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5 La última patrulla. El Pico.



Llegó la hora, son las siete de la mañana, hace frío y todo está oscuro y silencioso. Parece mentira lo bien que he dormido, ni dolor de cabeza ni malos sueños, parece que la aclimatación es perfecta, suerte, ya que hace veinte años no fue tan fácil y pasé muy mala noche. El almuerzo consta de una barra energética y unos tacos de aquellos preparados en la fogata, que estaban realmente sabrosos. Nos empezamos a cambiar la ropa de dormir por ropa de faena y poco después aparece Gilberto. Cinco minutos de charla, más ánimos, cuatro patadas al suelo para entrar en calor y nos dirigimos hacia el principio de la vía de ascenso al pico del cerro de la Gloria en el que llegaríamos a un lugar llamado “Las Antenas” elevado a 2150 msnm.


Iniciamos el recorrido con algunas molestias del día anterior, pero este ascenso ya no implicaba tanta demanda física ya que no llevábamos carga adicional, solamente líquido y alimentos altos en energía como son las granolas, chocolates, nuez, miel de abeja y algunos otros más.


Hacemos los primeros pasos a la luz del sol, avanzamos bastante bien. De vez en cuando hacemos alguna parada para beber un poco de agua. No llevamos mucha, ya que la noche anterior acordamos ascender ligeros. Creemos que será suficiente, justa pero suficiente, en principio calculamos que si todo va bien serán unas tres horas de subida más un par de bajada.


Ahora todo era más fácil, era el momento que habíamos estado planeando, el momento en que nos dedicábamos a seguir las veredas y con un tramo ya hecho ya no podían quejarse de nada.


Que poco que duran las cosas buenas, no pasó mucho tiempo y ya estábamos de pie otra vez, ahora empezaba la parte más seria, el camino se convertía ahora en una escalada, no con mucho grado pero si más arriesgada, por la altura, el frío, los tramos de roca. Poco después de la salida tome una decisión que ni yo mismo entiendo como fue posible que se me ocurriera, tome la cabeza del equipo y empezaron las sensaciones fuertes. Verdaderamente mi elección no sé hasta que punto fue la más acertada, pareció, al menos para mis compañeros, una acción de coraje o valentía pero mis planteamientos me decían que era la posición más cómoda o mejor todavía, la más segura. El caso es que allí estaba yo guiando al grupo, cogiendome a esta y a aquella piedra, vigilando que ninguna de ellas se soltase en el momento de asirme, eligiendo los mejores lugares para poner los pies, vigilando la marcha de la gente que iba junto conmigo. No sé cuantas ideas y decisiones pasaron por mi mente en aquellos momentos pero seguro que fueron muchas y no faltaban las negras, tal vez un resbalón, puede que algún tirón por detrás, una piedra que se soltaba al cogerla, otra que caía desde arriba...


El cielo era azul y las nubes estaban lejanas, pensábamos que era perfecto y que al final, en la cima, la vista seria extraordinaria. Nos pusimos en marcha otra vez, otra vez de primero, arañando las piedras con cada paso, clavando los piés en pequeñas hendiduras, superándonos cada vez un poco más. A veces la vía se acercaba a la espeluznante cara norte y no podía por menos que tragar saliva y mirar hacia abajo, la belleza, la dureza, el vacío, el silencio, cuantas y cuantas cosas me invadían ante tal vista.


El esfuerzo bien valió la pena, después de unas cuantas horas de las que ya habíamos perdido la cuenta llegamos a la cima desde donde pudimos observar apaciblemente lo extenso que es el desierto coahuilense, desde ahi podiamos observar la ciudad de Monclova en toda su extension, pero nos mantenia perplejos la magnificencia del desierto.


Desde ahí, la vista es más hermosa que en cualquier sitio ya que se admira toda la montaña, se aprecia Castaños con su famoso Cañón del Chipitin. También se aprecia un bosque hermoso de confieras que no se logra apreciar a simple vista, el ascenso hacia las antenas duró casi dos horas.


- Ensimismado en la cima del cerro de la Gloria, con un píe en Monclova y el otro hacia el ejido el oro.- Dice Hiram.- ¡contemplé la enorme extension del valle de Monclova. De un modo difuso, con cierto distanciamiento, comprendí que el paisaje que se extendia debajo de mi, presentaba una vista spectacular! Había fantaseado mucho con este momento y la oleada de emociones que me acompañarían, ¡pero ahora por fin estoy aqui! Literalmente en la cima de del cerro.


