agua. No ocupes productos químicos (detergentes) para limpiar tus utensilios de cocina; es mejor calentar un poco de agua en el anafe y lavarlos en ella con una esponja.
Animales
No alimentes a los animales salvajes, bien sea deliberadamente o abandonando restos de comida.
Deja tus mascotas en casa.
Basura y desperdicios
Recoge y lleva contigo la basura que has generado y, si es posible, los restos abandonados por otros grupos.
No entierres ni botes ninguna clase de basura, ni siquiera la de origen orgánico.
Minimiza la basura que llevarás contigo envolviendo la comida en bolsas livianas o reusables y fáciles de retornar. Deja los envases comerciales en la ciudad.
Trae el papel higiénico de regreso en tu basura.
Los excrementos humanos deben recibir, dependiendo del lugar, un “tratamiento” especial (ver siguiente punto). Recuerda que el “baño” se debe ubicar al menos a 60 metros de las fuentes de agua.
¿Qué hacer con los restos fecales humanos?
Como ocurre con otros aspectos de la vida al aire libre, ir al “cuarto de baño” no es un asunto tan sencillo. A medida que aumenta el número de visitantes a las montañas, aumentan los problemas asociados con sus excrementos: contaminación del agua, daños al suelo y a la vegetación, papel higiénico en forma de basura; aún más desagradable es la posibilidad de tropezar con las deposiciones al acampar o transitar. Los problemas son aún mayores en las áreas árticas y en las montañas de gran altitud, donde las heces se descomponen muy despacio, o simplemente no se descomponen. En ciertas zonas y países se está empezando a instar a los visitantes de las montañas a que empleen otros métodos de tratamiento o “gestión” de sus residuos fecales, incluyendo el de transportarlos consigo y sacarlos de los espacios naturales como cualquier otro tipo de residuo. A continuación se describen algunas fórmulas; la elección apropiadas para cada caso dependerá del área en que nos encontremos.
Papel higiénico.
Lo ideal sería llevarse el papel higiénico usado con el resto de la basura. En zonas de bosque con suelo orgánico se admite la solución de enterrar el papel junto con las heces, aunque igual pasará mucho tiempo antes de que éste acabe de descomponerse. Es muy aconsejable adquirir el hábito de llevar con nosotros bolsas de plástico destinadas a guardar el papel higiénico usado. Otra posibilidad consiste en buscar alternativas al papel higiénico: piedras, hojas, nieve.
El “hoyo de gato”
En bosques u otras áreas con suelo orgánico y a baja cota, podemos excavar un pequeño agujero llamado “hoyo de gato” para enterrar los excrementos sólidos. Busca un sitio que diste al menos 60 metros de los cursos de agua o de sus lechos secos, de los caminos, zonas de acampada y lugares de reunión de la gente. Con el piolet o un pequeño útil de jardinería (palita), excava un hoyo de 15 a 20 centímetros de profundidad en la capa orgánica del suelo. Luego, cubre tus heces con tierra y déjalo todo con el aspecto más natural posible. En este tipo de suelo, las heces se descompondrán rápidamente. En los suelos minerales o rocosos de la alta montaña no es recomendable enterrar las deposiciones sólidas, ya que en estos ambientes la materia orgánica no se degrada con facilidad.
Recogida y transporte.
La fórmula de mínimo impacto para la “gestión” de los excrementos consiste simplemente en llevárselos dentro de una bolsa. Dos variedades especialmente sofisticadas de esta técnica se están recomendando y empleando ya en muchas áreas protegidas norteamericanas: el sistema de la “bolsa azul” y el del tubo contenedor.
El sistema de la “bolsa azul”
Este sistema se está utilizando en rutas glaciares muy transitadas de algunos parques nacionales de los EE.UU. Se entrega a los visitantes una serie de juegos de bolsas de plástico con cierre hermético. Cada uno de estos juegos consta de dos bolsas: una exterior y otra interior de color azul. El montañero usará la bolsa azul a modo de guante para tomar la deposición sólida, le dará la vuelta a la bolsa y la sellará antes de guardarla en el interior del envase exterior, que a su vez cerrado, queda listo para el transporte. Todas las bolsas acompañarán al montañista hasta el final de su recorrido, donde las autoridades del parque tienen previsto un lugar adecuado para su depósito.
Los visitantes de las montañas pueden difundir el uso de esta técnica en otras áreas, llevando sus propias bolsas de plástico para almacenar las heces y traerlas de vuelta a la ciudad.
El tubo contenedor.
Se trata de un buen sistema casero para almacenar y transportar residuos orgánicos sólidos. Se desarrolló en el Parque Nacional de Yosemite (EE.UU.) para dar solución al problema de este tipo de restos en la escalada de grandes paredes. Para utilizar el tubo contenedor es necesario llevar unas cuantas bolsas pequeñas de papel, un recipiente de plástico resistente con tapa hermética y un poco de arena para gatos o cloruro cálcico. La persona defeca dentro de una bolsa, añade un poco de arena para gatos para absorber el olor y la humedad, cierra la bolsa y la deposita dentro del recipiente de plástico. Puedes hacer tu propio recipiente con un trozo de tubo de plástico de 10 cm de diámetro. Corta el tubo del largo que prefieras; pégale una tapa fija en un extremo y una tapa con cierre de rosca en el otro. Al final de la actividad podrás tirar las bolsas de papel en un sanitario y limpiar el contenedor de plástico para usarlo nuevamente.
Finalmente recuerda:
Aparte de cariño y respeto, la montaña no necesita nada de lo que tu traes…
Lo que lleves a la montaña, regrésalo... y lo natural que encuentres, déjalo allá.