La última patrulla VIII... Capitulo 1 Dejar el cuartel.
Hoy me pasó algo curioso. Estaba en medio de la explanada del 6/o Regimiento de Caballería Motorizado, triste, abatido, cansado. El hecho de que sea fin de semana hace a esta explanada más transitable, más caótica pero también más hermosa y más llena de vida; con esa dualidad entre lo viejo y lo nuevo que siempre me ha fascinado de la arquitectura militar. Pienso que fue el calor del medio día, mis labios resecos eran visiblemente notorios, si te contara, ¡la sed que tenía! seguro recuerdas que no puedo estar mucho tiempo sin líquido, soy como un pez. Pero no quería beber nada.
A estas altura de mi vida, tras diez años de servicio en el ejercito mexicano, el destino me había tratado con dureza, arrebatándome seres queridos, en muchas ocasiones incentivando mis logros profesionales y en otras frustrando mis proyectos personales, anidando demonios en mis esperanzas. Tantas veces hubiera querido estar en dos lugares al mismo tiempo, partirme en dos o más y no perderme los momentos en los que alguna persona muy amada o apreciada por mí, me esperaba para compartir algo importante en su vida. ¿Porqué no tenemos esa capacidad?…¡Ya sé!, más que desear absurdos, debiera condenar mi escasez de coraje para mandar todo al diablo por un día o varios, y hacer cosas que no sean consideradas productivas, que dejen de preocuparme las repercusiones y los regaños de un jefe.
En este momento, hombres á quienes llegue a llamar amigos, se habían vuelto contra mi, al verme luchar con la desgracia: toda la humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasiones desencadenadas, me causaba horror. En este momento de mi vida me duelen todas las personas que mueren, los torturados y censurados. Me duelen las injusticias, los niños asesinados y las mujeres ultrajadas en guerras… guerras, me duelen las guerras. Me duelen los que al morir están solos y ni en el último suspiro tienen a alguien, me duelen aquellos que de hambre mueren. Me hiere este mundo. Estoy obsesionado con el pasar del tiempo, con los momentos perdidos y los momentos no sucedidos, con la muerte y sus vilezas, con las tristezas, las simplezas y las imposibilidades de este mundo.
Hoy, solo quería escaparme a toda costa de este ritmo de vida, ya para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de mi espíritu en la soledad.
Hoy quiero el hambre, el sueño, el cansancioquiero el sentimiento de extravío, la constante despreocupación,el absoluto don de darme al presenteporque ya me aburrí donde estoy,ya me estanqué, siento que no avanzoy me distraen las ideas de otroscuando ni son las míaspero tengo que ser empático, necesito el hambre, el sueño, el cansancioporque aquí estoy tan cómodoque ya ni volteo a ver lo verdaderolo esencial,el espíritu que liberala consciencia creadora,quiero palabras nuevas,sonrisas viajeras,aprender de los hombresde la montaña o los de la selva,la sabiduría de los indígenas. No quiero cosas materialesquiero la ausencia del deseo, quieroestar feliz,ir caminandocon mi mochilaescuchando a mi corazón.
Así, sin saber fijamente á dónde dirigir mis pasos, salí de aquellas paredes y caminé hacia las montañas. Montañas cuya silueta veía desde mi habitación, en los límites del horizonte.
Durante mucho tiempo, en mis años de servicio, anduve de frente, siguiendo los atajos que la cartografía militar me indicaba, deteniéndome al anochecer en apartadas lugares para establecer el campamento de la tropa. Me alertaba siempre el sonido de una voz humana ó de pasos cercanos; pero, cuando seguía solitario mi camino, oía con placer melancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los ríos y los mil rumores que surgen de los grandes bosques.
Hoy al fin, recorriendo en solitario y siempre al azar caminos y senderos, llegué á la entrada que se encuentra sobre la carretera, de la primer cadena de montañas. El ancho llano que me separa de la cúspide, rayado por los surcos en el suelo, se detenía bruscamente al pie de las rocas en el camino y de las pendientes sombreadas por cedros de sus colinas. Por momentos, sus elevadas cumbres azules desaparecen tras las cimas menos altas de estos cañones que me rodean. El arroyo, que más abajo se extiende en un largo llano de matorrales bajos, corría sobre de mi, rápido é inclinado entre rocas lisas y revestidas de musgo de colores. Sobre cada orilla, paredes de piedra que formaban los primeros cimientos del cerro de la gloria, que erguía su cúspide llena de escarpaduras sobre mi cabeza. Me daba la sensación de estar encerrado entre sendos muros de roca; a estas alturas, yo había dejado la región de las grandes ciudades, del humo y del ruido; dejaba detrás de mi enemigos y amigos falsos.
Por primera vez, después de mucho tiempo, experimenté un sentimiento de verdadera alegría. A pesar de mi edad, mi paso se hizo más rápido, ahora observo las cosas con mayor seguridad. Debo reconocer que a momentos me detuve para respirar con mayor ansiedad el aire puro que bajaba de la montaña, solo para disfrutarlo un poco más.
En aquel punto del país ya no había carreteras cubiertas de polvo ó de lodo; ya había dejado la llanura baja, ya estaba en la montaña, en el cerro de la gloria, libre de nueva cuenta. Una vereda trazada por los pasos de cabras, vacas y pastores, se separa del camino de terracería hacia el sendero no más ancho que sigue el fondo del valle, y sube oblicuamente por el costado de las colinas. Ahora, este es el camino que inicio para estar seguro de encontrarme solo y conmigo mismo al fin. Elevándome á cada paso, veo disminuir el tamaño de los arbustos y matorrales que voy dejando tras de mi por el sendero del fondo.