- El desierto es un entorno de revelaciones.- Le respondo yo.- Un lugar de una genética y una psicología extrañas, de una sensorialidad austera.


Desde este lugar, en la zona más alta del cerro de la Gloria, podiamos contemplar el valle de Monclova, que posee una estética abstracta y una historia cargada de hostilidad (no por su gente, sino por los elementos climaticos) sus formas son audaces, incitantes.


En este lugar, nuestra mente quedo presa de la luz, del espacio, de la originalidad cinestésica de la aridez, de las altas temperaturas en verano y del frio viento en invierno.


Ante nuestros ojos, el cielo del desierto es envolvente, majestuoso y temible. En otros habitats, la linea del horizonte se quiebra o se oscurece; en el desierto se funde con la bóveda que está sobre nuestras cabezas, infinitamente más vasto que el que se divisa en las grandes extenciones donde se despliegan campos y bosques… En este cielo panorámico, las nubes parecen más compactas y aveces la concavidad de su parte inferior refleja con magnificencia la curvature del globo terraqueo.


La angularidad de las formas terrestres del desierto confiere una arquitectura monumental a las nubes, tanto como el mismo relieve de su suelo… Es al desierto a donde se dirigen los profetas y los ermitaños, a donde van los peregrinos y exiliados. Es en él que los lideres han buscado los valores terapéuticos y espirituales del retiro, no para escaper de la realidad, sino para descubrirla.


- Pensandolo bien.- Dice Hiram.- Me gusta el motivo por el que vengo con ustedes a la montaña; no es para conquistarla sino para sumergirme en su incomprensible inmensidad, que es mucho más grande que la nuestra.


- Para compartir lo que las montañas nos ofrecen.- Dice Gilberto.- Compartirlo con mis amigos y acabar compartiendolo con mis hijos.


- Las montañas nos fascinaron siempre. –digo yo - Nos tenian siempre a su merced, pero siempre acudíamos a ellas.


- La montaña: ¿La volveré a subir? – Dijo Hiram.- Sí, sé que sí. Iré a sentarme una vez más a la cima, a soñar allí con el azul de la primavera de mi vida, rejuvenecer mi corazón en la blancura y la serenidad de los domos eternos, en la santidad de los picos cargados de nieve, en donde rodeado por el vacío, la escarcha y la muerte, uno piensa con tanto amor como amargura en las horas benditas, en los días felices, en los años hermosos que no volverán, pero cuyo recuerdo embellece por siempre la vida.


En mis horas libres, durante mis días de escuela, practiqué el Escultismo junto a Gilberto Barajas, ¡Durante los dieciocho años que duró nuestra infancia unida a nuestra juventud!, ¡Se nos permitió divertirnos, realizando en compañía de otros amigos, aventuras que nos transportaron por el inmenso territorio del estado de Coahuila, fortaleciendo nuestro cuerpo y liberando asi el alma, para que de esta manera pudieramos buscar incansablemente metas que nos permitan trascender en el mundo de las responsabilidades.


-¿Te acuerdas Gilberto?


¡En aquella época nuestras excursiones eran feroces! La verdad, las actividades que teníamos eran sumamente duras.


¡Recuerdo bien aquella Tropa! Las actividades eran sencillas: todos los sábados no reuniamos. Teníamos una ceremonia de apertura para la reunion y otra de clausura, y pasabamos dos horas de intenso aprendizaje, juegos de resistencia física y mucha, pero mucha convivencia.


Allí, en la Tropa de Scouts, fue el escenario donde se nos presentaron los retos. ¿En qué consistían esos retos? En acampar organizadamente, he dicho bien: organizadamente y no anárquicamente ni desordenadamente. Con organizadamente quiero decir, con distribución de responsabilidades individuales, que se orientan en su acción al bien propio y colectivo simultáneamente, cumpliendo con eso de que lo que es bueno para uno lo será para todos. Ante estas circunstancias había que sobrevivir por un tiempo definido en condiciones naturales, lo que eran un reto para nosotros de jovenes, como siempre lo es el contacto directo con la naturaleza. Se contaba con elementos sencillos, simples, como plásticos con los que construíamos refugios para guarecernos de la lluvia, del frío, del sol; las condiciones a las que llamamos “a la intemperie”. Había algunas herramientas como hachas, cuchillos, mecates, estacas, palos de escoba de madera para hacer construcciones, leña con la que iniciabamos fuego para cocinar y calentarnos. Había también utensilios como cacerolas y sartenes en los que preparabamos los alimentos; tazas y platos donde servirlos y comerlos; lámparas de mano con las que nos alumbrabamos y otras pocas cosas más. Y también, ¡naturalmente! no faltaron cobijas para abrigarnos en la noche a la hora de dormir, gorras para cubrirnos la cabeza. Todo lo demás que requeríamos era temple, decisión, seguridad en sí mismo y hábilidad e inteligencia para vencer las pruebas de campamento.


