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La última patrulla IV. Capitulo 4 Temer.


Como militares, nuestra relación se va formando de manera muy diferente desde el comienzo, pues trabajamos a diario, hombro con hombro, en situaciones de vida y de muerte; el pánico se ha convertido en una forma de vida para nosotros. Y es de sobra conocido que, entre militares hay algo eléctrico cuando se trabaja en situaciones de extremo peligro. La adrenalina empieza a brotar con gran profusión, sube la temperatura corporal y el pulso late con fuerza.


Hay algo en estos momentos crónicos de adrenalina y en estar expuestos de forma cotidiana a tanto sufrimiento humano, que hace que también te enfrentes cara a cara con tu propia mortalidad. Lo cual no es en lo absoluto agradable. Por eso considero importante e indispensable, no negar toda esa responsabilidad implícita de nuestras actividades. Debemos recordar como mínimo que tanto tu como yo, seguimos vivos. Caer en la cuenta de que se empieza a perder la capacidad para llevar al máximo bellas emociones y necesitamos desesperadamente convencernos de que aun estamos vivos.


Lodo y sangre, uniformes rotos y casquillos regados, gritos y sollozos, estruendos y detonaciones por todos lados. Entre semejante cantidad de ruegos, sé que tengo que atender a la mayor cantidad de compañeros heridos, para tratar de repeler el próximo choque, pues se nos ha ordenado mantener la posición. pero me resulta demasiado difícil lograrlo. Me auxilio de otros compañeros de armas, aunque ellos no les corresponde la atención médica y desconocen demasiadas cosas respecto a mi profesión. Los voy orientando, para aumentar la posibilidad de atender al mayor numero de compañeros heridos. Algunos, solo es cuestión de colocar vendajes en las extremidades, pues solo presentan heridas leves en los brazos o las piernas, algunos otros solo es necesario que se les auxilie a ponerse bajo resguardo de alguna cubierta natural.


Estas actividades del servicio médico en campaña, representa una misión demasiado especial, y especializada también, esencial y altamente significativa; pues es necesario reconocer bajo que condiciones y circunstancias se realiza en un conflicto. En estos momentos, el cuidado de los individuos es relegado exclusivamente al personal de sanidad, dentro de lo cual es necesario que nosotros, el personal sanitario, dispongamos en los momentos de crisis de los compañeros de armas que se encuentran cerca de nosotros en todo momento de cada situación táctica.


La Escuela Militar de Oficiales de Sanidad, que dentro de su programa de estudios tiene como objetivo principal, la formación de Oficiales de Sanidad, que con su capacidad de trabajo se desenvuelvan en la solución de problemas Técnicos, Tácticos y Administrativos del servicio de sanidad de las Unidades, dependencias e Instalaciones del Ejército y fuerza Aérea. Es aquí, donde tras el curso de tres años, y con denodado esfuerzo, logré el tan anhelado reconocimiento de graduarme, obteniendo además de titulo de enfermero militar, la jerarquía de Subteniente de Sanidad. Además de desarrollar la característica habilidad de un líder. Pues no importa el escalafón que se ocupe en el cumplimiento de las misiones encomendadas, es indispensable que todo miembro de las fuerzas armadas deba de ser un líder; y entendiendo como líder a las personas cuyas ideas y acciones influyen en los pensamientos y comportamiento de los demás. La influencia del líder sirve para que mejore la disposición del resto de los integrantes de las células de combate, encaminando de esta manera los resultados hacia el mejor desarrollo de la misión. Las habilidades para ser un líder hay que aprenderlas y en consecuencia practicarlas, así como también hay que diferenciar el liderazgo de la autoridad, puesto que la autoridad se asigna, y el liderazgo debe ser conquistado. La posición de comandante, en ningún momento debe de rehuir a este liderazgo que le impone su estatus dentro de los componentes de la unidad de combate a que pertenece; aun más, debe estar conciente que la única forma de cumplir satisfactoriamente con sus responsabilidades como comandante implica el demostrar su liderazgo, puesto que en nuestra cultura conocido es que, desde el nacimiento los varones somos destinados a ser preparados para ser útiles y no temer a las circunstancias en un lugar donde cada uno deba de esforzarse para obtener cargos y beneficios superiores, esto según el merito propio.


Es aquí que debemos recapacitar en los principios adquiridos en mi formación como oficial de sanidad y no abandonar a los compañeros necesitados. Es decir estoy preparado y acepto las responsabilidades del cargo que me ha sido asignado, y sé que estoy preparado para ocupar mi posición en los siguientes momentos, así sean de crisis y exista el riesgo incluso de perder la vida. No bastaba con tener el valor de estar en el frente. Era necesario ponerse de pié y luchar cuando el instinto aconsejaba hacer precisamente lo contrario.


Durante estos momentos reina la confusión entre el personal, a mi vista se materializa la más cruenta realidad pues, para cualquier ser humano que se jacte de ser el poseedor del mayor temple que pueda existir, estas escenas serían desoladoras aún viéndolas transmitidas por televisión. No alcanzo a articular las palabras adecuadas para describir el horror que se logra materializar en esos momentos en que compañeros amigos caen, presas de proyectiles asesinos. La desolación inmensa que produce la pérdida de un ser humano que lucha por ideales superiores. La pérdida tan inmensa de seres que, con su indescifrable valor logran llevar a cabo las más increíbles hazañas.


Los disparos y explosiones en la línea de combate se suceden uno tras otro, el poder de la artillería en ambos bandos es indiscutible; de pronto lo inevitable, caen compañeros heridos por los fragmentos de las granadas y blancos de las ojivas. Lamentos y estruendos se entremezclan con amenazadoras formas, las cenizas y el ardor se encarnan en los heridos y en los muertos.


