La última patrulla IV. El Ejército.
![](https://static.wixstatic.com/media/fab01d_8ab0dbe766104359a624d18a60202140~mv2_d_5184_3456_s_4_2.jpg/v1/fill/w_980,h_653,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/fab01d_8ab0dbe766104359a624d18a60202140~mv2_d_5184_3456_s_4_2.jpg)
Capitulo 2
Entender
La idea de que en la Guerra hay reglas y que los combatientes se matan entre si de acuerdo a unos conceptos básicos de justicia se enterró para siempre, probablemente, con la ametralladora. No es extraño que un solo hombre armado con una ametralladora pueda rechazar a todo un batallón, al menos por un tiempo; esto también altera toda la ecuación de lo que significa ser valiente en combate.
En la primera Guerra mundial, cuando se generalizó el uso de las armas automáticas, era habitual que, tras conquistar una posición enemiga, se ejecutara a los artilleros que las manejaban, por toda la muerte que sembraban. En cambio, a menudo se perdonaba la vida a la infantería regular, de la que se pensaba que luchaba limpiamente. Las ametralladoras obligaron a la infantería dispersarse, a camuflarse y luchar en unidades menores e independientes. Todo eso favorecía el sigilo, más que el honor, y la lealtad al peloton, más que la obediencia ciega.
En una guerra de esta naturaleza, los soldados gravitan hacia lo que funciona mejor con el menor riesgo. En este punto, la batalla deja de ser un grandioso juego de ajedrez entre generales y se convierte en un experimento de matanza pura y sin freno. Como resultado, Buena parte de la táctica militar moderna se dirige a desplazar al enemigo hasta una posición en la que, escencialmente, se lo pueda masacrar desde un lugar seguro. Es algo que suena deshonroso, pero solo si se imagina que la Guerra moderna tiene que ver con el honor; no es asi. Lo que importa es ganar: matar al enemigo en condiciones lo más desiguales posibles. Cualquier otra cosa provoca, sin más, que seas tu el que pierda a un mayor número de hombres.
Hay dos formas de inclinar la balanza en un combate que de otro modo resultaría limpio y justo: tender una emboscada de fuerza apabullante o usar armas a las que no se puede responder. Lo mejor, por descontado, es recurrir a los dos metodos.
La Guerra es muchas cosas y sería absurdo pretender que emocionante no sea una de ellas. Es demencial cuanto te excita. La maquinaria de la Guerra y el sonido de las armas y la urgencia de su uso y las consecuencias de casi todo lo que implica es lo más emocionante que pueda llegar a conocer jamas una persona que ha vivido en Guerra.
Los soldados hablan de este hecho unos con otros, y también con sus confesores y psiquiatras, o tal vez con sus mujeres, pero la opinion pública nunca sabe nada al respecto. Es algo que muy poca gente desee haber reconocido. Se supone que la Guerra debe de sentar mal porque en ella ocurren, desde luego, cosas horribles; pero cuando un joven de diecinueve años maneja una ametrallodara caliber 0.50 durante un tiroteo del cual todo el mundo sale con bien, entonces la Guerra es la vida multiplicada por un número del que nadie ha logrado saber nada. En algunos aspectos, veinte minutos de combate son más vida de la que uno podría ahorrar Segundo a Segundo durante toda una existencia de hacer cualquier otra cosa. El combate no es el lugar donde podrías morir – a pesar de que con frecuencia ocurre así- sino donde averiguas si logras continuar vivo. No hay que subestimar las cosas que un joven se atrevería a hecer con tal de jugar ese juego una vez más.
Las experiencias psicológicas centrales de la Guerra son tan primarias y sin adulteración que eclipsan los sentimientos más sutiles, como la pena o el remordimiento, que pueden ir destripándote en voz baja durante años.
Desde que estalló la granda he pasado todo el día en un viaje extraordinario, con picos en los que no puedo sentarme y valles largos en los que deseo unirme al primer equipo de reabastecimiento que salga de aqui. No porque tenga miedo, sino porque estoy acostumbrado a que esta Guerra sea emocionante y de pronto no lo es. De repente me parece débil y triste, un fracaso moral colectivo que me ha engañado, nos ha engañado a todos al inducirnos a quedar impregnados del más puro dramatismo. Hombres jóvenes en sus terribles funciones nuevas con su terrible maquinaria nueva desplegados contra jóvenes igualmente poderosos al otro lado de la calle, todos entregados a una especie de aniquilación mutua, hasta que lleguen los reemplazos. Entonces empieza todo una vez más. Hay tanta energía humana implicada en ello, tanta valentía, tanto honor, tanta sangre, que sería fácil pasar un año aqui sin preguntarse si cualquiera de estas necesidades ocurre en primer lugar. Nada podría convencer a toda esta gente de aplicar todo ese esfuerzo en algo que no fuera necesario. Te puedes encontrar pensando algo así.
