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La última patrulla III. Riesgos en la montaña. Capitulo 1.



Aventurarse.


José Luis se había alejado de la ciudad de Monclova, Coahuila unos seis kilómetros sobre la carretera, de pie en medio de su camino y con el pulgar en alto, tiritando de frio en el amanecer gris de la ciudad, no daba la impresión de ser muy grande, unos 30 o 35 años, de su mochila sobresalía su espíritu aventurero pero su actitud resultaba a simple vista bastante amistosa. Gilberto, que recorría la misma carretera a bordo de su camioneta Chevrolet se detuvo cuando lo vio a su lado y le pidió que subiera.


José Luis arrojó la mochila en la parte trasera y subió rápidamente al lado de Gilberto y se presentó con el.


-¿José Luis? –repitió Gilberto, intentando obtener el apellido.


- Solo José Luis –respondió deliberadamente.


Media un metro con ochenta y tres centímetros, de complexión delgada. Aseguro que tenía 30 años y que era originario de Monclova, Coahuila. Le explicó que deseaba que lo llevara hasta la altura del rancho la capichola y que a partir de ese punto se internaría a pie por el bosque, para vivir durante unos días de lo que encontrara en el monte.


Gilberto era un transportista que se dirigía la ciudad de Monterrey, a 200 kilómetros de la ciudad de Monclova, y le comentó a José Luis que podía dejarlo donde al quisiera.


La mochila de José Luis daba la impresión de pesar unos 20 kilos, lo que sorprendió a Gilberto, quien dentro de sus habilidades es un experto cazador y leñador, por lo que pensó que la mochila era demasiado ligera como para que pudiera pasar unos días en el interior del bosque, sobretodo a inicios del invierno que ese año se anunciaba más frio que de costumbre. José Luis no llevaba en su mochila ni la cantidad de comida ni el equipo que se supone que debe llevar alguien para un viaje así.


Salió el sol mientras José Luis baja de la camioneta mientras Gilberto observaba las crestas arboladas que se recortaban por encima de la cerca de acero que bordeaba la entrada al rancho la capichola. Desde ahí se contemplaba una basta extensión de cerros mecidos por el viento que se prolongaba desde el norte y hacia el sur. Gilberto se preguntaba si no habría recogido a uno de esos locos que viajan para vivir enfermizas fantasías de ermitaños. Desde hace muchos años, el cerro de la gloria tiene una atracción magnética sobre los soñadores e inadaptados que creen que los espacios inmaculados de la frontera entre el cielo y la tierra de esta sierra, llenará el vacío de su existencia. Sin embargo, la naturaleza es un lugar despiadado, al que le tiene sin cuidado las esperanzas y anhelos de los viajeros.


La gente que a menudo viene a estos lugares piensan “estaría bien subir hasta aquí, vivir de lo que encuentre en el monte y apoderarse de un pedazo de paraíso” … pero cuando llegan y se encuentran de verdad en medio de las montañas es otra historia, no es como la pintan quienes antes han subido hasta aquí, los valles son anchos y violentos. Los mosquitos te devoran y en la mayor parte de los lugares de esta sierra, casi no hay animales para casar. La vida en este lugar no tiene nada que ver con ir de picnic.


El trayecto desde Monclova hasta las inmediaciones del rancho la capichola duró unos treinta minutos. Cuanto más charlaban, más tenía Gilberto la impresión de que no estaba ante un chiflado. José Luis era de trato agradable y parecía haber recibido una buena educación. Gilberto lo acosó con preguntas inteligentes a cerca de las especies de caza menor que existen en la región, las variedades comestibles de frutos silvestres. Aún así, Gilberto se inquietó.


José Luis reconoció que todo el alimento que llevaba en la mochila era un kilo de arroz, unas verduras, latas de comida. Por otro lado, la ropa y el equipo parecían adecuados para las condiciones de las tierras que en diciembre se cubrirían de una densa capa de frio invernal. Las botas militares que José Luis calzaba no eran impermeables. No llevaba armas para cacería, salvo un chuchillo de combate y un hacha, una brújula.


Poco después. José Luis sacó un viejo y maltrecho mapa de la sierra de la gloria y señalo una línea discontinua que cruzaba la cima del cerro. Representaba una ruta conocida como la cañada del caracol, muchas veces transitada, que ni siquiera esta marcada en la mayoría de los mapas. No obstante en el mapa de José Luis la accidentada línea serpenteaba hacia el este antes de desvanecerse en medio de los inhóspitos parajes situados al norte. Este es el lugar hacia el que José Luis se dirigía.


Gilberto pensó que el deseo de José Luis era insensato e intentó disuadirlo en muchas ocasiones ya que en aquella región era muy difícil cazar, podían pasar muchos días antes de que pudiera siquiera observar un animal mediano. Cuando Gilberto vio que eso no ayudaba a disuadirlo intentó atemorizarlo contándole historias de osos y pumas. No pareció preocuparle para nada y respondió que de ser necesario, treparía un árbol, por lo que Gilberto reaccionó diciendo que los árboles de esa parte no son muy altos y que los osos podrían derribarlos sin complicaciones per los pumas, pueden trepar por ellos tras una presa. Pero José Luis se mantuvo firme en su idea, tenía respuesta casi para cualquier situación que le fuera planteada.


-De todos modos, gracias –dice José Luis- lo que llevo será suficiente.


Gilberto le preguntó si sus padres o algún amigo sabían lo questaba haciendo, si había alguien que pudiera dar la voz de alarma en caso de que se presentara algún problema. José Luis respondió con tranquilidad que no.


-Estoy seguro de que no me tropezaré con nada que no pueda resolver a solas.


No había manera de convencerlo de que no continuara con sus planes. Lo tenía todo muy claro. No entendía razones. La única manera que se me viene a la mente para describirlo es que “era un persona aventurera” se moría de ganas por llegar a su destino e iniciar la aventura.


En invierno el camino suele tener unos contornos impreciso, pero caminables.


Antes de que José Luis bajara de la camioneta, Gilberto buscó detrás del asiento y saco un par de viejas botas y se las ofreció a José Luis para que las cogiera. Eran un poco grandes, comparadas con la talla de José Luis.

  • ¿Cuanto te debo?


  • No te preocupes –respondió Gilberto.

Luego dio a José Luis un trozo de papel con su número telefónico para que lo guardara en la cartera y añadió:

  • Si consigues salir de esta, llámame y te diré como puedes devolverme las botas.

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