La última patrulla V Capitulo 1 El llamado de la montaña.
- ¿Por qué vas a la montaña?
- ¿A qué te refieres?
-A nada grave, hombre. No me mires así. Sólo es algo que no acabo de explicarme. Pero tú eres montañero y lo sabrás. ¿Qué buscas en la montaña? Pasas hambre, frío, miedo y fatigas. ¿A cambio de qué? ¿Conquistar una cima? ¿Y qué hay en ella tan importante? No te importan las privaciones y los sufrimientos, arriesgas incluso tu vida. ¿Qué te impulsa a sostener una lucha tan insensata?
- Escapar de la locura de la ciudad.
- Ver atardeceres y paisajes que sólo se ven en la montaña.
- Compartir una experiencia que empuja al cuerpo y a la mente al límite con personas de distintos lugares del mundo.
Si bien son diferentes las causas que llevan a cada persona a tratar de hacer cumbre en una montaña, en todos los casos es una experiencia que modifica las cosas que para cada uno son importantes en la vida.
Con la llegada de temperaturas más amables, comenzará en pocos días la temporada más atractiva para hacer montañismo.
El montañismo es hermoso, porque combina la actividad física con la naturaleza. Me gusta todo, disfruto tanto de estar en la tienda de campaña como del viaje, la vista, el agotamiento y el llegar a la cumbre, que es increíble. Y me gusta porque me ofrece desafíos y al enfrentar esos desafíos me siento más seguro de mí y también de lo que quiero en otros aspectos de mi vida.
Las imágenes con las que se vuelve de la montaña son tan inolvidables como personales. "Cuando llegué a la cima, la impresión que tenía era que arriba no había nada, nada más que azul, y abajo el mundo. Si estiraba la mano, lo siguiente que podría haber tocado era otro mundo".
Los caminos que llevan a la montaña son muy diversos. Algunos responden a sueños de infancia, otros a situaciones de la vida que despiertan pasiones latentes.
La montaña representa la posibilidad de vivir los sueños que uno guarda en su interior desde que es chico. "En mi caso, mis sueños de aventura eran enormes. Después, uno crece, estudia, se casa, tiene hijos, responsabilidades, y esos sueños van quedando tapados por los años, hasta que, en algún momento, se despiertan. A los 40, resuelta mi situación laboral, mi familia estaba conformada, empezaba a tener un poco más de tiempo, y sentí que era el momento."
Frecuentemente, a lo largo de los años que he dedicado a la montaña, me he visto solicitado para dar explicación de esta vocación que me impulsa ineludiblemente hacia los grandes espacios abiertos y, concretamente, a esos reductos salvajes de la naturaleza donde la nieve, la roca y el hielo combinan sus esencias arquitectónicas para forjar los grandiosos paisajes montañeses.
Mis respuestas, manteniendo siempre la exigible fidelidad al fondo de mis principios, han variado la forma según las circunstancias. Hoy, con una dilatada experiencia a mis espaldas, suelo comenzar a salir del paso tirando de recuerdos. Especialmente de uno, que conservo como oro en paño en mi memoria: el de mi primer contacto con el cerro de la gloria. Tuvo lugar en 1988 y fue en Monclova, Coahuila (2.195 msnm.), monarca indiscutible de la cadena montañosa conocida como sierra madre oriental. Es la más alta de sus cumbres y, por ende, la más codiciada por el gremio de jóvenes alpinistas Monclovenses. Con el tiempo fui conociendo las principales cumbres de México y ascendiendo a sus cimas más célebres. Cuántas y a cuáles? ya no llevo la cuenta. Pero el recuerdo de aquella primera visión del techo de Monclova, con mi juventud todavía en ciernes y mis ilusiones por estrenar, me acompaña, pronto hará cuatro décadas, de manera imborrable.
Visto desde la citada localidad Coahuilense, con su inmensa cúpula de cedros y pinos elevada sobre el valle de Coahuila, el cerro de la gloria es una de las montañas más bellas que existen (desde mi experiencia). Otras cumbres son más altas, más vastas también, pero pocas ejercen una soberanía tan manifiesta sobre su entorno, con líneas tan soberbias y elegantes.
Su ascensión no presenta dificultades técnicas, salvo la de estar habituado a caminar bajo condiciones climáticas especiales (demasiado calor en verano y demasiado frio en invierno). Es necesario también una buena condición física y aclimatarse como dije antes, al calor o al frio. Y, naturalmente, respetar las reglas del juego.
Los senderistas somos gente de extraña afición para el resto de los mortales. Subimos montañas, sí, un raro empeño que no alcanzan a comprender quienes llanean por las calles de la gran ciudad. Las cadenas montañosas son, ciertamente, un universo aparte: no parecen una porción del planeta, sino un reino independiente, una región de cedros y rocas que se extiende ante nosotros en medio del silencio y el misterio del infinito. Cimas, valles, veredas, vegetación… Damos lo mejor de nosotros mismos para superarlos. Luego, erguidos en la cumbre que desde la infancia embrujó nuestros sueños, quizá sobre un colchón de nubes que oculta el mundo que quedó allí abajo, este reino se hace nuestro por unos instantes. El aire es cortante, el sol difunde su tibieza y nos sentimos invadidos de una paz y una alegría íntimas e inenarrables. Victoria, pues, sobre la tierra, pero también –y fundamentalmente– sobre nosotros mismos.
“¡Amar la montaña! Tan hermosa, tan extraordinaria, tan generosa…”, dejó escrito el marsellés Gastón Rébuffat, una de las referencias obligadas en el alpinismo de nuestros días. Nuestra civilización se empeña en asfixiar sistemáticamente lo más genuino de nuestra humana condición. Olvidamos cada vez más que poseemos unos músculos que no exigen sino ser empleados, y cuya fatiga nos procura una alegría interior e incluso un placer. Marchar y escalar no constituyen un sacrificio, sino una acción para la que todos, al nacer, recibimos las dotes necesarias. No utilizar los recursos primarios de los que la naturaleza nos ha provisto es realmente un contrasentido. Como si el mar renunciara a sus olas y se durmiera; como si el águila optase por no volar y permaneciese en su nido.
Aventurarse en la montaña es ir al reencuentro con ese aspecto insistente e incongruentemente relegado de nuestra íntima esencia, a la búsqueda de emociones simples y añejas como el mundo. Es un acercamiento a nuestras prístinas raíces, a todo aquello que ensancha los horizontes de nuestro espíritu por los caminos de la belleza, del amor generoso y de la grandeza de ánimo. Y en esta época en la que todo está cada vez más previsto, programado y organizado, tener hambre o frío en ciertos momentos e incluso poder extraviarse no dejan de ser una delicia y un lujo excepcionales.