Hacia el anochecer, después de haber dado la vuelta a muchos escarpados peñascos, dejando tras de mí numerosos barrancos, salvando, á saltos de piedra en piedra, bastantes peligrosos arroyuelos, llegué á la base de un promontorio que dominaba á lo lejos rocas, árboles y pastos. En su parte mas adentro aparecía bañada por la bruma la cabaña, y á su alrededor los cánticos de las aves, avisan de mi llegada. Cual si fuera una alfombra extendida por el camino bañado por las hojas de los árboles que se caen, el amarillento sendero subía hacia la cabaña y daba la impresión de detenerse allí. Más lejos no se vislumbraban más que grandes barrancos pedregosos, cumbres lozanas y ventisqueros. Aquella cabaña ha sido desde hace muchos años, la última habitación del hombre que sube hasta estos lejanos lugares; la cabaña que, durante muchas aventuras de mi infancia, me había de servir de cobijo.
Un perro primero, y después un azor me acogieron amistosamente.
Libre por fin, en adelante dejaré que mi vida se renueve á gusto de la naturaleza. En aquellas aventuras juveniles, andaba entre un caos de piedras derrumbadas de la cuesta peñascosa al pie del pico del cerro de la gloria, también recorría al azar el bosque de abetos que se encuentra siguiendo la ruta de la peña de Moctezuma; otras veces subía á las crestas superiores del pico, para sentarme en una piedra que me permita dominar el espacio entre el cielo y la tierra; y también me escapaba con frecuencia hacia lo profundo y obscuro de algún barranco por el rumbo del nacimiento de agua, donde me podía sentir como sumergido en las entrañas de la tierra. Pero, poco á poco, bajo la influencia del tiempo y la naturaleza, los fantasmas lúgubres que se agitaban en mi cabeza fueron soltando su presa. Ya no me paseaba con el único fin de huir de mis recuerdos, sino también para dejar que penetraran en mi las impresiones de la montaña y sobre todo, para gozar de ellas.
Si había sentido un sentimiento de alegría durante mis primeros pasos en la montaña, fue por haber entrado en la bastedad que brinda la soledad y porque rocas, bosques, todo un nuevo mundo se erguía entre mi pasado y yo, porque comprendí un día, hace ya muchos años, que una nueva pasión se había deslizado en el interior de mi alma. Amo la montaña por ser si misma, disfruto de su belleza tranquila y soberbia, iluminada por el sol. Cuando ya estábamos –la montaña y yo- entre sombras; disfruto de sus fuertes caminos cargados de árboles iluminados de azulados reflejos; me complazco de sus laderas, en las que los pastos alternan con las rocas y los despeñaderos; de las poderosas raíces de sus árboles extendidas a lo lejos y separadas por valles con sus riachuelos, sus cascadas, sus charcas intermitentes, sus praderas; disfruto de toda la montaña, hasta del musgo amarillo ó verde que crece en la roca con la humedad que nos da el rocío, hasta de la piedra que brilla en medio del césped.
En este momento, mi compañero el Azor, como representante de aquella nueva hermandad, ha llegado gradualmente a serme muy necesario; ahora él me inspira mucha confianza y sobre todo una gran amistad; no me limito a darle las gracias por el alimento que me consigue y por sus cuidados; ahora estudio y procuro aprender cuanto pudiera enseñarme. Breve ha resultado la carga de su enseñanza, pero cuando se apoderó de mi el amor por la naturaleza, él me hizo conocer la montaña, en cuya cima él había nacido. Me dijo el nombre de las plantas, me enseñó las rocas, me acompañó hasta las cornisas vertiginosas de los abismos para indicarme el mejor camino en los pasos difíciles. Desde lo alto de las cimas me mostraba los valles, me trazaba el curso de los cañones, y después, de regreso en nuestra cabaña, me contaba la historia del cerro de la gloria y las leyendas locales.
En cambio, yo le explicaba también cosas que no comprendía del trabajo que tuve que hacer durante tantos años en el ejercito y que ni siquiera había deseado comprender nunca, puesto que así habíamos sido adiestrados; pero su inteligencia –del Azor- se abría poco á poco, y se hacía ávida. Me daba gusto repetirle lo poco que sabía yo de la vida y del mundo, viendo deslumbrar su mirada y sonreír su pico con cada explicación que yo le daba. Hasta entonces había sido yo, un ser indiferente, y el Azor se convirtió en ser que reflexionaba acerca de sí mismo y de los objetos que le rodeaban.
Cabe decir que, al mismo tiempo que yo instruía a mi compañero, también me instruía yo, porque, procurando explicar al Azor los fenómenos de la naturaleza, los comprendía yo mejor, y de esta manera, era yo mi propio alumno. Intenté, de esta manera, conocer la vida presente y la historia pasada de la montaña en la que ahora que vivimos. Estudié, basándome en la observación, la masa enorme con que están formadas las rocas con que está construida esta montaña, a la que las horas y las estaciones, le dan una gran variedad de aspectos, en ocasiones graciosos, otras veces terribles; la pude estudiar durante la época de sus nieves, durante sus hielos, en las plantas y en los animales que habitan en ella.