La última patrulla VIII... Capitulo 3 El bosque…
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Al pasar del invierno a la primavera, la montaña se nos muestra con sus nieves y con sus hielos que se derriten con premura, hielos y nieves que sirven para aumentar el caudal de los afluentes naturales que nos proveen agua a los caminantes, que con su frescura conserva la vegetación en las enormes distancias desde su base y hasta la cima, pero que se queda con humedad suficiente para alimentar á su propia flora dentro de sus bosques llenos de céspedes y musgos, muy superior en cantidad al número de las especies en la inmensidad. Desde abajo, el caminante observa con una mirada los pormenores del panorama que se nos presenta lleno de verdor de la montaña, un color que abarca el inmensi y magnífico conjunto que nos permite disfrutar de los mil contrastes que la altura, las formas irregulares del suelo, la inclinación de sus pendientes, la abundancia del agua, la cercania de las nieves y todas las condiciones físicas que se producen en la vegetación.
En primavera, cuando la temperatura es más amigable, renace todo, y es emocionante ver el color de las hierbas y el follaje dominar la blancura de las nieves que se alejan. Los tallos del inmenso prado que pueden respirar de Nuevo después de las nieves y ver la luz una vez más, tallos que pierden su tono rojizo y su apariencia calcinada y renacen de nueva cuenta adquieriendo primero un color amarillento y después el verde hermoso que los caracteriza. Cantidad de flores decoran las praderas.
Cerca de losarroyos intermitentes, cuyas corrientes de agua abren la delicada flor que en ellos se posa y en sus alrededores, florecillas blancas y azules, rojas ó amarillas se multiplican y forman muchedumbres que dan color á toda la pendiente, a lo largo del camino y desde las veredas opuestas se puede conocer cada especie de planta que domina la pradera, á medida que la nieve se refugia hacia las Alturas, en los lugares aún frios, como alfombra blanca decorada de floridos colores.
Ahora se unen los árboles en la fiesta de colores.
Abajo, en las primeras pendientes, los árbustos pequeños, después de haber librado batalla contra la nieve del invierno, se cubren ahora con la magia de las flores. Conforme vas subiendo, castaños, hayas y diversos arbustos, se cubren de hojas de verde claro y de un día para otro, a estas Alturas parece que la montaña se ha revestido con un tejido maravilloso de terciopelo y seda pintado de mágicos colores. Poco á poco subiendo hacia la cima, el nuevo verdor de los bosques y de las malezas; tras escalar cañadas y sortear barrancos para conquistar las paredes superiores junto al ventisquero. En lo alto de la cima, todo es de un glamour inesperado pero de alegre aspecto. Hasta las rocas que en invierno se tornan sombrías y que parecían negras por su contraste con las nieves invernales, ahora adornan sus fragosidades con plantass verdes. Y ahora también ellas participan de la alegría primaveral.
Menos suntuosos por la exuberancia del verdor y la prodigiosa multitud de flores los pastos altos y más agradables en esta zona elevada que en las praderas bajas; lo cual vuelve más íntima la alegría de sus plantas llenas de verdor. Es por de más muy grato caminar entre la hierba pequeña y de esta manera estar en contacto con las flores que brotan por milones desde la alfombra llena de hojarazca. Con la luz del día se vuelve incomparabl el brillo de sus plantas. Esto es porque el sol les envía rayo cálidos, de una poderosa y rápida acción química llamada fotosíntesis y elabora en la savia de las plantas las substancias colorantes que vuelven más perfecta su belleza. Si nosotros fueramos químicos o botánicos y nos armarámos de su equipo de investigación, comprobariamos este maravilloso fenómeno como es debido; pero como caminante, sin necesidad de instrumentos observamos a simple vista, que ninguna flor de la montaña tiene un color tan profundo y perfecto como el de estas hermosas plantas que, en su prisa por vivir y por gozar, adquieren mayor hermosura; adórnanse con los más vivos colores que pudieras encontrar, porque la estación de la primavera será corta pero reluciente; cuando haya terminado la primavera y desaparecido el verano, la muerte las sorprenderá de nueva cuenta.