Apagado, no sentía miedo, no estaba feliz, solo la mierda de apagado. Me lo reservaba todo para mí y cumplía con lo que debía hacer. Aquellos pocos meses fueron de una sensasión rarisima, de estar muy distanciado. No. Estaba demasiado apagado. No permitía que mi cerebro fuera hasta ahí. Impuse esos límites a mi cerebro y nunca, para nada me dejé llevar hasta ahí.


Sin duda este no es un lugar hermoso, pero el hecho de que que podría ser el ultimo que vieras en tu vida, le otorga cierto brillo especial.


Aún no entiendo como tras veinte años de servicio, nunca he recibido una herida por ningún tipo de arma. Pero es momento que, aún no logro acostumbrarme al dolor que causa el saber a un compañero amigo herido. Es inmensa la impotencia de no contar con las facultades de poder cubrir con algún manto invisible o milagroso a nuestros amigos, y así de esta manera evitar el sufrimiento que les ocasiona una herida a cada uno de mis compañeros. Pero aún más grande que el dolor físico de ellos, es infinito el dolor moral que produce la perdida de uno de nuestros amigos.


Estoy como en un trance entre este mundo y un mundo irreal, no distingo un limite específico para el umbral del dolor. Pues algunos compañeros lloran por el dolor ocasionado por sus heridas físicas. Más otros se encuentran en un estado total de shock, que no logro persuadirlos de la realidad presente; obviamente es algo imposible, pues ante nuestros ojos permanece una naturaleza muerta, creada por el efecto avasallador de nuestros disparos y se convierte en un circulo de horror irreal.


Me siento agotado, el esfuerzo ha sido demasiado.


Bebo un trago de agua de mi cantimplora.


Pero mi pesar es tan fuerte que me siento como si me estuviera transportando a otro mundo, a otra época. A algún lugar totalmente desconocido donde solo reina el dolor y la desesperación. Donde como por arte de alguna magia cruel y despiadada la lluvia empapa a todos mis compañeros, y por consecuencia se genera una cacofonía de toses secas, estertores bronquiales, resuellos asmáticos y graznidos a consecuencia del frío que convierte las narices en fuentes de abundantes secreciones y los pulmones en esponjas bacterianas. El vapor se alcanza a elevar desde los cuerpos y las ropas mojadas y se inhala junto con el humo de los fusiles recién disparados, un rancio vaho por la sangre valiente de mis compañeros regada en el lodoso suelo. La lluvia nos hacía entrar en un trance surrealista, un trance que nos permitía adentrarnos en nuestro refugio, en medio de tan tremenda desolación, un refugio donde nuestra fuerza se convierte en nuestra esperanza.


Nuestra esperanza que es el único sitio seco que realmente poseemos.


Si estas dispuesto a sacrificar tu vida por la de otra persona, entonces su muerte sera más angustiante que la perspectiva de tu propia muerte, por lo que un combate intenso podría incapacitar a toda una unidad por el simple efecto del pesar sentido. El combate es un asunto tan urgente, no obstante que la mayoría de los hombres posponen las cuestiones psicológicas hasta que termina. Un fusliero cansado, helado y embarrado se adentra en la amarga sequedad del miedo en la boca, entre las explosiones y el fuego cruzado del enemigo. Se require una tremenda movilización psicológica que una persona haga esto, no ya en una occasion, sino en muchas. En el combate sin duda, es donde mejor podemos observar estos compartamientos de gran significado.


La niebla del combate oscurece tu destino –oscurece cuándo y dónde podrías morir- y de ese desconocimiento surge un lazo desesperado entre los hombres. Tal vínculo es la experiencia nuclear del combate y la única cosa con la que se puede contar de una manera absoluta. El ejército quizá te joda, tu novia quizá te deje y el enemigo quizá te mate, pero el compromiso compartido de proteger las vidas ajenas es innegociable y, con el tiempo, no hace sino ahondarse aún más.


La disposición a morir por otra persona es una forma de amor que ni siquiera las religiones son capaces de inspirar, y el hecho de vivir esa experiencia transforma profundamente a una persona.


La lealtad al grupo impulsa a los hombres a volver al combate y en ocasiones a encontrar la muerte, pero el grupo también proporciona el único refugio psicológico para el horror de lo que esta ocurriendo. Cabe pensar que es más tranquilizador encontrarse bajo fuego en compañia de hombres en los uno confia que languidecer en alguna parte junto a extraños que no entienden la Guerra en lo absoluto. Es como si la inclusión en el grupo poseyera un efecto intoxicador que recompensará de sobra los peligros a los que el grupo debe enfrentarse.


En la primera Guerra mundial, los soldados se precipitaban contra las ametrallodoras pesadas del enemigo no porque a muchos de ellos les inquietaran las cuestiones políticas, sino porque era lo que estaban haciendo el hombre de la derecha y el de la izquierda. La causa no tiene porque ser justa, ni la batalla tiene porque ser vencible; pero una y otra vez, a lo largo de la historia, lo hombres han elegido morir en combate junto a sus amigos antes que huir y sobrevivir en solitario.


Un soldado debe satisfacer sus necesidades físicas básicas y necesita sentirse asimismo querido y apreciado por los demás. Si todo eso lo satisfice el grupo donde se encuentra, a un soldado le basta para seguir luchando con la mera razón de la defensa de ese, su grupo.


La version más intensa de este compromiso con el grupo es el lanzarse sobre una Granada para salvar a los hombres que te rodean. Es la forma más pura del valor, una decision instantanea que con casi total certeza matará al héroe, pero ofrece una elevada probabilidad de salvar a todos los demás. La mayoría de los actos de heroísmo incluyen al menos una posibilidad de supervivencia asi como una probabilidad muy grande fracaso.

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