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La última patrulla V Capitulo 5 El ideali



Hay que mejorar a través de la dificultad. Sufrimos un deterioro psíquico cuando damos media vuelta para evitar la peligrosidad. Superar un peligro hace mejorar a la persona. La dificultad y el peligro hacen surgir lo mejor de los hombres. La disciplina del sufrimiento ha proporcionado la elevación de la humanidad...


San Agustín en sus Confesiones escribió: «Ninguna montaña es tan grandiosa como el alma. En la soledad de las montañas se revela el alma con mayor presencia». La vida feliz está en la altura... y se sube por un camino difícil lleno de precipicios escarpados y hay que subir paso a paso, de virtud en virtud, por los peldaños, hacia la cima: el objetivo máximo. Ascensión física y ascensión moral.


El gran Doctor Místico, San Juan de la Cruz, desconocía completamente, en el siglo XVI, el alpinismo, pero al igual que San Agustín, Petrarca, Dante, junto a tantos otros, recorría parajes de montaña por caminos incómodos para llegar a las cimas, buscando la paz del espíritu, las reflexiones, el cansancio y el esfuerzo.


Cuando era Prior de Convento de los Padres Mártires de Granada, llevaba a sus congregantes a las faldas de la vecina Sierra Nevada y los decía: «Hoy cada uno ha de irse a solas por los montes y gastar en soledad el día en la oración».


San Juan de la Cruz escribió entre otras muchas obras poéticas Subida al Monte Carmelo, el alto monte de la perfección, que se situó en el noroeste de Palestina, próximo al mar (¿Es la montaña que los egipcios llamaron Baad Hermón?). La Biblia la cita en relación con el profeta Isaías, a cuyas laderas llegó huyendo buscando refugio. Fue un lugar de eremitas, que fue el origen de la Orden del Carmelo.


La santidad la concibió San Juan de la Cruz como «una escalada para alcanzar la cumbre». Para ello diseñó tres caminos posibles: el recto, un itinerario muy difícil, mientras que los otros dos caminos laterales, aun siendo complicados, nunca llegaban a alcanzar la cima; son vías sin salida. Alcanzar la cumbre por el camino recto, lo que los alpinistas llamaríamos siglos después, vía directa, es lo que San Juan de la Cruz denominó la «Unión del alma con Dios».


El alpinismo, la escalada de las montañas difíciles, la ascensión a las montañas de la Tierra constituye para millones de personas un afán poco definible. Para la mayoría es simplemente un deporte con todo lo que este concepto tan abstracto y hoy carente de contenido puede conllevar.


En mis primeros tiempos, cuando siendo solo un adolescente me sentí atraído por ésta actividad, ¿qué era para mí el alpinismo?, ¿qué se encerraba en este arriesgado juego deportivo?, ¿podía acaso compararse con el automovilismo, el tenis, el fútbol, o el baloncesto? ¿Se ejercitaban los mismos valores trascendentes?


Cuando en aquellos lejanos años leía los escasos libros editados sobre montañismo y las expediciones a las cimas, quedaba poseído por las grandes aventuras que habían vivido sus protagonistas superando grandes peligros, ejercitando la admirable valentía necesaria aquellos guías y estudiosos personajes que eran protagonistas de hazañas, como unos modernos caballeros andantes. Las aventuras de Salgari o del mismo Julio Verne quedaban empequeñecidas ante las andanzas reales, contemporáneas, llenas de fuerza y pasión. Estos relatos tenían el rigor indiscutible de la verdad y de lo real.


Los jóvenes de mi generación necesitamos muchos libros de literatura auténtica sobre los grandes viajes y las expediciones a los Polos geográficos y a las Montañas.


No me interesaban nada los juegos deportivos que solo me parecían juegos de niños: tenis, baloncesto, fútbol, etc...


Pero las experiencias de Tilman, recorriendo el Himalaya, o las escaladas del guía alpino Gastón Rebufatt, me llenaban de admiración.


Así que cuando comencé a salir de marcha con los jóvenes del Grupo 20 Orión, sentí una auténtica revelación...


Vivíamos con emoción, ilusión y amenidad...


Quedé entusiasmado de las actividades en la montaña caminando por parajes extraordinarios, abrigándonos en las pequeñas y sencillas tiendas de campaña, que eran como pequeños hogares que nos protegían del viento, haciéndonos bebidas calientes con el fuego de campamento, pasando frío en las duras noches, orientándonos por las estrellas, cantando canciones que encerraban poemas...


Cuando llegó la escalada percibí una intensidad de sensaciones que a nada se podían comparar. El miedo llegaba a paralizarme, entre el vértigo, envuelto en sentimientos contradictorios para poder superar tantas debilidades, entre la belleza de aquellos paisajes impresionantes...


La llegada a la cima era siempre un momento trascendente, en el que sellabas la amistad con tus compañeros, viviendo la completa solidaridad...


Descendíamos por los precipicios colgados de aquellas inseguras cuerdas de ixtle, viendo la vertiente muy abajo, en el fondo verde de los valles...


¡Sí la escalada era un deporte, ese deporte sí satisfacía mis exigencias!


A los 12 años, me tuve que hacer fuerte para seguir el ritmo de mis compañeros. Me hice un atleta sin utilizar gimnasios, ni equipos, simplemente orientado por el esfuerzo de los ejercicios físicos en los juegos scouts. Puse tanto coraje en imitar los movimientos de los scouts veteranos, y fui tan constante, que me aficioné a la dureza del esfuerzo, acercándome al deporte. Gané en resistencia, en fuerza física y en agilidad, pero sobre todo me sobrepuse a mi natural debilidad...


Pocos años después empecé a destacar entre los scouts de mi generación llegando a ser uno de los primeros, en las fatigosas marchas y en las arduas y difíciles escaladas...


Mis progresos me sorprendían...


¿Cómo una persona débil y temerosa podía transformarse tanto?


Dejé el mundo de la carpintería, en el que mi padre, un apasionado de estos trabajos, me había iniciado. Continuaba con mis estudios de la Escuela Militar de Oficiales de Sanidad, dependiente de la Universidad del Ejercito y Fuerza Aérea, pero ya la búsqueda del misterio de mí mismo ocupó un lugar preferente.


Aquello ya no era deporte. Subir por aquellas paredes abandonando la seguridad del suelo era una actividad que nos evadía del mero y saludable ejercicio físico. La intensidad de las percepciones, del miedo, de la inseguridad, y el reto de la escalada y el alpinismo, me introducían en reflexiones profundas. Entre la escalada, el alpinismo y el ejercito, estudié el miedo y me adentré en él, enfrentándome una y otra vez ante esa emoción primitiva y esencial del animal humano.


Muchos años después, descubrí que la intuición siempre se refiere al espíritu y el hombre, gracias a la intuición, es como puede superar los esquemas de la inteligencia para avanzar en el pensamiento.

Poco a poco fui entendiendo que vivir hacia las cimas, era un espléndido camino de búsqueda del conocimiento...

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