top of page

La última patrulla II. Tu habilidad, tu mente, tu equipo. Capitulo 1 Problemas…


Era pasado el mediodía y me encontraba Subiendo la cuesta que separa la ciudad de Monclova, del Ejido el oro, en el pico del cerro de la gloria. Iba apoyándome del borde de las rocas escarpadas que se encuentran a lo largo de la vereda que conduce hacia el puente de piedra, cuando de repente escucho un cascabeleo. El colmillo blanco, largo y curvo se hundió en la carne de mi pierna. Instantáneamente retiro la pierna derecha; me doy vuelta y observo la serpiente, enroscada, amenazadora con su lengua bífida alargándose entre ella y yo, como marcando la distancia que debía de mantenernos separados. No era muy grande. Me llevo la mano a la altura de la pantorrilla, intento acercar mi boca a la herida, donde ahora asoma una gota roja, pero no alcanzo...


No perder tiempo en matar a la serpiente, me recuerdo a mi mismo.


Me dejo caer sobre la vereda para desmontarme la mochila y sacar de ella mi torniquete y la ventosa que previamente había elaborado con una jeringa, ahora me encuentro succionando la herida, de la que logro extraer una mezcla de sangre oscura y liquido blanquecino. Veo el bastón al pie de la roca y pienso si lo dejaría allí, en ese mismo lugar. Pero me doy cuenta que aquello solo se parecía al pánico. Lo recojo con la mano izquierda y me incorporo para avanzar por el sendero.


En este momento el poder está en la voluntad. Debemos recordar que una situación de supervivencia es una prueba de resistencia. Y en este tipo de pruebas el músculo que jamás debe fallar es la voluntad. Voluntad de vencer, voluntad de sobrevivir, este es el factor más importante para mi en este momento. Al final todo se reduce a una actitud psicológica fuerte que nos permita enfrentarnos sin desfallecer a la desesperación, la angustia, el tedio, el dolor, el hambre, la fatiga... Si no estamos mentalmente preparados para enfrentarnos con lo peor tendremos pocas posibilidades de sobrevivir.


No me apresuro. La prisa me aceleraría el corazón y con el ello el ritmo cardiaco aceleraría y el veneno circularía entonces con mayor rapidez en el interior de mi cuerpo, y eso es algo que no deseo en este momento. Aunque el corazón me late tan rápido por la excitación o por el miedo, no lo sé aún, que apresurarme o no parece diferente bajo estas circunstancias. Al llegar a unos árboles me siento en la vereda, saco el torniquete y me lo ato en la pierna derecha, muy cerca de la articulación de la cadera, a una distancia media entre el corazón y la zona de la mordedura. Con una fuerza giro el torniquete, tratando de limitar el flujo de sangre hacia la pantorrilla y de la misma manera evitar el retorno de sangre hacia el corazón.


Todas las temporadas en la amplia geografía de Coahuila, salen al monte o a la montaña cientos de personas, como yo. Lo más normal es que regresen agotados y satisfechos de haber logrado sus propósitos. Pero también otros volverán defraudados por una suerte adversa como la mía, aunque debemos reconocer que las situaciones de peligro que se presentan en la naturaleza en un 90% depende de nosotros evitarlas.


Saber orientarse en cualquier región es una virtud tan remota como la misma humanidad. Normalmente las personas cuando se trasladan lo hacen por el conocimiento de la zona y algunas por instinto, lo que no suele ser muy seguro. usted habitante de la gran ciudad, puede caminar por un alejado paraje boscoso, disfrutando de una diáfana mañana hasta que al intentar regresar no puede encontrar la senda original. Inmediatamente busca ubicar el cerro que tenía a su espalda pero ahora ve dos más. "Alguien puso otro" masculla con fastidio. Empieza a pensar que las sucesivas vueltas que dio lo han desorientado. Quiere regresar apresuradamente. "Tal vez ésta sea la huella...; no, mejor intento por aquella otra." Sólo se confunde más y comprueba que está definitivamente perdido. Pasan los minutos y la preocupación inicial se convierte en angustia. ¡Se viene la noche!