Esa noche rebobino las imagines de la explosión.
Mi ritmo cardiaco se vuelve tan extraño en los momento previos al estallido que casi tengo que cerrar mis ojos. No puedo dejar de pensar en los tres metros que hicieron que la bomba estallara debajo del motor y no de nosotros. Y esa noche tengo un sueño. Estoy contemplando una batalla titánica entre mi hermano mayor –mauro- y los mounstros del mundo subterraneo, y Mauro los está matando uno tras otro con una escopeta formidable. Los mounstros parecen de cartón, pero son asesinos y no importa cuatos mate, porque hay una reserva infinita. Entonces me doy cuenta de que al final, se le terminarán las municiones. Al final, los mounstros vencerán.
A los pocos días la Guerra se vuelve normal otra vez. Salimos a patrullar y me centro en el hecho de que un pie camina por delante del otro. Nos tienden una emboscada y lo único que me interesa es que cobertura tenemos. Todo es muy simple, directo y, hacia esta época, matar empieza a tener cierto sentido para mi. resulta tentador pensar que matar es un acto político porque ahi es donde actúan las repercusiones, pero esto pasa por alto el hecho principal: un hombre situado detrás de una roca conectó dos cables a una batería e intentó matarme; ¡matarnos! Hay otras formas de enetender lo que hizo, pero ninguna de ellas invalída el hecho crudo de que este hombre quería negar todo cuanto he hecho de mi vida o que tal vez podría llegar a hacer. Se percibía con una malicia y un caracter personal que no posee el combate. En teoría, el combate te ofrece una occasion para reaccionar de forma adecuada y sobrevivir; las bombas no dan margen para nada.
Combatir con otro ser humano no es tan difícil como parece, cuando están intentando matarte. La gente cree que arrancamos a aplaudir porque hemos acertado a alguien, pero los vítores son porque hemos impedido que alguien nos mate. Esa persona ya no volverá a dispararnos.
El combate es un juego en el que los hombres del 6/o regimiento deben desplegar por órden del gobierno de la republica, y cuando han desarrollado esa pericia, México los ha enviado durante todo un año, se encuentran sin mujeres, comida caliente, agua corriente, comunicación con el mundo exterior y sin alguna clase de entretenimiento. No es que los hombres se quejen, pero aún así, esta situación tiene consecuencias. Las sociedad puede dar a sus jóvenes casi cualquier trabajo y ellos ya se despabilarán para hallar el modo de cumplir. Sufrirán por ello y morirán por ello y verán a sus amigos morir por ellos, pero al final, lo conseguirá, sin duda.
Esto significa que la sociedad debe tener cuidado con lo que pide. En un sentido muy crudo, la tarea de los jóvenes es realizar el trabajo que sus padres ya no pueden realizer por su edad; y la actual generación de padres ha decidido que es necesario someter al contro militar este territorio invadido por el narco. Muchos soldados han muerto mientras llevaban a cabo estas órdenes. No pretendo decir que sea mucho ni poco, pero es el costo que sin duda se debe reconocer. Los propios soldados se resisten a reconocer el costo de esta Guerra, por alguna razón, cuanto más próximo te encuentras del combate, más reacio eres a ponerlo en duda. Pero alguien debe hacerlo. Esta evaluación continua y no adulterada por los politicos, quiza sea la única cosa que un país debe de forma irremediable a los soldados que defienden su país.
La Guerra supone asimismo otros costos, más vagos, que no se prestan a las matemáticas convencionales. Han muerto un soldado por cada municipio de avance en el terreno, pero ¿que decir de los supervivientes? Este territorio ¿compensa el costo psicológico de aprender a vitorear la muerte de alguien? Es una pregunta de respuesta imposible, pero que se debería continuar formulando. En última instancia, el problema es que son jóvenes normales con necesidades emocionales normales que deben satisfacer con los recursos muy limitados de esta Guerra.