Me deslumbra la vista el brillo que despiden las enormes extensiones de hierba salpicada con las rafagas de color sonrosado como salido de un hermoso sueño, con las anchas flores del atardecer, cuyo corazón se torna oro ante nuestros ojos.
De esas plantas de brillantes flores, la gran mayoria no temen la fria convivencia con la nieve y el agua helada del invierno. No puedo decir que sienten el frío puesto que han sobrevivido a las bajas temperaturas al lado de los cristales de nieve que las rodea libremente. Su savia en los tejidos internos de las delicadas plantas, que inclinan sobre la nieve su corola de tan puro y suave color cada que brilla el sol.
En la salida misma de las nieves al terminar el invierno, el afluente de agua tan fria que parece hielo apenas derretido, encharca con sus fluidos un áspero canon de piedra, encantadores ramilletes de flores de tallos que se estremecen sin cesar a lo largo del sendero. Más lejos, la piedra caliza nevada cuya sombra defendió de los rayos solares a las capas de hielo y nieve circundante, está tapisado completamente de flores: la calida temperatura que despiden ha derretido la nieve á su alrededor. Parece que brotan ahora de una copa de cristal de fondo grisaceo por la sombra que las rocas les proveen. Otras flores de mayor sensibilidad no se atreven á entrar en inmediato contacto con la nieve, y cuidan de rodearse.
En las pendientes de la montaña, los bosques se alternan con las largas alfombras de césped, nunca al azar sino en sincronía con el sender serpenteante que nos cobija. La presencia de árboles tan grandes indica siempre tierra vegetal de bastante espesor y abundante agua de deshielo, de modo tal que, gracias á la distribución de sus bosques y sus praderas, podrían leerse dedes lejos algunos de los secretos major guardados por la montaña, siempre y cuando el hombre no haya intervenido brutalmente derribando los árboles y modificando el aspecto del monte. Regiones enteras hay en las que el hombre, ávido de riquezas, ha talado todos los árboles: no ha quedado ni un tronco, porque las nieves, á las cuales no detiene ya la barrera viva, avanzan libremente en la temporada de los intensos frios invernales. descubren el suelo, lo raspan hasta la roca, llevándose consigo todos los residuos de las raíces y despareciendo las pocas semillas en el suelo depositadas.
Hace muchos años, los antiguos montañeses profesaban una enorme veneración por estos santuarios naturales que en nuestros tiempos casi ha desaparecido. En aqueloos tiempos, el leñador apenas se atrevía a profanar la flora de la montaña. El viento que en ella se internaba, producía sonidos que podría parecerse a la voz de los dioses. Pareciera que había seres sobrenaturales ocultos bajo la corteza y la savia del árbol era también sangre divina. Cuando el leñador tenían que tocar con el hacha alguno de aquellos troncos, lo hacían temblando, y el montañés decía una disculpa: «Si eres dios ó diosa, perdóname» y recitaba devotamente las plegarias propias de ese momento, pero no se quedaba muy tranquilo después de sus embates hacia el tronco.
Al blandir el hacha, lobraba observer el agitar las ramas por encima de su cabeza. Parecía que las rugosidades de la corteza del árbol, adquirían una expresión de ira y se entristecía con esa terrible Mirada que le era devuelta. Al primer golpe, la húmeda madera parecía como sonrosada carne de ninfa.
Aún quedan hoy mismo árboles adorados: el montañés ignora por qué, y no gusta de que le pregunten sobre ello; pero en este lugar existe una encina respetada por mi generacion de caminatntes, rodeada de historias de bienaventuranza en esta serranía, le protegemos contra los animales y los viajeros errantes.