…. Arriba hacía viento. Yo tenía mucho frío, bien repartido en todo el cuerpo; en las manos, en los pies, en la nariz y en las orejas. Echo a caminar, y me siento más tranquilo. El corazón se me calma a ratos. No debo de preocuparme demasiado. Soy un hombre joven, y sano y fuerte. La mordedura no será fatal.


La ignorancia asociada con la imprudencia hace que de vez en cuando aparezcan en los diarios noticias sobre personas extraviadas en alejados parajes. Sin duda, es una situación muy desagradable que paraliza y hasta puede generar pánico especialmente en personas habituadas al "asfalto". Naturalmente esa sensación de temor se acentúa con un accidente por mordeduras de serpientes, de deshidratación, de desesperación por la llegada de la noche, el frío y al tomarse conciencia de la considerable distancia que nos separa de la civilización.


Empiezo el retorno, estaba muy cansado y el paso era muy lento, pero poco a poco iba avanzando. El paisaje seguía siendo precioso, aunque perdía su encanto a causa del percance con la víbora, la terrible sed y las ganas de llegar a la cabaña. La sed, que horrible sensación, ahora era como tener un papel de lija por lengua y arcadas cada vez que intentaba hablar así que lo mejor era caminar en silencio.


Voy descendiendo lo más rápidamente posible intentando siempre seguir el trazado de estas veredas que han estado aquí por años, pero justo en el momento menos esperado, estos segundos que parecen horas transcurren lentos en mi mente, voy en caída lentamente, intentando cogerme de la roca, desde arriba, no puedo hacer otra cosa que mirar tal y como se sucede todo en simultaneo. Después el impacto contra la roca, la frenada, unos segundos de silencio y por suerte no había sido más que un resbalón sin mas consecuencias que un golpe en el costado y en la pierna derecha, que de por si ya se encontraba mallugada por la serpiente.


Al fin la cabaña apareció ante mi. La pierna derecha me colgaba dura e insensible. Poco antes de llegar, me detuve y solté un poco el torniquete. Dejé que la sangre circulara por la pierna, y luego volví a atármela.


Es lamentable la poca importancia que se le suele dar al legendario mapa y a su compañera la brújula. En tal sentido pude comprobar que la mayoría de las personas desconocen las más elementales normas para interpretar y leer un mapa que contiene valiosa información. Por lo general los individuos que viven en las grandes urbes con enormes edificios, desconocen la ubicación de los puntos cardinales y si uno de improviso les pregunta ¿dónde está el norte? Es muy probable que no sepan como responder. Es obvio que ellos no lo necesitan conocer; pues en las ciudades se estila llegar a un determinado punto por medio del conocimiento de las calles o preguntando. Pero esta circunstancia cambia abruptamente y hasta podría pagarse muy caro cuando se transita por terrenos desconocidos y solitarios.


Me dejo caer en el suelo sobre mi hombro, dejando caer mi mochila por un momento. La mochila se acomodó un momento bajo mi pesada cabeza, y al fin me detengo, con la vista hacia arriba, hacia el inmenso cielo.


Las posibilidades que tiene una persona de extraviarse o verse imposibilitada de regresar, son bastante altas en algunas ciudades de nuestra provincia. En especial aquellas que tienen una muy baja densidad de población y están en zonas limítrofes. Para dimensionar mejor esto, sólo diré que casi 900.000 Km2 de la zona norte de México están considerados como semidesierto. Cuando sucede algo así, (el extravío de personas) la irresponsabilidad con la ignorancia van tomadas de la mano. No existen excusas.


En el interior de mi mochila busco el botiquín. Rápidamente sigo con las maniobras de primeros auxilios. Con la navaja trazo unas cruces sobre la marca de los colmillos, y aplico de nueva cuenta la bomba de succión, que como ya dije antes, la había elaborado con una jeringa. Luego me tendí en el suelo y observo la jeringa de plástico que la sangre iba penetrando lentamente.


