3 La última patrulla. El Caracol.
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En el recorrido se hicieron paradas obligadas; la primera fue en un sitio llamado “La Perforadora”, que es como la puerta de entrada para el siguiente paso importante en nuestro camino que se llama “El Caracol”, que en su punto medio tiene una altitud de 1,373 msnm.
Ese 28 de diciembre, al entrar en el cañón, la fría oscuridad del amanecer se acentuaba por la profundidad del mismo cañón desde el cual reiniciamos la marcha; las cumbres se recortaban contra el cielo, pero en la distancia era difícil precisar su altura o su distancia. Conforme ascendíamos, se iba aclarando el panorama, los peñascos y rocas aparecían más definidos. El aire era muy frío, claro y sereno, y el gran silencio a nuestro alrededor, parecía hacer presión sobre nuestro caminar.
Ni el murmullo de un venado, ni el gorjeo de un pájaro, ni el susurro de una brisa. ¡Quietud por doquier! Sin embargo, no parecía una quietud muerta por completo. Más bien parecía como si todo -la montaña, los valles, el pico y las peñas- estuvieran firmes, esperando, aguardandonos en este día. Parecía casi sacrílego romper ese silencio con el golpe seco de nuestras pisadas sobre las piedras.
Subimos más y más, la respiración se volvía más difícil, mientras que la sensación de soledad y pequeñez crecía en nosotros.
En la distancia, en la lejanía de estos valles del cerro de la gloria donde ahora nos encontramos, se extienden impasibles y enormes columnas de nubes, quienes con su paso a través de las colinas, van transformándose en niebla, como si fueran enormes inundaciones en el fondo de los valles. Permitiendo con esto, que la cima del cerro de la gloria se eleve a través de un firmamento infinito e insondable.
Desde la parte mas alta en la copa de los árboles, las gotas de lluvia esparcidas durante el amanecer caen resonando sobre las hojas que tapizan la vereda y resplandecen doradas iluminadas con el resplandor pequeños y fugaces rayos del sol que aparecen frenta a nosotros como chispas centelleantes, que cruzan y bajan a nosotros a través de los extensos prados en las colinas.
En estos momentos, el viento inquieto por la hermosa luz de esos rayos del sol que apenas se levanta, dá una forma tan exquisita a este tranquilo lugar y acompaña gentilmente a esta paz surgida inesperadamente de entre los más altos cedros, las colinas más elevadas y nosotros tres en medio de ellos. Este viento refrescante que surge en la montaña, sube hasta el cielo para luego descender en la llanura inundando nuestros oídos de hermosos y sonoros murmullos. Murmullos que nos transmiten en instantes, la inmensidad, la fuerza y de la alegría de la naturaleza que nos rodea, como para que chicos y grandes codicien escalarlo.
Fue fácil encontrar un lugar para comer e inmediatamente empezamos a abrir las mochilas y con ello tomar un descanzo, comer, descanzar y recobrar las fuerzas perdidas.
En este enclave del cañón del caracol, la vista de los Picos era espectacular y nos hacia sentir verdaderos montañeros. Tomé una fotografía donde el pico del cerro emerge azúl contra el cielo.
-Los fotógrafos –Reflexiono- usan sus cámaras como herramientas de exploración, como instrumentos de cambio y pasaportes a círculos secretos. Sus imágenes son prueba de que tanto la foto como el lugar importa, ahora más que nunca.
Pasaron muchos años años antes de que yo empesara a usar la cámara como herramienta para lo que ahora es fuente principal de inspiración: mis historias fotográficas, hitorias que alteren la percepción de las personas y, en el mejor de los casos, que transforme vidas al arrebatarle al tiempo y al espcaio una partícula minúscula de este mundo y preservarla completamente quieta.
Una buena fotografía puede transformar el mundo completamente, de manera que nunca volvamos a verlo de la misma manera.
Hoy la fotografía se ha convertido en una cacofonía global de imágenes congeladas. Millones de imágenes se suben a la red cada minuto, en consecuencia, todos podemos ser fotógrafos y lo sabemos. Así, en mi foto, con el cerro al fondo, ni siquiera parece alto, pero da igual, de cualquier manera si lo es. Los sueños de subir hacia su cumbre cada vez más cercana… se trataba de uno de esos sueños deshinibidos que se emancipan al llegar a la madurez. Estoy seguro que este sueño es un sueño compartido; en el punto más alto de Monclova. El cerro de la Gloria esta aqui para que chicos y grandes codicien escalarlo.
De nueva cuenta iniciamos el recorrido hacia la cabaña, atravez de este cañón, donde a la vista se oculta el horizonte y solo alcanzo a ver los escollos de la montaña que tengo enfrente de mi, esta montaña que si te descuidas, pueden resultar bastante peligrosos. Aquí, los valles permanecen inundados de una inmensa quietud.
En el cañón, la mañana fría y serena. Merced que en la víspera se mostró en Monclova tormentosa y gélida tal, que sobre las montañas se enmarcaba una oscura y fuerte brisa color gris muy oscuro.