El heroísmo es una material difícil de estudiar en los soldados, porque estos afirman invariablemente que solo han actuado como habría hecho cualquier buen soldado en su lugar. Entre otras cosas el heroísmo supone una negación del yo –uno esta dispuesto a perder la propia vida por mor de las ajenas- de modo que en este sentido, hablar de la valentía que uno ha demostrado puede resultar psicológicamente contradictorio. Es como decirle a una madre que ha sido valiente por saltar entre los coches para salvar a su hijo.
Los civiles entienden que los soldados tienen un nivel básico del del deber y que, por encima de eso, todo es bravura. Los soldados lo vemos justo al revés, o cumples con con tu deber o eres un cobarde.
No es necesario ser soldado para experimentar el extraño Consuelo de esta manera de ver las cosas. El coraje parece ser algo sobrecogedor, dificl de lograr, pero el trabajo es algo mundane y eminentemente loable, un proceso colectivo en el que todo el mundo corre algún riesgo.
Por mi cuenta, siempre estaba controlando mi nivel de miedo porque no quería quedarme helado en el momento equivocado y crear un problema, pero nunca me ocurrió y, una vez terminadas un par de comisiones, senti que el miedo sencillamente se me iba o algo similar. No es que tuviera menos miedo de morir, era que morir tenía algo más de sentido en el context de una empresa de grupo de la que poco a poco empezaba a formar parte. Como norma genera, sentía mas miedo en la litera, durante la noche, cuando gozaba del lujo de preocuparme por mi propia suerte, que no en alguna colina del exterior, cuando me inquietaba por la suerte de todos nosotros.
El grupo poseía una lógica y un poder que anulaban las inquietudes personales de cada uno, incluso las mías, y en algun punto de esa pérdida del yo, podía hallarse alivio a la terrible preocupación sobre lo que te podría suceder. Y era sin duda obvio que si las cosas se complicaban lo bastante –y no había razón para pensar que no sería así- las diferencias entre nosotros se tornarían una cosa insignificante.
Los civiles se rehúsan a reconocer que uno de los aspectos más traumáticos del combate es tener que dejarlo. La Guerra es tan obviamente errónea y perverse que la idea de que pudiera tener algo blueno se percibe casi como una blasfemia. Y, sin embargo, a lo largo historia, los soldados han regresado a casa y han vivido con angustia la lejanía de lo que debería haber sido la peor experiencia de sus vidas. A un veterano de combate, el mundo civil le puede parecer frívolo y aburrido, sin apenas nada en juego y con todo el poder controlado por las personas indebidas. Estos hombres vueven a casa y pronto se ven aconsejados por alguien que jamas ha visto el combate, o discuten con sus novias por alguna cuestón domestica que nisiquiera comprende. Cuando los hombres afirman que echan de menos el combate no es que echen de menos que les disparen –solo un perturbado lo haría- sino que lamentan no estar en el mundo en el que todo es importante y nada se da por sentado. Echan de menos estar en un mundo en el que las relaciones humanas se rigen exclusivamente por el hecho de que puedes confiar tu vida a la persona que tienes al lado.
Es una regla tan pura y limpia que, en la Guerra, los hombres pueden transformarse y rehacerse a sí mismos por complete, da igual como pueda ser uno en su casa –tímido, feo, rico, pobre, impopular. Es algo que no importa, porque no tiene importancia durante el combate; no tiene importancia, punto. Lo único que importa es tu nivel de dedicación al resto del grupo, algo que resulta casi impsible falsear. Es una manera más de demostrar que nada puede romper el lazo en tre ellos, una manera más de demostrar que no están solos ahí afuera.
Guerra es una palabra y desparramada que introduce mucho padecimiento humano en la conversación, pero el combate es una cosa distinta. El combate es el juego menor del que los jovenes se enamoran y toda solución al problema humano de la Guerra deberá tomar en consideración la psicología de los jóvenes. Por alguna razón, existe una gratificación profunda y misteriosa en el acuerdo recíproco de proteger a otra persona con tu propia vida, y el combate es prácticamente la única situación en la que esto ocurre de un modo regular.en estos combates, los hombres se sienten no los más vivos –eso se consigue con el paracídismo, por ejemplo- pero si los más utilizados, los mas necesarios, los más claros y seguros en todo sentido. Si los jóvenes pudieran conseguir ese sentimiento en su hogar, nadie querría volver a la Guerra, pero no pueden.