De todos modos, aunque quede algún tronco respetado en memoria del tiempo viejo, no inspira ya el bosque aquel terror sagrado. Ahora los leñadores no se andan con tantos miramientos como sus antepasados, especialmente cuando no derriban bosques que sirven de valladar á los aludes. Basta con que puedan explotarlos útilmente, es decir, ganando con la venta de la madera más de lo que les cuesta la corta y el transporte. Numerosas selvas conservan su prístina virginidad por lo difícil que es al explotador llegar hasta ellas y sacar los árboles cortados. Pero cuando el camino es cómodo, cuando la montaña ofrece buenos resbaladeros, por los cuales se puede hacer bajar con un solo impulso los troncos pelados, cuando al pie de la pendiente el torrente del valle tiene bastante fuerza para arrastrar los árboles en balsas hasta la llanura ó para dar movimiento á poderosas sierras mecánicas, en gran peligro están los bosques de caer á manos de los leñadores. Si son explotados con inteligencia, si se regulan cuidadosamente las talas, de modo que siempre quede en pie bastante árbol para los años sucesivos, y se desarrolle en el suelo forestal la mayor fuerza posible de producción, puede congratularse la humanidad de las nuevas riquezas que se le procuran. Pero cuando se corta y destruye de una vez todo el bosque, como en un acceso de frenesí, dan intenciones de maldecir á quien dispuso semejante desición.
Las pendientes de pasto extendidas al pie de los árboles están bastante libres de malezas para que la mirada pueda alcanzar numerosas perspectivas por debajo de las ramas. En muchos sitios esta maleza deja pasar la luz del cielo. La sombra gris de los árboles y el rayo suavemente dorado del sol, oscilan según el movimiento que del follaje provoca el viento. Musgos y líquenes que cubren con sus tapices la rugosa corteza, entrelazan la suavidad de luces y las sombras fugitivas. Los mismos árboles, bien irguiéndose aislados, bien formando grupos, son diferentes en aspecto y de forma. Casi todos, por los surcos de la corteza y la dirección de sus ramas, parecen haber sufrido un movimiento de torsión de izquierda á derecha; pero mientras unos tienen el tronco bastante liso y bifurcan regularmente sus ramas, otros tienen extrañas jorobas, nudos y verrugas caprichosamente adornadas con hojas. Hay árboles viejos de enorme tronco que han perdido sus ramas mayores á consecuencia de las tempestades y las han sustituído con tallitos puntiagudos como lanzas, otros conservan completo su ramaje, pero están secos por dentro; consumido el tronco por la accion del tiempo en contra de su savia, abriéndoles profundas cavernas cual venas abiertas quirurgicamente y no dejándoles á veces más que una ligera capa de madera cubierta de corteza para sostener todo el peso de la vegetación que se posa en su capa superior. A lo largo del sender, se puede observer de cuando en cuando, posada en el suelo, la huella de una cepa de poderosas dimensiónes, por efecto del tiempo y las estaciones invernales, desapareció el árbol, pero alrededor de aquella escultura vegetal crecen otros, unidos antes al gigantesco pilar de piedras y aislados ahora, limitados á su singular individualidad. De modo tal que el bosque presenta una enorme diversidad de organismos vivos y muertos. Al lado de árboles bien crecidos, de aspecto soberbio y porte majestuoso, hay grupos cuyas extrañas formas evocan en la imaginación los monstruos de algún sueño ó de las más increibles fábulas. Mucho más semejantes unos a otros son los cedros, que también gustan de asociarse y formar bosques, como los encinos. Casi todos son rectos como columnas y la extensión abierta entre ellos no permiten á la vista alcanzar largas distancias. Los cedros son hermosos, de brillante corteza cubierta por el liquen, y de verde musgo en la base; manojos de hojas adornan la parte baja del tronco, pero los ramajes se extienden á quince metros de altura y se unen de árbol en árbol formando una bóveda continua, perforada por los refulgentes rayos paralelos que forman dibujos en la hierba psada en el suelo. El aspecto de este bosque es severo para algunos pero, hospitalario al mismo tiempo para nosotros los caminantes.