Entre los árboles seguía estando oscuro, pero una cascada de luz cayó sobre el lugar y el sol con sus fulgurantes rayos plateados iluminó la cima desnuda y redondeada. El punto donde estamos se pinto mágicamente por unos minutos, bañado por radiantes destellos. La luz del sol tenía una cualidad diferente, como centelleante y reluciente, como si hubiera trocitos de oro suspendidos en el aire. Para nuestra contemplación se levantó una densa niebla, que nos envolvió de aire frío, por lo que nos vimos obligados a caminar.
- Hiram – digo yo - Para llegar hasta la cabaña, ese lugar tan lleno de recuerdos, tenemos que subir saltando a través del bosque, de roca en roca, de árbol en árbol, tramos largos y empinados y cubiertos de hojarazcas.
En este trayecto, mi corazón late queriendo romper mi pecho, pues hemos caminado algunos kilómetros a través de las veredas. ¡Jamás olvidare semejante espectáculo! La cima es enorme, ocupa totalmente la iluminación del sol que se elevaba con gran rapidez en el horizonte.
A la entrada de este santuario natural, el caracol, bordeado por profundos valles que descienden como otros tantos hacia la planicie de Monclova que forma un gran valle extenso y despejado. Se eleva majestuosa en una línea uniforme y sin ondulaciones, la cima imponente, tratando de acariciar incansable la majestuosidad del cielo sobre la tierra.
-En el recorrido por el caracol –dice Gilberto- existen muchos rincones curiosos que exigen de nosotros tres, tener el corazón bien puesto. Uno de ellos es esta vereda, que en temporada de lluvias se convierte en un pequeño arroyo que forma charcas de agua, la cual abastece a los senderistas en su caminar durante una temporada breve. Es un paraje raro, oscuro y profundo.
-Para nosotros tres –digo yo- en esta Aventura, no hay nada como este cañón, algunas de sus cumbres son muy altas. Este cañón, para mi gusto, es el más famoso, tal vez no es el más largo o el más profundo, pero si es particularmente el más encantador. El tramo más spectacular se encuentra a unos ocho kilómetros de la carretera, ahi el lecho del arroyo se ve flanqueado por unas paredes de unos treinta o cuarenta metros de altura de roca sedimentaria de color gris, que poco a poco se van estrechando. Sobra decir que recorrer este canon es una de las cosas más gratificantes que he hecho en toda mi vida. El mejor momento para hacerlo es despues de las heladas invernales y antes de que las lluvias provoquen escurrimientos de agua en el arroyo.
Tomo mi mochila y comenzamos a caminar.
A estas alturas de mi vida, veinte años después, aún recuerdo como negociar el largo y horrible proceso del hundimiento físico. Este comienza con dolor desde luego, pero es un dolor que apenas se encuentra en la frontera de lo que yo imaginaba como un valle profundo y oscuro. En el fondo de ese valle esta la incapacidad plena, pero puedes tardar horas en llegar ahí, abriéndote paso por estratos de sufrimiento y disociación hasta que tus músculos dejan de obedecer y no se puede confiar siquiera en que tu mente emita ordenes con sentido. Lo más valioso que he aprendido gracias a todas estas aventuras es que cuando empiezas a sentir dolor ni siquiera estas aún cerca del fondo del valle de dolor, por lo que si no cedes al pánico con los primeros padecimientos, aún puedes dar mucho, mucho de ti.
Ahora inmersos en el recorrido por el interior del cañón el caracol, me encontraba haciéndome comprobaciones de toda la subida, piernas bien, respiracion fatigosa, boca seca pero no demasiado, con los varios niveles internos que había calibrado durante mis carreras y que no he olvidado nunca. No importa lo mal que me pueda sentir, mientras alguno de los tres se siente peor; lo que no quería, en ningún caso, era ser yo quien pudiera provocar un retraso. Nunca fui en una patrulla que doliera más que una Carrera, y nunca he corrido una Carrera que supusiera nada remotamente similar a las consecuencias que adquirían los actos más ordinarios a un centenar de metros de mi base militar.
-Hiram, Ceder al miedo o al agotamiento eran formas en las que un soldado podía fallar a su sección- digo yo.
En este punto, el camino es cuesta arriba y caminamos bien, en orden, sin dejar huecos, ligeramente abrigados. Cuando camino así me pongo a pensar en algo para hacer más corto el camino y en estos momentos pienso en el miedo que debe representar para Hiram el realizar esta excursión con nosotros.
El problema del miedo es que no se trata de una cosa única y aislable. El miedo posee toda una taxonomía –ansiedad terror, panico, aprensión- y uno puede haberse preparado bien para una de esas formas y, por el contrario, deshacerse del todo frente a otra.
En mi experiencia, antes de algún tiroteo, todo el mundo se ponía más o menos tenso e iba echando vistazos alrededor como diciendo “esto es lo que hacemos… una locura ¿no? y esos momentos me inquietaron de verdad. Confiaba en los hombres con los que estaba y, por lo general, me limitaba a centrarme en ponerme a cubierto y accionar mis armas. Los combates, en sí mismos, se desarrollaban de un modo borroso; solo una vez me quede helado por el miedo, en una occasion en la que nos atacaron de forma inesperada y extraordinariamente dura. No tenía a mi alcance la protección antibalas ni mi arma –imbecil, imbecil, imbecil- y viví treinta segundos de incomprensión paralizada, hasta que el subteniente walle, voló a través del fuego para coger nuestros pertrechos y arrastrarlos hasta el parapeto.
