La última patrulla III. Riesgos en la montaña.
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Capitulo 2
Reflexionar.
Un sombrío bosque de abetos se cernía amenazador sobre las márgenes del rio helado. No hacía mucho que el viento había despojado a los árboles de su manto blanco, y estos parecía arrimarse mutuamente bajo la agonizante luz del crepúsculo, negros como un mal presagio. Un vasto silencio reinaba sobre la tierra. La misma tierra que era una desolación pura, sin vida ni movimiento, tan fría y desnuda que su espíritu no era siquiera el espíritu de la naturaleza. Se insinuaba una especie de risa más terrible que cualquier tristeza: una risa amarga como la sonrisa de la Esfinge, una risa fría como la escarcha y que participaba de una siniestra infalibilidad. Era l magistral sabiduría de la eternidad que se reía de la futilidad y los inútiles esfuerzos de la vida. Era la naturaleza salvaje. El helado corazón de las tierras del norte.
Jack London.
Colmillo Blanco.
“S.O.S. Necesito que me ayuden, estoy herido, moribundo y demasiado débil para salir de aquí caminando. Estoy completamente solo. No es una broma. Por favor, les pido que se quede para salvarme”.
En los últimos veinte años, he tropezado en la montaña con personas negligentes. La historia siempre es la misma: jóvenes idealistas y enérgicos que se sobrevaloran a si mismos, infravalorando la naturaleza y terminan encontrándose en serio problemas. Tan parecido entre si, todos estos jóvenes, que constituyen un cliché colectivo. La única diferencia es que algunos terminaron muriendo y los medios de comunicación difunden las historias de sus despropósitos. Victimas de su orgullo propio desmedido.
Lo que los ha matado ha sido su ignorancia, algo que podría haberse remediado con la lectura de un manual de los scouts. Aun que lamento estas muertes por la perdida que han sufrido los padres de cada uno, no me inspiran ninguna simpatía un ejercicio de ignorancia tan deliberado. Lo que equivale a una falta de respeto por la naturaleza y constituye paradójicamente una demostración de la misma clase de arrogancia. Casos en los que hombres sin preparación se comportan como unos perfectos incompetentes y al final meten la pata hasta el fondo a causa de falta de humildad.
En mi opinión, estos montañistas negligentes son novatos a los que las cosas les salen mal, chicos fantasiosos que se internan por el monte esperando descubrir una respuesta a algunos de sus problemas y que, en lugar de eso, solo encuentran en sus aventuras nubes de mosquitos y muy seguramente, una muerte solitaria. A lo largo de los años, docenas de personajes se han perdido en las profundidades de los bosques para no reaparecer jamás.
Existen casos de supervivencia asombrosos, que logran hacer que la vida se imponga a la muerte en circunstancias donde las posibilidades son prácticamente nulas. Provocan maravilla porque son la demostración de que la voluntad humana puede imponerse ante todo tipo de adversidades, aún cuando sobrevivir dependa de tomar decisiones difíciles que ponen al límite a sus involucrados. Desde la infinita perseverancia de los que aguardan bajo los escombros de un derrumbe, hasta los que escapan de un naufragio.
“Ni siquiera el alpinista más experto, en la senda más sencilla y con las condiciones climatológicas más favorables está libre de sufrir un accidente. El riesgo cero no existe”. Esta ley máxima de la montaña es la que convierte al alpinismo en uno de los deportes extremos por excelencia. Pero tan verdadero es su significado como desconocido para la gran mayoría de mortales.
Ante la vista de argumentos como este, nos preguntamos por qué se producen los accidentes. En algunas ocasiones es el amor por el riesgo lo que lleva a la gente a realizar excursiones peligrosas, otras veces es la falta de preparación y no previsión de las circunstancias; casi nunca se habla de inexperiencia. Precisamente la experiencia es la que puede hacer al montañero algo más intrépido de lo que debiera, y por ello se confía demasiado. Lo que no podemos olvidar es que en la montaña, la experiencia es solo un grado, que por encima de ella hay que anteponer la prudencia. Muchos accidentes de montaña se hubieran evitado si la prudencia hubiera estado presente.
No olvidemos que la montaña es traicionera, que cuando menos lo esperamos puede sorprendernos un barranco seco que de repente se llena de agua; o puede caernos un pedrusco que baja rodando por una ladera aparentemente inocua; que podemos patinar en el suelo mojado y rompernos una pierna.
Prudencia a la hora de hacer fotos maravillosas que, por captar una imagen perfecta puede hacer que nuestra deportiva se arrime demasiado a la orilla, una orilla que como final del camino puede ser el comienzo de nuestra muerte o como poco de un susto importante. Prudencia es ir a la montaña con ropa de abrigo suficiente, aunque sea verano, con provisiones de sobra por si nos coge la noche; con una linterna, que nunca se sabe. No voy a dar una lección sobre cultura del deporte de montaña, pero sí que voy a pedir prudencia a la hora de salir y sobre todo ahora que estamos en otoño, estación proclive para hacer senderismo y escalada. Que el cerro de la gloria es maravilloso y recorrerlo es impresionante, por supuesto, pero lo mejor de todo es sin duda, poderlo contar a nuestro regreso.
Todos podemos sufrir un accidente, ya sea en el coche, en la calle, en el hogar, en el trabajo, en nuestro tiempo libre o donde quiera que sea, el lugar y las actividades son lo de menos. Estoy seguro que más de una vez nos sentimos identificados y con todo esto tratare de que juntos descubramos actitudes y comportamientos propios de los que no éramos conscientes o porque simplemente todos, más tarde o más temprano podemos encontrarnos en situaciones similares.
Desde mi experiencia, el medio natural es la mejor escuela y la materia prima que podemos tener pero, no distingue entre alumnos sobresalientes, aplicados o mediocres y en ocasiones será duro y exigente ya que el entorno en el que a diario vivimos no se adapta al total de nuestras capacidades, somos nosotros los que deberíamos acudir a el con humildad y con la mente abierta y cuidado y no lo hagamos así, podemos sufrir su castigo. La naturaleza es sabia y camaleónica, unas veces se viste de maestra y otras de juez y a veces, nos pasa la factura. Pero al mismo tiempo también es generosa y las satisfacciones y enseñanzas que obtenemos son la mejor recompensa. La naturaleza es una autentica escuela de vida, porque al fin y al cabo el hombre, aunque en ocasiones lo olvide, es parte de la naturaleza. Por eso las experiencias y las lecciones que obtenemos del contacto tan intimo con ella son tan valiosas y apreciadas. Es nuestra tarea el aplicar después las lecciones aprendidas y adaptarnos a cada entono y situación especifica.
Y en esto, nos sentamos todos, aquellos que ya sea por experimentar un momento de esparcimiento, por vivir una aventura intensa, huir del estrés diario, por mantenernos en forma o cualquier otra razón escapamos en cuanto podemos al medio natural ya sea en autobús, bicicleta, kayak, parapente, zapatos o con mochila.
Esto, en otras palabras significa: los que hemos sufrido algún accidente, aquellos que lo tendrán y espero que así sea, todos los que pueden tener responsabilidades en caso de que cualquier situación que se torne en accidente: los senderistas, los alpinistas, los guías de montaña y sus clientes, los instructores.