Aliado y enemigo: miedo y pánico. Es imposible no sentir miedo cuando uno se encuentra aislado y perdido lejos de la civilización. El miedo es una reacción natural de todos los animales frente a elementos hostiles, una descarga de hormonas en la sangre que agudiza los sentidos y prepara el cuerpo para luchar o huir. En este sentido, el miedo es, sin duda, beneficioso. La cara oscura del miedo es el pánico. El miedo descontrolado e irracional. Jamás debemos caer en él. El pánico es destructivo, conduce a la desesperación, impide analizar la situación con claridad y tomar decisiones positivas. Conocer las técnicas de supervivencia inspira confianza y es un paso muy importante para evitar sucumbir al pánico. Por otro lado, debemos concentrar nuestro pensamiento en el análisis de la situación y las tareas que debemos realizar para aumentar nuestras probabilidades de supervivencia, y eliminar de inmediato cualquier pensamiento autocompasivo, o de desesperación.


En este momento no temo morir. Todo esto es sólo una molestia en el camino de mi aventura. La gente me había dicho y repetido que no anduviese solo por las montañas. «Lleva un perro por lo menos», añadían siempre. Siempre me había reído. Los perros peleaban constantemente con los jabalíes o los zorros. Ahora los consejeros se sentirán satisfechos cuando se enteren de lo que me ha sucedido.


Me siento agitado, ansioso y afiebrado. «Quizá», les diré, «me atrae el peligro». Eso parecerá un acto heroico. Puedo decir también, más sinceramente: «Amo esta soledad, lejos de los problemas de la vida común».


No, realmente, no he hablado ni visto a nadie en las dos últimas semanas que llevo en estos lugares.

Una punzada de dolor me devolvió al presente. Tengo la pierna hinchada. Suelto un poco el torniquete y la sangre circula otra vez por toda mi pierna.


Los enemigos silenciosos: soledad y tedio. La soledad y el tedio llegan de forma gradual una vez que el individuo, realizadas las tareas inmediatas, se sienta a esperar y la mente comienza a divagar y a jugarnos malas pasadas. Con ellas aumenta la depresión y disminuye la voluntad de sobrevivir. Se combaten de la misma manera que el miedo y el pánico: manteniendo la mente ocupada. Siempre existen tareas que realizar para aumentar las probabilidades de ser rescatado (preparar fogatas, señales...) o simplemente para estar más cómodos (construir un refugio... ). Analícense los peligros o emergencias que nos pueden sobrevenir y prepárense planes para afrontarlos. Es buena idea elaborar un programa de actividades que nos imponga disciplina al cuerpo y la mente y llevar un diario. Y si ves que ya no se te ocurre nada que hacer y que tu mente comienza a desobedecerte hundiéndose en le desesperación, corta unas flores y haz un mosaico en el suelo con ellas. Cualquier cosa es buena con tal de que nuestra mente y nuestra actitud no zozobre.


Sí, en este momento mi aislamiento es total. No tengo radio ni señal telefónica. Podía haber ocurrido una catástrofe en el pico. De cualquier modo, no puedo esperar que venga alguien a ayudarme.


Sin embargo, esta perspectiva no me alarma. En el peor de los casos seguiré aquí acostado, en medio de la planicie de la cabaña. Tengo agua y comida para dos o tres días. Luego, cuando la pierna se me desinflame, iré caminando hasta el rancho la capichola, es el más cercano.


Pasó la tarde. A la hora de cenar, sin ganas, preparo café y bebo unas cuantas tazas. Se sufre bastante, pero a pesar del dolor y el café, me estoy quedando dormido...


La mejor arma: estar preparados. Indudablemente, nadie espera encontrarse en una situación de este tipo, pero si viajamos por zonas deshabitadas o en avioneta o por mar, el riesgo, aunque sea mínimo, siempre está presente. La regla principal que todo el mundo debe seguir es informar a alguien de cual va a ser nuestro itinerario. De esta manera aumentan nuestras posibilidades de ser rescatados con brevedad. Llevar un equipo de supervivencia en nuestra mochila, un manual de supervivencia y conocer las técnicas que nos ayudarán a sobrevivir proporciona una gran fuerza psicológica. Por otro lado, una vez extraviados, siempre hay que prepararse para el supuesto de que pasaremos un largo periodo de tiempo en el que tendremos que seguir vivos, incluso aunque hayamos informado de nuestra ruta. Normalmente es mejor permanecer al lado del vehículo accidentado. Si nos alejamos de la ruta que habíamos trazado para nuestro viaje tendrán más dificultades para rescatarnos. No debemos olvidar que el momento más duro será cuando el avión o el barco se aproxime a nosotros y pase de largo. Supondrá una dura prueba psicológica; la desesperación y el abatimiento en estos casos son naturales, pero debemos luchar contra ellos y pensar que ya pasará otro. Si nos están buscando, antes o después volverán. La preparación física también es importante. Lógicamente tendrá mas posibilidades de sobrevivir quien está en buena forma que quien no. Pero el riesgo no se encuentra en estar en baja forma, si no en ignorarlo. Debemos valorar nuestra fuerza y resistencia de forma realista, sin dejarnos influir por las marcas de nuestra juventud. Hay que tener la sensatez de adecuar nuestras actividades a lo que somos capaces de hacer. Acometer empresas que luego no podremos terminar sólo sirve para derrochar una energía muy valiosa y que nos invada la desesperación.