En ese momento el combate inyecta tanta adrenalina en el sistema personal que era muy raro que uno tuviera que preocuparse por el miedo; un indicador mucho más claro del verdadero valor era como te sentías antes de las operaciones de mayor impacto (un secuetro, una intervención a alguna casa de seguridad), cuando era fácil que te pasara como consecuencia, perder la vida.
Mi debilidad personal no era tanto el miedo como su expectativa. Si me formaba alguna illusion sobre mi valor personal, siempre se disolvía en las horas o los días previos a algo grande; el terror se acumulaba en mi sangre como una especie de toxina hasta que me sentia demasiado ápatico incluso para atarme bien las botas. Hasta donde pude averiguar, allí todo el mundo se asustaba de vez en cuando y en ello no había estigma, siempre que no permitieras que tu miedo afectara a los demas. No pasa nada por tener miedo, lo único que hay que hacer es no mostrarlo.
De nueva cuenta en nuestro camino hacia la cabaña, dejo de pensar y miro lo que me rodea: caminando desde las seis de la mañana para subir a una montaña, pero este amanecer no lo olvidaremos jamás. En una hora todo ha cambiado. Desde la oscuridad del cañon donde nos refugiábamos hasta esta frescura ambiental de mil fragancias naturales y cien tonos diferentes de color en cielos, montañas y bosques, media un abismo. La subida al caracol es fuerte y el silencio tremendo. Las fuerzas intactas y el cuerpo adaptándose al ejercicio.
El Sol aparece detrás nuestro y tras una breve parada, a partir de este momento, caminaremos por un sendero inclinado hasta llegar a la cabaña. Más descansos de mochilas, unos terrones de azucar que aportan al cuerpo las calorías que va perdiendo cuando se observa algún hueco de hambre porque alguien que está empezando a cansarse.
El frío del que ya me había olvidado volvió y yo mire a Hiram con impaciencia. Pero el no prestó atención: se levantó, tomó su mochila y comenzamos a caminar.
-Hay diferentes clases de Fortaleza –le digo a Hiram- y contener el miedo quizá sea la más profunda.
-En el ejército –digo yo- como en las personas que practican el excursionismo, las formas más literales de fuerza, como ser capaz de subir una montaña con una carga de más de setenta kilos, dependen obviamente de la dimension de los músculos; pero los músculos solo hacen lo que uno les ordena, lo que nos devuelve de nuevo a la importancia del espíritu humano. Siempre me asombra la enorme variedad de cosntituciones corporales en grupo de jóvenes o incluso en una agrupación militar, pero más sorprendente es, como se podía llevar a término la misma cosa, radicalmente de diferentes maneras entre sí.
En el Ejercito, la idea de que no se te permite experimentar algo tan humano como el agotamiento resulta brutal, en todas las circunstancias, salvo en el combate. Un buen lider sabe que el agotamiento es en parte, un estado de ánimo, y que los hombres que sucumben al cansancio han decidido, hasta cierto punto, ponerse a sí mismos por delante de los demás. Si no estas dispuesto a seguir andando por alguien, menos estarás dispuesto a morir por los demás, y esto pone en duda la idea misma de que uno deba seguir siendo miembro de una sección.
Si alentas a una patrulla, el enemigo tiene tiempo de situarse en posición y alguien caerá herido.
-En la montaña, - he descubierto- no hay vencidos. Todos ganan. Todos llegan hasta donde sus fuerzas se lo permiten.
-Esta experiencia me cautivó –dice Hiram- me hizo comprender la raiz del montañismo. Cada uno llevamos una mochila con ropa de abrigo y algo de comida. Algunos llevan un buen palo que se agenciaron en la subida, lo que les permite mantener mejor el equilibrio. Aquí ya no existe camino plano. Se trata de subir y subir, ganar metros, a veces algo complicados.
Miro el reloj y veo las dos de la tarde. Llevamos algunas horas y aún nos queda, por lo menos, una más. En los pasos complicados les aconsejo empleen tres puntos de apoyo, sus dos piernas y un baston en la mano.
Nos empieza a faltar el aire. Por lo menos a mi. Son las tres de la tarde cuando ya no queda nada más que subir. Estamos en la cabaña. Es indescriptible este momento. Nos miramos, nos abrazamos, queremos descansar pero no encontramos un sitio ni un momento aún por la emoción de haber llegado al primer punto de esta Aventura.
¡Está brillando el sol! Los rayos de luz están intentando romper entre los espesos nubarrones negros que marcaron el clima de los últimos días en Monclova y que de una forma sutíl han marcado fuertemente nuestras mentes y nuestra personalidad. Estamos en la cabaña, en el corazón del cerro de la Gloria.