La última patrulla VIII Capitulo 5 El montañés libre…
Las irregularidades formadas en la superficie de la tierra por las montañas y los valles son siempre un factor importante en el desarrollo de la historia de todos los pueblos y esto nos explica muchas veces el porque de sus viajes, sus migraciones, sus conflictos y muy de cierto, sus destinos. Es así como la madriguera de un topo que aparece en un prado, en medio de poblaciones de insectos a los que observas yendo y viniendo, cambia inmediatamente todos los planos y hace desviar en sentido inverso la marcha de las tribus viajeras.
Por eso, las montañas separando con su enorme masa las naciones que por una y otra parte sitian sus limites, así, la montaña protege también a todos los habitantes, que han ido á buscar cobijo a los valles. Los abriga, los hace suyos, les da costumbres especiales, cierto género de vida, particular carácter. Sea cual fuere su raza originaria, el montañés se ha hecho tal como es, bajo la influencia del medio que le rodea. La fatiga del trepar y del bajar penosamente, la sencillez del alimento, el rigor de los fríos invernales, la lucha contra la intemperie han hecho de él un hombre aparte, le han dado una actitud, un andar, un juego de movimientos muy diferente de los usados entre sus vecinos de la llanura. Le ha dado además un modo de pensar y de sentir que le distingue y lo hace único. Han reflejado en su espíritu, como en el del marino, algo de la serenidad de los grandes horizontes que en muchos sitios le ha asegurado el tesoro inapreciable de la libertad.
Una de las causas que más ha contribuído a sostener la independencia de ciertos pueblos montañeses, es que para ellos el trabajo solidario y los esfuerzos de conjunto son una necesidad. Todos son útiles para cada uno, y cada uno para todos. El pastor que va á los pastos altos a guardar los rebaños de la comunidad, no es el menos necesario á la prosperidad general. Cuando ocurre un desastre, se ayudan todos mutuamente para enmendar el daño. Si un alud alud se ha desplomado sobre algunas cabañas, todos trabajan en el desescombro. Si la lluvia ha desmoronado los campos, que se cultivan en gradas sobre las pendientes, todos se ocupan en recoger la tierra que se ha venido abajo y subirla en espuertas hasta la vertiente de donde se cayó. Si el torrente desbordado ha cubierto de piedras las praderas, todos se afanan en limpiar el césped de tales escombros que lo ahogan. Cuando en invierno es peligroso arriesgarse entre la nieve, cuentan unos con la hospitalidad de los otros. Todos son hermanos y pertenecen á la misma familia. Así es que cuando los atacan, resisten de común acuerdo, movidos, digámoslo así, por un solo pensamiento. Por otra parte, la vida de combates sin tregua contra toda clase de peligros y quizá también el aire puro y saludable que respiran los convierten en hombres atrevidos y desdeñosos de la muerte.
Trabajadores pacíficos, a nadie atacan, pero saben defenderse.
La montaña protectora les da medios para precaverse contra la invasión. Defiende el valle con estrechos desfiladeros de entrada, en que algunos hombres bastan para detener á grandes grupos, oculta sus fértiles valles en los huecos de grandes terraplanes cuyas fragosidades parecen inaccesibles. En ciertos sitios está perforada por cavernas que se comunican entre sí y pueden servir de escondites.
En la pared de un desfiladero que visitaba yo con frecuencia en la parte baja, o la base de lo que es el pico del cerro de la gloria, había una de esas cavernas ocultas. Con gran trabajo pude llegar a la entrada agarrándome de las asperezas de la roca y de algunas ramas de cedro que habían arraigado en las hendiduras de la roca. Muy difícil hubiera sido escalarla para los asaltantes. Peñascos amontonados en la boca de la gruta estaban dispuestos a rodar, saltando de punta en punta, hasta el desfiladero. A cada lado de la entrada, la roca, absolutamente recta y lisa, no hubiera dejado pasar ni á una serpiente. En la cima, el acantilado que la domina, protege la abertura de esta caverna como un pórtico gigantesco, y además, la encerraba bajo un gran muro. La gruta es inexpugnable.
Desde abajo parece aquello una continuación de la roca, una escotadura de la cima, en ciertos momentos deslumbrante de la claridad de la luz, otras veces ennegrecida por la sombra. Puede llegarse allí por senderos vertiginosos. Está lleno de escombros y de hoyos. Difícil es abrirse camino á través de tupidos grupos de arbustos y de hierbas altas, se teme pisar alguna víbora oculta entre dos piedras ó caer entre las rocas. Andemos, sin embargo, mirando atentamente al suelo. Llegamos al fondo del pozo de esa pared, rodeado aún afortunadamente por restos de un Encino, nos asomamos con espanto a la negra abertura del abismo e intentamos sondear su profundidad a través de las sombras y los helechos entrelazados. Me parece vislumbrar bajo el reflejo de un rayo extraviado en ese precipicio; paréce oir un murmullo ahogado que sube hacia nosotros. ¿Es una corriente de aire que se arremolina en la sima? ¿Es un manantial, cuya agua se filtra entre las piedras y cae gota á gota? ¿Es una salamandra que cae al agua y la hace chapotear?
Entro con cierto temor por esta brecha. El aire interior, con el cual no se mezcla nunca un rayo de sol, me hiela antes de entrar. Sin embargo, la luz baja hasta el fondo de la cueva: el techo está hundido hacia arriba. Todos esos residuos, piedra, madera de los restos de arboles y ceniza, se han convertido poco á poco en una especie de pasta que el agua que baja del cielo de la bóveda, bajando allí como al fondo del pozo, la conserva húmeda siempre. Pegajoso limo cubre esa tierra blanda del suelo, en la cual resbala el pie que pongo en ella. Me da la impression de estar encerrado en un horrible calabozo y pareciera que respiro con asco su aire rancio, y sin embargo, aquel aire es puro, comparado con el olor de moho que sale de la abertura de la cueva. Me asomo al negro agujero é intento divisar algo, pero nada veo. Necesitaría tener la mirada aguzada para la enorme obscuridad y poder disernir entre los reflejos de luz extraviados en medio de las tinieblas. ¡Siniestra oquedad! Ignoro de cuántos asesinatos has sido cómplice, pero me estremezco de miedo al verte y como en demanda de fuerzas; miro hacia el cielo negro, el cual sirve de marco para las cuatro murallas que tienes como paredes.
Más le vale una soledad donde pueda gozar en paz de la naturaleza.
Me siento como un nombre raro, que se encuentra en varios sitios de la montaña, esto me ha hecho pensar en las cosas de lo pasado. A lo lejos, en una hondonada, ligera depresión del suelo, brilla en lontananza cercano como diamante un manantial que jamás se vería si el sol no revelase su existencia con uno de sus rayos. Me acerco á él, veo doblarse y erguirse alternativamente los tallos de hierba bajo la pristina gota que corre por el suelo. Gorjean alrrededor del manantial algunos pájaros, y el césped que baña sus raíces en el agua que corre oculta bajo el suelo, extiende sus tallos verdes y sus florecillas muy por encima de la hierba de los pastos. Esa corta extensión de verdor, que divisan de lejos los pastores en la superficie marrón y quemada de la vertiente, es el ojito.
Hasta aqui, sean libres los altos valles de la montaña, libres los montañeses.