No se cuanto tiempo ha pasado, me despierto y la luz venía de oriente. He dormido hasta el amanecer. La pierna me duele aún. Pero no me siento enfermo. Caliento una vez más el jarrito de café, preparo un poco de avena y me acuesto otra vez. Iría enseguida a la capichola... si antes no pasaba alguien que quisiera detenerse y ayudarme.


Sin embargo, pronto empezó a empeorar todo. Se trata, sin duda alguna, de una recaída. A media tarde estaba ahora realmente asustado. Tumbado en el suelo de la cabaña, redacto una nota, explicando lo que me había ocurrido. No pasaría mucho tiempo sin que alguien lo encontrase. Logro garabatear unas pocas palabras. Luego firmó: Indio. El esfuerzo de escribir el nombre completo, José Luis, me pareció inútil, y además, todo el mundo me conocía por aquel distintivo.


Antes del crepúsculo, no sin esfuerzo, me incorporo tambaleándome, y enciendo la fogata. No quiero quedarme a oscuras en medio de esta planicie fría y desolada.


Me inclino aprensivamente, hacia el espejito que siempre llevo en mi camelback. El rostro no parece más largo y flaco que antes, pero tengo las mejillas enrojecidas. Los grandes ojos negros, congestionados ya que me miraban con un ardor febril, y el hirsuto cabello castaño completan el retrato de un hombre muy, pero muy enfermo.


Me vuelvo a recostar sobre mi mochila en el suelo, sin miedo, pero seguro casi de que puedo morir. De pronto se sentía mucho frio devorado yo por la fiebre. La fogata frente a mi, iluminaba los rincones de la planicie. Si hiciese un testamento en este momento y en este lugar, un testamento como los de antes, divago, un testamento en el que se describan todos los bienes, diría: «Un martillo de carpintero; peso de la cabeza, dos libras; mango, treinta centímetros; madera rajada, dañada por la intemperie; metal enmohecido, aún utilizable.» Había hallado el martillo poco antes de encontrarme con la serpiente, recibiendo con alegría aquel legado del pasado, de una época en que los carpinteros blandían el martillo con una mano y sostenían el clavo con la otra. Dos libras es casi el peso máximo que un hombre puede manejar de ese modo. En aquel delirio febril, pensé que una fotografía del martillo podía ilustrar muy bien mi descripción.


La noche fue una larga pesadilla: torturado por accesos de tos, sofocado, consumido primero por el frío, y luego por la fiebre. Una erupción similar al sarampión me empieza a cubrir el cuerpo.

Al alba me hundo otra vez en un sueño profundo.


«Nunca ha ocurrido» no es igual a «No ocurrirá»... Sería como decir: «Nunca he muerto, por lo tanto soy inmortal.»


Despierto a media mañana con una inesperada sensación de bienestar. Había temido lo peor, pero me encontraba casi curado. Ya no me ahogaba, y la hinchazón de la pierna había desaparecido. El día anterior me había sentido muy enfermo, y no había pensado en la mordedura. Ahora, la pierna y la enfermedad eran sólo recuerdos, como si una hubiese curado a la otra. A mediodía había recobrado la lucidez, y casi todas mis fuerzas.

Featured Posts
Recent Posts
Archive
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

2016 by José Luis Perez. Proudly created with Wix.com

  • White Facebook Icon
© Derechos de autor
bottom of page