Ah, pero había que saber usar todos aquellos utensilios y herramientas.


Al pasar las semanas de campamento, aparecia toda una organización social de manera espontánea y natural. Se había constituido una familia alegre, y la ley que regía al grupo era la fraternidad. Ninguno de los que regresaron a su casa despues de un campamento, volvió como había partido. Para todos, aquellos campamentos fueron una oportunidad de adquirir experiencias con las cuales se iniciaba el crecimiento personal. Con esos campamentos, había ocurrido una transformación en cada persona y el secreto no estaba solamente en lo vivído, sino en que, en todas las enseñanzas tenían cabida muy especial, el adiestramiento de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Estos al emplearlos durantes los retos impuestos para cada campamento, ampliaban la conciencia y percepción que teníamos de nosotros mismos, y al ampliarla, también se ampliaba la capacidad de nosotros como individuo, de encontrarse y de conocerse a uno mismo, de comprender y comprenderse, dondequiera que estuviese y con quienquiera que anduviese. Y todos encontramos después que en nuestro medio habitual, en nuestras condiciones propias, urbanas y hogareñas, podíamos vivir mejor. Encontramos el desarrollo de la conciencia de nosotros mismos, de nuestra propia identidad, de la valoración de nosotros mismos como personas; de la capacidad de sentir, pensar, querer, pero sobretodo de hacer. Del sentimiento de la responsabilidad y libertad para plantearnos y cerrar compromisos, para elegir y aceptar. La oportunidad para correr riesgos asumiendo sus consecuencias, sabiendo reparar errores y equivocaciones.


-Recuerdas Gilberto, Hace más de veinte años, éramos unos chavales llenos de ilusiones. Ilusiones con las chicas, ilusiones con las excursiones, las paredes para escalar, las montañas…ilusiones con la vida. Soñábamos con una vida curtida por la rudeza de las montañas, con las grandes paredes que aparecían en las fotos de las revistas, con las rutas que estábamos abriendo cerca de casa. Soñábamos en escalar las famosas rutas de los Alpes, las tapias de Yosemite, las agujas de Patagonia, los grandes picos del Himalaya, todo esto sin creer en la dureza y en las dificultades de la propia vida.


-Tan inocentes que éramos… -dijo Gilberto- ¡sentíamos que teníamos el poder de mudar el mundo!


-Éramos entonces estudiantes, y si por un lado teníamos tiempo libre, por otro no teníamos dinero. Todos los fines de semana, hiciese sol o lluvia, marchábamos religiosamente a los scouts.


-¿He dicho Hiram, que tengo mucho que agradecerle al Movimiento Scout?


El haberlos encontrado y haberme identificado con lo que ellos representan, el haber practicado lo que ellos enseñan, contribuyó en buena manera a mi propio crecimiento como ser humano. Así lo digo y estoy muy agradecido.


Por una parte provengo -lo quiso el destino- de una familia de trabajadores. Me tocó vivir mis primero años en una pequeña ciudad acerera, de inolvidable paisaje y un extraordinario territorio semidesértico, duro y agreste, y rodeado de altas cadenas montañosas. Me tocó ir a la escuela con los demás niños del lugar.


¡Pero en monclova había una tropa de scouts!


Una tarde el día 8 de enero de 1982, observé que en su local, la iglesia de San Antonio de Padua, la bandera la tenían isada a media asta y llevaban una cintita negra prendida a la camisa. El Fundador había muerto ese día. Ya desde años antes había tenido noticias del asunto por mi Hermana Soffy, quien sabía más o menos de que se trataba, los había visto de cerca en distintas ocasiones, pero el momento del ingreso, la incorporación a ellos, no había llegado todavía.


Siempre, como era de suponer, hubo reparos y objeciones en la casa. Al principio se me permitió condicionalmente; podía participar en todo menos en las salidas al campo y las excursiones. Después fueron cambiando las cosas.

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