Suave claridad compuesta de haces brillantes de luz y á la cual conjugan entonación verde las hojas de los árboles, que llenan los pasos de mis pies y se mezcla con la sombras frente a mi para producir una impresión de luz irreal, sin crudeza de matices, pero también sin obscuridad. Tal claridad me permite ver bien todo cuanto vive al pie de los árboles; los insectos que se arrastran bajo el follaje, las florecillas que se balancean en Hermosa coreografía frente a las rocas, los hongos y musgos que alfombran la tierra bajo mis pies, y sobre los mismos árboles, líquenes que se mezclan y confunden armonicamente con los rayos de luz. Según avanzan las estaciones, cambia incesantemente de apariencia este bosque de cedros y encinos. En otoño, el follaje se llena de diferentes coloes, dominando los matices amarillos y rojizos tras marchitarse la scopas de los árboles y que después caen a tierra y la cubre con espesa capa de hojarasca que produce hermosos sonidos al menor soplo del viento sobre ellas. Penetra libremente la luz en el bosque a través de las desnudas ramas de los árboles, pero penetran también en invierno las nieves y la espesa humedad de la bruma matutina. Pareciera que el bosque permanece triste y sombrío hasta la primavera, cuando las primeras flores se abren junto á los charcos de agua que la nieve derretida nos ha dejado con su deshielo.
Más sombría y de una apariencia mucho más terrible es la zona de los pinos que crece en la vertiente de la montaña, pero con diferente expansión. Parece guardar un terrible secreto. Brotan de sus ramas rumores sordos que después se extinguen para renacer de nuevo, como el murmullo lejano de las olas en el mar. Es arriba, en las copas de los pinos, donde el ruido se propaga; abajo, en el suelo, todo está inmóvil, tan impasible que nos muestra un aspecto siniestro del sendero. Las ramas, cargadas de follaje, se inclinan hasta el suelo y se estremece el pasar bajo aquellas bóvedas sombrías. Cuando el invierno cargue de nieve las robustas ramas, no se doblarán, y sólo dejarán caer en el césped plateadas gotas de agua. Parece que estos árboles poseen voluntad, tanto más ponderosa y tenaz, puesto que les une a todos y cada uno de ellos el mismo sentimiento. Andando mi sendero hacia la cumbre de la montaña, se ve que los árboles tienen que luchar cada vez más para conservar su existencia en este macro cosmos que se va enfriando. Su corteza es más rugosa mientras mas avanzamos a la cima, su tronco menos recto, sus ramas más nudosas, su follaje menos abundante y más duro. Sólo de esta manera pueden resistir a las nieves, a las tempestades y al frío por el abrigo que se dan unos a otros. Aislados, perecerían; unidos en el bosque pero continúan viviendo. Pero si en la cima, los árboles que forman el primer cobijo llegan á ceder en cualquier punto, pronto conmoverá y derribará la tormenta á sus compañeros. Para mi, el bosque se me figura como un ejército, formando á sus árboles en linea de batalla, como si fueran soldados. Únicamente dos ó tres abetos, más robustos que los restantes, se han adelantado, semejantes á campeones. Sólidamente arraigados en la roca, bien plantados, acorazados con rugosidades y nudos como con una armadura, desafían á las ventiscas y sacuden de cuando en cuando sus penachos de hojas. He visto que uno de sus heroes se había apoderado de una punta de piedra en la cima aislada y dominaba desde allí la inmensa extensión de cañadas y barrancos. Sus raíces rastreras y tortuosas como serpientes, que no había podido cubrir la poco profunda tierra vegetal, envolvían á la roca, se reunían en un tronco bajo y nudoso que parecía tomar posesión de la montaña; las ramas del árbol luchador se habían torcido ante los ataques del viento, pero sólidas y recogidas sobre si mismas, podían arrostrar aún el esfuerzo de cien tempestades.
Por encima de los bosques de cedros y encinos y de su vanguardia se visualiza expuesta a las tempestades, todavía crecen árboles, pero son de una especie que en lugar de elevarse hacia el cielo, se arrastran por la tierra y se escurren miedosamente por las fragosidades para huir del frío y del viento. Las ramas, que serpentean como raíces, se repliegan sobre las rocas y aprovechan su escaso calor.
La vegetación salió de la piedra, y á la piedra vuelve.